«Al Margen»: la persona después de la droga
«Esta sociedad me está matando tanto o más que la droga», dice Antonio Piñón, extoxicómano y protagonista del cortometraje Al Margen. Un filme documental y autobiográfico dirigido por Tania Gongar que visibiliza el rechazo que sufren las personas con problemas de adicción a la droga cuando luchan por reinsertarse en la sociedad.
Los padres de Tania Gongar eran politoxicómanos y enfermos de VIH. Murieron cuando ella era adolescente. Aunque su padre logró salir del pozo de la droga, cuando lo hizo se encontró con una sociedad que esconde la basura debajo de la alfombra. Ahora ella narra en Al Margen la historia de su padre, que no es otra que la de tantos extoxicómanos.
Tania Gongar creció de golpe, aun así su infancia transcurrió como La vida es bella –la película de Benigni en la que un judío emplea la imaginación para entretener a su hijo en un campo de concentración nazi-. «Lo mejor que me ha pasado han sido mis padres. Ellos me inculcaron valores de superación, respeto y solidaridad».
El recuerdo de su niñez, a caballo entre su casa y un centro para menores, es grato. «Cuando entré en el centro de acogida empecé a tener cosas que no tenía, como mi habitación, ya que en casa dormía con mis padres, o mi propia ropa, que hasta ese momento me la daba Cáritas. La relación con los educadores era muy buena, de hecho Estíbaliz, una de las trabajadoras sociales, a día de hoy es como mi hermana, pero echaba mucho de menos el cariño de mis padres».
Conocía su adicción. En el colegio convivía con el lastre de ser la hija de dos personas que no sufrían otra cosa más que una enfermedad. Por eso, desde pequeña tuvo la necesidad de protegerlos. «Mi madre murió cuando yo tenía 14 años. A partir de ese momento me hice cargo de mi padre. Le metí mi número de teléfono en la cartera para que me llamaran si le pasaba algo». Su padre hizo de la calle su hogar pero finalmente encontró refugio en el Centro de Acogida San Isidro, donde permaneció hasta que el sida le robó la vida.
Con mucho sacrificio logró salir de la droga, pero cuando lo hizo su físico estaba señalado por el consumo. Las facciones marcadas y una boca desdentada fueron la herencia que le dejó la enfermedad. Con las secuelas visibles trató de reinsertarse pero se encontró con un problema casi peor que la heroína: el rechazo social. «Recuerdo que un día estaba cenando con mi padre en un bar. Teníamos enfrente a una señora con una chica que debía de ser su hija. No paraban de mirarnos con desprecio y de cuchichear. Mi padre se estaba dando cuenta de todo aunque no decía nada. Hacía como que no existían pero en realidad lloraba por dentro».
«No es suficiente que vayas por la calle y la gente te mire mal sino que entras en una cafetería o en un supermercado y te tratan como a un apestado. El otro día me comentó Enrique Nanni, que vive en el albergue de San Isidro y colabora en el corto, que les regalaron unas bandoleras con el nombre del centro. Fue a comer a un bar que está al lado y cuando lo vieron entrar con la mochila lo pusieron de patitas en la calle». Esta es la realidad que narra Al Margen.
Las palabras de Tania Gongar abofetean a una sociedad acostumbrada a prejuzgar. «La gente se limita a ver una fachada. Nos encontramos con una persona que vive en la calle e inmediatamente pensamos que algo habrá hecho mal para estar ahí. Después nos suena la alerta: me va a robar, está sucio, que no me contagie ninguna enfermedad. Nos paramos poco a pensar en los demás y el trato que muchas veces les damos es inhumano».
Sin embargo, no todo es insolidaridad. Afortunadamente hay personas que de manera desinteresada dedican su tiempo a actividades en favor de los demás, como los voluntarios del Centro de Acogida San Isidro, en el madrileño barrio de Príncipe Pío, o los de tantas otras instituciones. De hecho, Tania Gongar reconoce que una de las personas más importantes de su vida es Pilar, una voluntaria que cuidó de su padre.
Al Margen se estrenó el pasado noviembre en el albergue de San Isidro, donde también se rodaron parte de las escenas. Entre los actores que lo hicieron posible destacan Pedro Casablanc, que desinteresadamente compaginó el rodaje de Mar de plástico con su participación en el corto, y Eva Gamallo. También Antonio Piñón, que encarna el papel de Joaquín, el padre de Tania Gongar. Ambos fueron amigos y compañeros de viaje. Aunque él no es actor de profesión, su interpretación demuestra por qué hay que confiar en la reinserción laboral.
La cinta ahora se prepara para recorrer los principales festivales de cortometrajes del país, el más próximo el de Medina del Campo. A buen seguro ya ha ganado el mayor de los premios, que es el de dar visibilidad a un colectivo que vive «al margen» de la sociedad.
Tania Gongar se despide con una reflexión: «Yo recuerdo haber ido al cine con mi padre una vez en toda mi vida, solo una vez. Creo que hay que valorar muchísimo más a los padres, llegará un momento en el que ya no estén».