Antiguos comercios reconvertidos en viviendas ilegales en Fuencarral
Autores: Mónica Gail y Manuel Garrido
Son las cinco de la tarde en el Poblado Dirigido de Fuencarral. Es miércoles 27 de marzo. Hace un calor impropio para la época del año. El barrio se despereza de la hora de la siesta con el rumor lejano de los niños saliendo del colegio. A escasos metros de la escuela, una iglesia y tres mercados. El arquitecto y vecino de la zona, Lucho Miquel, los proyectó simultáneamente a la creación del barrio.
Estos mercados constituían el centro neurálgico del comercio del Poblado en la década de los 50. Eran propiedad de la familia Baena, vecinos de la zona que regentaban una tahona, una pequeña panadería cerca del Ayuntamiento. En aquellos años los pequeños negocios, como carnicerías, tiendas de ultramarinos o fruterías, fueron llegando poco a poco convirtiendo el lugar en un hervidero de gente. Eran días de vino y rosas. Pero llegaron los 80′ y con ellos el boom de los grandes supermercados y centros comerciales. «Los negocios empezaron a flaquear y se fueron cerrando a medida que los dueños se jubilaban», cuenta Charo, que abrió en el 82 un local de prensa que tuvo que reconvertirse en una tienda de ultramarinos cuando la venta de periódicos empezó a caer en picado. Su tienda da nombre al mercado en el que se encuentra. «Aquí conocemos al Mercado Uno como el de la prensa por Charo», comenta David Jiménez, antiguo vecino del barrio.
«Sobrevivo a fuerza de echarle muchas horas, por eso siempre digo que me he montado un “chino”», confiesa Charo, que no descansa ninguno de los 365 días del año. Ha rebautizado su pequeño comercio como «la tienda del olvido». Su clientela, gente del barrio que todavía no ha aprendido a hacer la lista de la compra. «Son vecinos que a la hora de ponerse a cocinar se dan cuenta de que les falta algún ingrediente y piensan en la tienda de Charo».
Vivir en 20 metros cuadrados
La carpintería de Mariano, la pequeña peluquería de Lidia y la tienda de Charo son los últimos supervivientes del primer mercado. Llevan casi dos años compartiendo el espacio con vecinos que malviven en apenas 20 metros cuadrados con un alquiler por encima de los 600 euros. Práctica que afecta al resto de mercados. En el segundo mercado ya no hay rastro de ningún comercio, solo se conserva el jardín central. Los nuevos inquilinos han modificado la estructura del lugar y lo han convertido en una especie de urbanización con vallas que restringen el paso. «Hace dos veranos llegó un hombre, conocido como Chicharro, que compró varios locales a Baena para venderlos y alquilarlos», declara Charo. El Ayuntamiento aprecia en el uso de estos locales como viviendas una ilegalidad porque es una zona comercial, no residencial.
La inmobiliaria de Chicharro adquiría estos establecimientos por apenas 10.000 o 15.000. Después los acondicionaba y arreglaba para darles forma de vivienda y venderlos a una cantidad cuatro veces mayor que el precio de venta inicial. «Los publicitaba como locales en el Idealista y pedía 60.000 euros», apunta Charo.
Los vecinos, que no toleran esta situación, se han querido implicar personalmente en la lucha contra la venta ilegal de viviendas y, a través de la Asociación de vecinos «Mercados Vivos», pusieron en conocimiento del Ayuntamiento la existencia de este tipo de locales. «Aunque dicen que van a iniciar acciones, no hemos encontrado más apoyo que el moral», se queja Charo. Ya se han abierto varios expedientes, pero la tramitación se antoja larga y farragosa. Se necesitaría que el Consistorio concediera el cambio de uso actual, que es el de usufructo comercial, por uno de vivienda. Otros vecinos también han reclamado la posibilidad de que estos mercados pasen a ser de titularidad pública para evitar irregularidades e ilegalidades. El Ayuntamiento, que ha rechazado esta petición, alega que no pueden invertir dinero en una cosa privada. «Serán mercados privados, pero siempre han tenido una vocación pública», contrarresta otro vecino.
Pintura para regenerar los mercados
Ninguno de los mercados se salva de tener hogares ilegales. En el Mercado 3, Yuli ha inaugurado recientemente su peluquería. Ve con buenos ojos que las viviendas ilegales sustituyan a los comercios abandonados que son el germen de la suciedad, aunque reconoce que si en lugar de casas se reabriesen los antiguos establecimientos atraería a más clientes.
Una de las formas con la que los vecinos intentan regenerar los mercados es a través del arte urbano. David Jiménez, aprovechando su pasión por el graffiti, se ofreció para pintar de forma legal la persiana del cierre de la peluquería de Yuli. «Estoy muy contenta. Cuando está cerrado por lo menos se ve todo más limpio y organizado. La gente que viene me dice que también le gusta bastante», manifiesta la dueña.
Este artista callejero pasó su infancia en el barrio. Lo dejó con 13 años, pero nunca olvida las horas muertas que pasó con sus amigos empapelando las calles de Fuencarral con su nombre. «Se quejaban de los graffitis de la zona y yo me ofrecí para decorar el local», recuerda el joven de 28 años que cogió su primer spray con seis. Los comerciantes de la zona están encargando a personas como Jiménez graffitis o dibujos que representen la esencia de la tienda para evitar que sus cierres amanezcan con una pintada cualquiera.