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Círculo catalán y «castells»: Cataluña también se vive en Madrid

 

 

Autor: Antonio Ramírez Cerezo

Es sábado por la tarde y en la madrileña plaza de Murillo un pequeño grupo de personas se reúne alrededor de una discreta mesa cuyo faldón tiene bordado la «senyera» catalana. A su derecha, dos unidades móviles del Samur aguardan con los motores en reposo. Por los tiempos que corren en nuestro país la escena descrita podría llevar con facilidad a equívocos. De repente, desde el Paseo del Prado, se acerca una marea de gente abanderada por los sonidos de algo que aparenta ser una gaita. Nada más lejos de la realidad. El instrumento que suena se llama gralla y a él, le acompaña la percusión de los timbales (pequeños tambores), los dos artilugios musicales que ponen banda sonora a los «castells», las famosas torres humanas que representan uno de los bienes culturales más reconocidos y simbólicos de Cataluña.

«Hoy es un día muy importante para nosotros», cuenta a Madrilánea el presidente de la colla madrileña, Josep Ramón Casas durante la Segunda Diada que organizan en su corta historia. Por primera vez desde que naciera la Colla Castellera de Madrid –la única con sede en la ciudad y que en enero cumple tres años–, elevará en la capital los castillos humanos junto con otras dos «colles» que han venido desde Cataluña. «Con nosotros estarán hoy la de Sampedor y Sardañola. Hemos hecho un intercambio, fuimos nosotros hace mes y medio y ahora vienen ellos», comenta Josep Ramón que hace hincapié en el crecimiento del grupo que preside pese a su juventud y origen. «Somos 125 personas aproximadamente. Esta es nuestra actuación número 16 en 2019».

El dirigente de los «castellers» –así se llaman los participantes que construyen los castillos– también nos explica la organización del equipo, «el que dirige es el ‘cap de colles’, el entrenador de fútbol para que nos entendamos. Luego está la parte de abajo, la piña, las que llevan la estabilidad del ‘castell’. La parte de tronco que es la que sube. Y arriba la canalla, donde van los niños». Acerca del siempre polémico debate que supone que los más pequeños escalen alturas que con frecuencia superen los diez metros, Josep Ramón nos responde restándole importancia al tema. «La seguridad es lo más importante para nosotros.  Estadísticamente hay un tres por ciento de castillos que se caen. Dentro de ese tres por ciento que tenga consecuencias son las mínimas. A veces hay golpes, roturas de muñeca (muy pocas veces en el caso de los niños)… pero el mínimo. Nosotros cuando vemos que un castillo no sube bien se desmonta. También la estructura de la piña ayuda. Todos los que están en la piña tienen la cabeza agachada para que si se les cae, los de arriba caigan encima de los brazos y resbalen».

Un niño sube a coronar un «castell» en la plaza de Murillo. Foto: Antonio Ramírez

A la conversación con Madrilánea se suma Albert Masquef, presidente del Círculo catalán de Madrid, para explicarnos el origen de los «castells». «El nacimiento viene del 1800. De unos bailes regionales que terminaban al final haciendo una pequeña torre. Fue derivando a que en lugar de tres encima de otro, fueran cuatro, cinco, siete y hemos llegado hasta 10». También cabe destacar que desde 2010 están declarados por la Unesco como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Algo que es un orgullo para Masquef, que señala que la colla madrileña es una sección del círculo que encabeza y ensalza los valores que le transmite participar en ella. «Un ‘castell’ es el trabajo en equipo por excelencia. Hay gente como yo, de cerca de setenta años o más, y el crío que sube tendrá 8 o 10. Todos tenemos un sitio en el que podemos estar. Si no estamos todos no se puede hacer».

“Nos sentimos acogidos”

El Círculo Catalán de Madrid fue fundado en 1952 por un grupo de catalanes emigrantes en la ciudad y tuvo su primera sede en la calle Carretas. Sin embargo, no fue hasta 1973 cuando se instaló su lugar definitivo, en el edificio Cataluña de plaza de España, donde poseen una biblioteca con más de 13.000 libros, un auditorio con capacidad para 168 personas y hasta su propia peña del Fútbol Club Barcelona. «Tenemos grupo de teatro. Hacemos sardanas en el retiro, conferencias, clases, talleres de teatro y pintura… todo lo que tenga que ver con el ámbito cultural», explica el presidente. Su objetivo principal, relata, es «dar a conocer Cataluña a Madrid y al revés».  Algo que según apuntala, hubo un tiempo donde les fue difícil desarrollar. «En el año 1978 nos pegaron fuego al círculo y hubo un muerto. Fue la Triple A (Alianza Apostólica Anticomunista), la ultraderecha del momento».

«Ahora nos sentimos acogidos» afirma Masquef. De esta institución cultural, que ha tenido a presidentes tan ilustres como el divulgador científico, Eduard Punset, asevera que «no tiene nada que ver con poderes públicos ni gobiernos»,  pero sí que pertenecen a la unión de ateneos catalanes. Tampoco dicen contar con posición política en medio de todo el revuelo montado por el «procés». «Nosotros no opinamos. Tenemos socios de todo tipo, tamaños y colores. Nuestra entidad es plural y está abierta a todos», pero sin embargo apela al derecho de reconocer a Cataluña como una nación, «lo que siempre defendemos es nuestra propia identidad, nuestro idioma, nuestra cultura diferenciada… que a todo eso lo llamas que creemos que somos una nación, eso también».

Entre tanto, los «castells» se van alzando y desarmando ante la mirada de un centenar de personas que hacen corro hasta casi alcanzar la puerta del Real Jardín Botánico. Es turno para la colla local que viste con los colores de la Comunidad. Y Albert se prepara para hacer piña mientras se despide de nosotros. «Hoy el número de no catalanes en el Círculo es mayor de los que sí lo son. Madrid tiene una ventaja: todos somos de fuera».  Algo que ratifica Josep Ramón Casas y que se hace notar entre su cuadrilla, con el popurrí de acentos que surgen del castillo. En él también conviven el catalán y el castellano. Señales de unión que también se reflejan en el diseño de los escudos que portan en sus camisas: Las siete estrellas de Madrid que alumbran un cielo con los colores de la «senyera». Y la canalla que roza a ambas.

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