Rafa Latorre: «El teatro lleva en crisis desde Esquilo y el periodismo desde Pulitzer»
Rafa Latorre (Pontevedra, 1981) se pone a los mandos de ‘La Brújula’, de lunes a viernes, a las siete en punto de la tarde. Su misión es la de contar la actualidad a los oyentes que le escuchan al otro lado. También se le puede escuchar por las mañanas, con Alsina, en su sección de ‘El Gallo’ en la que con su ironía gallega comenta lo que ocurre en nuestro días. Además, se le puede leer en el diario ‘El Mundo’, donde escribe dos columnas semanales. Al comenzar esta entrevista sus maneras iniciales son las de un hombre tímido y discreto, pero cuando arranca a hablar es capaz de analizar con rigor y sabiduría los temas que están encima de la mesa, lo que demuestra que es un hombre leído. Además, no es de esos pesimistas que tan de moda están ahora. Con él conversamos sobre su biografía, el oficio periodístico y la actualidad política.
-¿Qué recuerdos tiene de su infancia y del ambiente familiar en el que creció?
– A mí me pasa un poco como a Savater. Cuando tienes una infancia tan feliz, a partir de ella solo puedes ir a peor. Yo tengo una vida muy razonable y estoy muy satisfecho, pero es verdad que todos los recuerdos de la infancia que tengo están invadidos por la felicidad. Yo crecí en un lugar muy pequeño, porque Pontevedra lo es, es una capital de provincia, pero es una ciudad pequeñita, muy manejable. Y es muy distinta la vida que se concibe en Madrid a como se concibe allí. Además, yo tengo la particularidad de que viví durante 18 años en un sanatorio, que era el que tenía mi abuelo.
-¿Siempre tuvo claro que quería estudiar periodismo?
-No, nunca lo tuve claro, hasta que empecé a trabajar. Yo estudié periodismo, gracias al pragmatismo de mi madre. Yo quería hacer una carrera sin ningún tipo de oficio, nada nutritiva, podía ser Filosofía y Letras o podía ser Filología Románica. En cualquier caso, todas mis elecciones se caracterizaban por sus escasas perspectivas de futuro. Entonces fue cuando mi madre me recomendó estudiar periodismo, porque era lo más parecido a lo que yo tenía en la cabeza. Es curioso, porque cuando empecé el discurso era igualmente apocalíptico, es decir, la gente te miraba como si estuvieras loco. Y sin embargo, nunca he dejado de trabajar.
-¿Desde joven fue lector de periódicos?
-Sí, eso siempre lo fui. Ya con 13 años era un lector de periódicos, es más, coleccionaba lo que regalaban los periódicos. Una parte de mi educación está en los diarios, sin lugar a dudas. Yo recuerdo perfectamente el juego de mesa que regalaba ‘El Mundo’ con los personajes políticos del momento. En mi casa siempre se ha consumido mucha información, a pesar de que toda mi familia viene de la rama sanitaria. Recuerdo que siempre veíamos ‘Informe Semanal’, había una hora en la que la televisión solo estaba para ver ese programa. En aquellos años cultivé una cierta mitología de los periódicos, de las grandes firmas…
-¿Y también escuchaba la radio?
-De siempre, sí. En mi casa se escuchaba mucho la radio. Yo nunca pensé que iba a terminar en la radio, ni siquiera cuando estaba avanzado en la carrera. Lo que pasa es que a la hora de elegir las prácticas, se dio otro de estos azares de la vida, y mis dos opciones eran dos emisoras de radio. Finalmente, acabé trabajando en la sección de sociedad de la COPE, y eso propició los siguientes pasos que fui dando en mi carrera laboral.
-Y en esa época de juventud ¿Había algún periodista en el que se fijó especialmente?
-Muchísimos, sí. No me fijaba hasta el punto de emularlos, porque yo iba a ser parte pasiva del periodismo. Yo escuchaba a Pedro Pablo Parrado, ‘El Larguero’, a Carlos Llamas, a José María García. Yo zapeaba mucho en la radio, lo cual no es algo normal en los oyentes. Mi educación sentimental en los periódicos se produjo con el diario ‘El Mundo’, hubo un tiempo en el que me encantaba leer a Umbral. También leía mucho a Julio Fuentes. Durante una temporada me dio por comprar ‘Le Monde diplomatique’, por eso de la pátina intelectual, luego es verdad que era un periódico tremendamente aburrido, de una densidad terrible. Otro de los periodistas en los que me fijaba mucho era Manolo Martín Ferrand, el día que le di paso en la radio fue uno de los momentos más importantes de mi carrera.
– ¿Y qué le pareció la carrera de periodismo?
-Me pareció fácil, lo cual no es poca cosa. Está bien que te estorbe poco la carrera, que no te distraiga de otras cosas más importantes. Me pareció un barniz de saberes superficiales. Considero que hay que repensar la carrera para que tenga una utilidad real para el oficio.
Las aventuras más fugaces son las que me han procurado un futuro más próspero
-A pesar de su juventud ha trabajado en muchos medios: el Diario de Pontevedra, la Cope, Punto Radio, Zoom News o Non Stop People. ¿Qué recuerdos y aprendizajes se lleva de aquellos años?
-He vivido todo tipo de vaivenes en esta profesión. Hasta el punto de que he estado a punto de dejarlo, y me he puesto a buscar locales para abrir un bar o un gimnasio de boxeo. Sin embargo, las aventuras más fugaces son las que me han procurado un futuro más próspero. Por ejemplo, el hecho de haber fundado un periódico digital del que nadie se acuerda, me permitió conocer a muchísima gente, y descubrir las tensiones que se generan en una redacción cuando tienes responsabilidades. Haber trabajado en Non Stop People junto a Antonio San José me ha parecido una enseñanza valiosísima. Y sin todas esas experiencias no sería lo que soy ahora.
-¿Cómo es un día de trabajo de Rafa Latorre actualmente?
-Habitualmente yo me levanto a las ocho de la mañana, y tal y como me levanto, y no hace falta describirlo, me arrastro hasta el despacho, donde tengo mi micrófono y mi equipo y conecto desde allí con Alsina para hacer ‘El Gallo’. Esta sección es un poco suicida, ya te digo que lo hago tal y como me he despertado. Luego, llevo a mi hija al colegio, y a continuación vuelvo a casa a leer los periódicos. A veces, si se me ocurre algo, hablo con gente de mi equipo para diseñar alguno de los contenidos del programa de la tarde. Sobre las 12, si tengo columna con ‘El Mundo’, me pongo a escribirla. A las cuatro de la tarde me voy a la radio, y a partir de ahí ya me pongo a elaborar el programa de la tarde. A las siete suenan los pitos, entramos en directo, y así hasta las once y media de la noche. Me he vuelto más noctámbulo, ahora hasta las dos de la madrugada no me duermo.
-Siempre ha sido crítico con que los periodistas mostremos muchas de nuestras penurias, como hicimos con la crisis de los periódicos en 2007. ¿Cómo ve a la profesión actualmente?
-Se lleva hablando de la muerte del periodismo el mismo tiempo que de la muerte del teatro. El teatro lleva en crisis desde Esquilo y el periodismo desde Pulitzer. No tiene demasiado sentido esa visión. El periodismo se está transformando, y está viviendo su revolución industrial. Como todo en esta vida. Pregúntale al sector del taxi si no ha vivido una convulsión. Cualquier sector industrial ha vivido cambios y ha tenido que adaptarse a un mundo nuevo, y que está cambiando constantemente. Ahora, hay que lamentarse en la medida que eso tenga una utilidad, en lo que te permita mejorar tus condiciones laborales. Lo que no tiene demasiado sentido, es esa autocompasión, que es siempre reconfortante. Hay que huir de lo que te da confort. Nadie quiere verse rodeado de agoreros, tampoco gusta a los lectores que se ventilen las cuestiones gremiales, la gente lo que quiere es que hables de sus problemas. Lo que tiene que hacer el periodismo es convencer a la sociedad de que es una institución útil, que sirve a la verdad y que mejora la conversación pública. Tampoco sacralicemos el pasado de nuestra profesión, porque estaríamos edulcorando el pasado.
Yo creo que debe haber una conversación pública vibrante, y que la democracia ante todo no es la gestión del consenso, sino de la discrepancia
-La política está más polarizada que nunca. ¿Cree que eso también está contagiando al periodismo?
-Afortunadamente todos los países polarizados son democracias. Qatar, Cuba, Arabia Saudí o Corea del Norte no tienen polarización. Este es un fenómeno natural de las democracias, pero es cierto que empeora la conversación pública y exagera la diferencia. Sobre todo es un atajo intelectual. Yo creo que debe haber una conversación pública vibrante, y que la democracia ante todo no es la gestión del consenso, sino de la discrepancia. Tenemos sacralizado el consenso, y este es un error. Lo que no vale es llamar crispación a la tarea de oposición o deslegitimación a la crítica, que es lo que estamos viendo estos días.
-¿A qué columnistas le gusta leer en la actualidad?
-A muchísimos. Siempre leo a Arcadi Espada, a John Müller, que es un periodista excepcional. Müller es una persona extremadamente importante para La Brújula, porque tiene un sentido radiofónico exquisito, pero además porque es una persona inteligente y divertida. Me gustan mucho también David Jiménez Torres, Iñaki Ellakuria, Juan Fernández-Miranda, Leyre Iglesias, Daniel Gascón o Víctor Lapuente. Peláez, que escribe en ABC, es también un imprescindible.
-Como periodista cubrió el proceso independentista en Cataluña, y después escribió un libro: ‘Habrá que jurar que todo esto ha ocurrido’. ¿Qué recuerda de aquellos días de 2017?
-En ese momento sí se produjo una quiebra de la convivencia en Cataluña. Donde algunas de las convenciones básicas, que ayudan a habitar un país, se destruyeron. Yo trato de recordarlo siempre, porque ahora se está imponiendo este ejercicio de desmemoria que es tan atroz e insultante. Yo lo viví con miedo. Te mentiría si no te dijera que estaba realmente preocupado aquellos días. Aquella vez llegamos a bordear algunos abismos políticos, que conviene no frecuentar. Que no se haya hecho el debido recordatorio de todo aquello, y que lo que se haga sea promover el olvido consciente de lo que ocurrió me parece de los hechos más lamentables de la democracia española. Más incluso que el 1 de octubre.
-Una de sus frases más ilustres es: «Uno viene a Madrid a que le dejen en paz». ¿Está a gusto en Madrid? ¿Qué es lo que más le gusta de esta ciudad?
-Cuando tú vienes de provincias a Madrid, te das cuenta de que llegas aquí y te liberas de todo el lastre familiar, histórico, biográfico… Yo ya te digo que tenía una vida absolutamente feliz en Pontevedra, pero negar que Madrid es una ciudad más libre, precisamente porque es un terreno de juego mucho más amplio, sería absurdo. Cuando vives en provincias, la primera losa que vas arrastrando es quién eres, eso desaparece por completo en Madrid, donde no te conoce nadie. La segunda losa que arrastras, más si vienes de una comunidad histórica, es la cuestión de la identidad. El que no se atrevió a ser homosexual en su ciudad, se ha atrevido a serlo en Madrid. Así que sí, en ese sentido uno viene a Madrid a que le dejen en paz.