Tamayo: «No encuentro solidaridad en la Iglesia de hoy»
En 2003 la Conferencia Episcopal le lanzó un aviso. El libro de Juan José Tamayo (Amusco, Palencia, 1946) Dios y Jesús provocó su primer divorcio con la jerarquía de la Iglesia católica. Se le acusaba de negar la divinidad de Cristo y el hecho mismo de la resurrección, por lo que fue apartado de la comunión eclesial y comenzó a cargar con la condición de «hereje». El comunicado de la Conferencia Episcopal fue contundente, y calificaba sus publicaciones y manifestaciones como contrarias a la condición de teólogo católico.
Pasada ya una década, cuando recuerda ese episodio, nadie diría que esa llamada de atención logró amedrentarlo. Más bien al contrario: «En la Iglesia católica no existe el derecho a disentir ni la libertad de expresión e investigación, pues todo aquel que interpreta los textos sagrados de modo crítico con el magisterio oficial es considerado hereje», afirma en su despacho de la Universidad Carlos III de Madrid, donde dirige la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones. Tamayo es también cofundador y actual secretario general de la Asociación de Teólogos Juan XIII.
¿En qué tiene fe Juan José Tamayo? ¿Se le puede considerar realmente católico? «En mis creencias no entra la fe en la Iglesia, ni la adhesión al Vaticano, ni creo que el Papa sea una figura que represente a Cristo y por tanto que haya que obedecerle. Yo creo en el Dios que se revela en Jesús de Nazaret. Me guío por la ética liberadora y solidaria».
Hay que insistir: ¿Es usted católico? Desde luego uno muy peculiar, que para ser comprendido requiere la etiqueta de «progresista» o, al menos es así como se refieren a él. Curioso que la palabra teólogo no se acompañe de la coletilla «conservador». Es como si se diese por hecho. «Soy teólogo católico si por católico se entiende un pensador abierto a la universalidad. En mi mente caben todas las religiones y todos los sistemas de creencias. Lo que no soy es apologista del catolicismo, ni considero que sea la única religión verdadera. Estoy abierto al diálogo con todos los sistemas de pensamiento que vayan en busca de la verdad y contribuyan a hacerla realidad en la vida. Soy católico, en el sentido literal de la palabra, porque en mi mente caben las causas universales de la humanidad y muy especialmente las causas perdidas. Ahora bien, si se vincula el concepto de católico con la ortodoxia, el dogma, la obediencia al Papa y el seguimiento de sus orientaciones morales represivas, pues ciertamente me encuentro muy lejos».
Firme defensor del Concilio Vaticano II, lamenta la marcha atrás de la Iglesia. «Aunque corta, fue la primavera de la Iglesia. Un momento de verdadero florecimiento, de diálogo con otras religiones, con la cultura moderna y con el ateísmo». Insiste en que Juan XXIII contribuyó a incorporar el pensamiento crítico para superar los aspectos más supersticiosos y mágicos de la religión. Y denuncia que su legado se ha abandonado. «Vivimos en una etapa preconciliar, en la que la jerarquía se ha enrocado en el mantenimiento de una estructura piramidal».
Otra de las declaraciones que más ampollas levantó fue la que vinculaba la organización interna de la Iglesia con una dictadura. El profesor trata de explicarlo, pero sin desdecirse ni un ápice: «La Constitución del Estado de la Ciudad del Vaticano no deja lugar a dudas. En su artículo primero dice que el Sumo Pontífice acapara en su persona la plenitud de los poderes: ejecutivo, legislativo y judicial. No hay atisbo de la separación que está en la base de las democracias occidentales. Una constitución que comienza de esa manera no tiene nada de democrática. No sé qué otra calificación puede encontrarse. ¿Es contundente, desmesurado, extremo definirlo así?», se pregunta él mismo. Y contesta: «No lo sé, pero las palabras en este caso son descripciones de la realidad. No encuentro otra que mejor defina la estructura y la organización de la institución».
El fracaso
Hace pocos meses escribió un artículo en El País cuyo título causó polémica por sí solo: Jesús indignado, por eso lo mataron. Haciendo un claro guiño al movimiento ciudadano del 15-M, Tamayo explica que lo que intentaba era presentar el papel del Jesús histórico como un revolucionario. Un indignado contra el poder.
Para explicarlo cita al teólogo francés Alfred Loisy, quien en su libro La Iglesia y el Evangelio, publicado a principios del siglo XX, lo expresaba crudamente: «Jesús anunció el Reino de Dios y lo que le llegó fue la Iglesia», y Tamayo añade: «¡Qué fracaso!». La obra del teólogo modernista francés fue incluida en el Índice de Libros Prohibidos. Tamayo vive en pleno siglo XXI la condena vaticana de su obra escrita y de sus declaraciones públicas.
Intenta resumir cómo la Iglesia se desvinculó de su mensaje original: «Jesús llega al mundo con un mensaje esperanzador, con el anuncio utópico de una nueva sociedad liberada de toda dominación y opresión. Pero su mensaje no supo transmitirlo la Iglesia católica, institución que con el paso del tiempo se va configurando como un poder terrenal que obstaculiza la realización del reino de Dios en la Historia».
¿En qué momento histórico se produce el cambio de rol? Pasados apenas tres siglos se inicia una nueva etapa al aliarse con el poder imperial de Roma. «Esa Iglesia constantiniana nada tiene que ver con el proyecto originario de comunidad de iguales de Jesús de Nazaret», subraya. Pasa de ser religión perseguida a perseguidora. Con Teodosio el Grande se le reconoce ya como la religión oficial del Imperio y «se convierte en cómplice de la persecución de otras religiones y contra el paganismo. Es la transformación de lo que comenzó siendo una comunidad doméstica en un poder político», sentencia.
¿Cómo un movimiento igualitario y crítico con el poder llega a convertirse en un Estado? «Es un elemento perverso. El Vaticano es la cúpula que somete a la base. Convertido en la instancia que controla el pensamiento y la fe de los católicos». Está claro que no tiene intención de hacer amigos en Roma.
La Iglesia de hoy
El profesor Tamayo demuestra su distanciamiento con la jerarquía al diferir en tres cuestiones esenciales de nuestro tiempo: eutanasia, aborto y matrimonio homosexual. Tamayo defiende como algo necesario el hecho de que una vida digna pueda concluir con la misma dignidad: «La muerte no debería ser indigna. Se debe intentar aliviar el dolor, creo que está dentro de la lógica del ser humano».
En lo que respecta al matrimonio homosexual, muestra su total conformidad. Justifica que no es ningún imperativo, sino que otorga un derecho y no restringe el de las personas heterosexuales: «No se produce ninguna colisión de derechos. Es una ley que respeta la libertad de opción».
Invita a abordar la cuestión del aborto desde tres puntos de vista: primero, el de los derechos sexuales y reproductivos de la mujer, la planificación familiar, la paternidad responsable, el derecho a decidir con libertad y no bajo presión del poder político o religioso. «La maternidad no se puede imponer, porque supone un atentado contra la libertad de la mujer». En un segundo plano analiza la problemática social del aborto. Entiende que un Estado debe intentar que el embarazo y sus condiciones no supongan o impliquen ninguna presión sobre las mujeres. Insiste en que las leyes de aborto más liberales no disparan, sino más bien al contrario, reducen significativamente el número de abortos. A la vez que aumentan la seguridad de estas intervenciones. El tercer plano sería la problemática ética, que tiene su base en el debate filosófico en torno al momento en que empieza la vida. «Creo que dentro del pluralismo ético deben respetarse todas esas consideraciones y, como no es una ley impositiva, que cada uno escuche a su conciencia».
También es un firme defensor de la escuela pública «porque el derecho a la educación debe estar protegido, apoyado y financiado (que no dirigido) por el Estado. Tiene la obligación de atender a todos en igualdad de condiciones». Se muestra muy crítico con las medidas que benefician a los centros privado-concertados, especialmente aquellos que todavía se rigen por el modelo de separación de sexos. «Ahora mismo se privilegio a las escuelas privadas o concertadas en detrimento de las públicas. No pueden tener ayudas del Estado quienes segregan o quienes no practican los criterios de integración cultural o étnica». Apunta a que esta desviación se debe a todos los gobiernos, «que han sido poco vigilantes, especialmente los de derechas».
El papel de la mujer
¿Cuál es el papel de la mujer en la Iglesia? ¿Se piensa poco en ella? Tamayo no lo cree así: «Yo veo que se piensa mucho en la mujer, pero de una manera reductiva. Orientándola a la maternidad». El profesor se pregunta por qué no se reduce al hombre a la paternidad, por qué se extiende la idea de que si la mujer no es madre se convierte en un ser frustrado. El hombre soltero o sin hijos no se considera poco realizado. «¿Por qué una mujer que no es madre se dice que se queda para vestir santos?». También critica cómo se ha reducido su papel al cuidado del hogar, siendo la máxima responsable de esa tarea, independientemente de que se encuentre a la vez trabajando. Aunque agradece que la sociedad vaya pasos por delante al respecto.
La Iglesia ante la crisis
La Iglesia ha dado la espalda a quienes peor lo están pasando con esta crisis. Al margen de algún gesto muy particular de algunos sacerdotes u obispos, acciones que entiende dignas de aplaudir, Tamayo cree que la Iglesia no ha estado a la altura. Pero esa actitud no se reduce a los últimos años: «Dentro de la moral católica de la jerarquía no entra la ética pública, la responsabilidad de actuar con criterios morales públicos. Históricamente la moral para la Iglesia se ha reducido a cuestiones de carácter sexual. Por eso son tan reiteradas y repetitivas las declaraciones contra el aborto, contra el divorcio o desaconsejando cosas tan superadas como las relaciones prematrimoniales o la masturbación». Tamayo considera que centrarse en todos esos asuntos ha provocado su opacidad con las cuestiones sociales a lo largo de la Historia. «No veo nada de solidaridad en la Iglesia de hoy. La actitud de la jerarquía es de indiferencia, viniendo a decir que no es un tema prioritario».
La conversación no puede acabar sin hablar de la condición jurídica de España en el ámbito religioso. «Ni somos un Estado aconfesional ni laico. Somos un Estado encubiertamente, y a veces explícitamente, confesional. Eso se ve en la actitud de todos los gobernantes en relación con la Iglesia. Esa indefinición constitucional hace que siempre salgan ganando. ¡Y eso sin presentarse a las elecciones!».
Pero Juan José Tamayo se muestra convencido de que Otra Teología es posible –es el título de uno de sus últimos libros-. «No solo es posible sino necesaria. Es vital una teología no dogmática, que fomente el pensamiento crítico, que responda a los desafíos de nuestro tiempo. La Iglesia actual responde a preguntas del presente con soluciones del pasado. Una teología contextualizada debe atender a los desafíos. Los más importantes son la pobreza estructural, que genera una desigualdad galopante en el mundo, la discriminación de género, el desastre ecológico o los fundamentalismos».
El profesor finaliza reflexionando sobre la dificultad de que quien ostenta esa posición privilegiada, pueda ser solidario con quienes viven una situación de pobreza o marginalidad. Así termina una charla con alguien que despierta tanto cariño entre sus alumnos como recelo entre los muros de la Basílica de San Pedro.
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