La esperanza infinita en el barrio de la UVA
Las miradas amables contrastan con la cárcel en la que viven. Llevan años viviendo en los bloques de la UVA, bloques viejos de dos plantas cuyos corredores cercan blanquecinas rejas. La imagen es inequívoca, se antojan como cárceles que encierran decenas de familias. Tan sólo debían vivir allí cinco años, en las unidades vecinales de absorción (UVA), después, serían realojados en viviendas con infinitas mejores condiciones. Así lo prometieron en 1963. Los mayores –que aún esperan la entrega de esas nuevas viviendas–, tienen este número grabado en su mente: «1963. En aquel año nos engañaron».
UN PLAN DEL INSTITUTO FRANQUISTA NACIONAL DE LA VIVIENDA
La UVA de Hortaleza es la única UVA que aún existe en Madrid. Estas viviendas debían alojar a vecinos que vivían en chabolas o en infraviviendas de otros lugares. En sus inicios fue un plan del instituto franquista Nacional de la Vivienda, después pasó al IVIMA (Instituto de la Vivienda de la Comunidad de Madrid) que firmó un convenio para sustituir estas viviendas por nuevos edificios. Así sucedió al principio; muchas familias fueron realojadas, sin embargo, con los años el proyecto fue cambiando de manos y estuvo muchos años parado. Hoy 54 años después, aún quedan muchas familias atrapadas en estas cárceles.
Desde los 70 hasta los 90 la UVA fue un barrio muy peligroso. Era imposible pasear sin encontrarse como mínimo con dos o tres drogadictos. La heroína y la marihuana se repartían por todas partes. Sin embargo, la situación ha cambiado mucho, asegura un trabajador de la lavandería situada en Virgen del Carmen. «Ya no es un punto de droga como lo fue antes, hay mucha menos, desgraciadamente hay, pero como en todos los barrios».
NUEVOS PROYECTOS Y VIVIENDAS AÚN POR DEMOLER
Las primeras quejas de los vecinos son las casas que aún no se han demolido. «Estéticamente es horrible, parece un vertedero, además no hay nada de higiene» cuentan desde un comercio de pollos asados con más de veinte años de historia.
En un bar de la calle Abizanda, dos vecinos José y David, amigos de toda la vida discuten sobre el número de viviendas ocupadas. José, el mayor apunta que hay más de 30, a David no le salen las cuentas y cree que no llegan a 20. Dicen que algunas viviendas se han vendido cuatro y cinco veces. En ese instante llega otro amigo suyo, un hombre de traje y corbata que se acerca a la mesa. Les saluda y en seguida les habla de los rumores de un nuevo proyecto para la zona: chalets adosados, un Supercor e incluso un banco. Parece que trabaja en una inmobiliaria y que sabe de lo que habla. Los otros dos hombres se sorprenden: «No jodas, un banco en la UVA» dice tras darle un sorbo a la cerveza y a continuación se echan todos a reír. «Quién lo habría imaginado».
LA LIMPIEZA DE LAS CALLES
En la misma calle, la farmacéutica asegura que jamás le han robado en los quince años que lleva allí trabajando. «La gente es muy normal, de un barrio pobre pero nada más. El problema aquí es la suciedad, está todo hecho una guarrería, no limpia nadie» dice mientras niega repetidamente con la cabeza «¡Ah! Y las farolas, no tenemos alumbrado en esta calle y los propios vecinos hemos pegado focos en la fachada porque daba miedo venir por aquí. Una vergüenza».
Laura, una clienta que espera en la cola dice muy indignada: «Somos un barrio olvidado, vamos, penoso, aquí solo vienen cuando son las elecciones, después nadie se acuerda. Y da igual quién esté, el PP el PSOE y ahora Podemos, son todos iguales».
La UVA es un barrio que alberga gitanos y payos e incluso familias mezcladas. Todos se conocen de toda la vida, para ellos la convivencia siempre ha sido muy buena. La mayoría coincide en que ha sido la gente que ha venido de Manoteras los que han ocupado las viviendas, los que han empeorado las relaciones en el barrio.
Varios gitanos se apoyan en una de las fachadas y conversan. Francisco, uno de ellos, está enfadado porque hace unos días pidió una pizza y cuando le dijo a Telepizza su domicilio, el trabajador se disculpó y tuvo que cancelar el pedido. «Me dijo que ya no hacían entregas en esa calle. Les han robado demasiadas veces» explica Francisco. «Si pides algo para calle Abertura no te lo traen, así que decimos la calle de al lao donde ya están los bloques nuevos y nos acercamos a recogerlas» Termina la frase y se encoge de hombros, «les da miedo entrar por aquí».
Los jardines que tienen al lado están muy limpios pero no se debe a los servicios del ayuntamiento. Se enfurecen al hablar del tema. «Aquí desde que se jubiló Lorenzo no limpia nadie. Viene uno de por ahí y se pone a fumar, barre cinco minutos y se va. Y así está el barrio. Un vertedero andante».
El otro chico joven, también gitano, le interrumpe. «Encima regamos nosotros los jardines y cuando pasa la patrulla nos tocan las narices y nos quitan la manguera. Pero bien que a los niñatos del Clara Eugenia no les dicen nada». Se refiere a los chavales del centro de menores Isabel Clara Eugenia. Aseguran que los días de permiso son ellos los que se acercan y roban en el barrio. Ya les han puesto varias denuncias.
LA CONVIVENCIA
Muy cerca se encuentra la Biblioteca de la UVA, lleva allí más de treinta años y cada día son muchos los que hasta allí se acercan para leer. Enfrente, un hombre pasea con un carrito de bebé. Es sirio y kurdo. Para él, el barrio es el mejor del mundo. En su país apenas se puede vivir. Dice que siempre hay esperanza. Para mejorar el barrio, para los que aún no han sido realojados, para su país. «La gente de aquí es buena. Hay de todo, gitanos, marroquíes, currantes. A mí me gusta salir a pasear y pararme a hablar con la gente. Eso en otros sitios no pasa».
Atardece y los vecinos vuelven a sus cárceles. Se oyen sollozos, gritos llamando a la cena, el ruido de las sillas al ser arrastradas y el murmullo de las tertulias que comienzan al aire libre. A través de las blanquecinas rejas los entresijos de la vida, a través de las puertas abiertas, la calidez de los hogares. Es un barrio pobre, pero de calidad humana. Se ayudan, se conocen, se cuidan, se hablan. Todos tienen la misma esperanza en la mirada; esperan que el barrio mejore, que les den pronto las nuevas casas, que acaben de una vez con las viviendas tercermundistas. Esperan y esperan. Desde 1963, no dejan de tener esperanza.
Todos los nombres que aparecen en este reportaje son nombres ficticios ya que las personas entrevistadas no han querido dar sus nombres reales.