Hotel Florida: hervidero de periodistas, espías, milicianos y prostitutas en el corazón de Madrid
Autores: Cris de Quiroga y Mónica Gail
«Son las siete y media de la tarde en el Hotel Florida de Madrid. En la puerta de la habitación 109 hay una inscripción en una hoja grande de papel blanco con unas palabras escritas a mano en letra de imprenta: “Estamos trabajando, no molesten”». Es la voz de Alfonso Armada como narrador la que nos descubre el comienzo de La quinta columna, la única obra de teatro de Ernest Hemingway.
El Florida abrió sus puertas hace 95 años en la plaza de Callao, convirtiéndose en uno de los hoteles más modernos de la capital de España. Ya no queda nada de aquel imponente edificio del arquitecto Antonio Palacios (autor, también, del palacio de Correos –actual Ayuntamiento– y del Círculo de Bellas Artes), que sirvió de refugio a ilustres personajes durante la Guerra Civil. Esta semana, como homenaje al Florida y su apasionante historia, diversos periodistas y críticos de teatro encarnaron en una «función» a los personajes de la obra que se fraguó en el interior de la famosa habitación 109.
Hemingway cuenta que más de treinta bombas alcanzaron aquel palacio de mármol blanco mientras él escribía. No era de extrañar, pues estaba en la línea directa de la artillería enemiga que apuntaba desde el Cerro Garabitas, en la Casa de Campo. El frente se hallaba a tan solo un kilómetro y medio de la principal arteria de la capital, la Gran Vía, o como la llamaron durante la guerra, «la avenida de los obuses» o «la avenida del quince y medio», por el calibre de los proyectiles.
Al estallar la Guerra Civil, el Florida era el tercer hotel de Madrid según la tarifa de la habitación (de 30 a 50 pesetas por noche), solo por detrás de los lujosos Ritz y Palace. «Madrid se había convertido en el centro del universo», dijo Herbert L. Matthews, enviado especial de The New York Times. Y si Madrid era «el símbolo de la lucha antifascista (…), el Hotel Florida fue su corazón», recalca el periodista y escritor Carlos García Santa Cecilia,encargado de la edición del libro Hotel Florida. En el corazón de Madrid. En el corazón del mundo (Los libros de Fronterad / Ámbito Cultural El Corte Inglés, 2019).
Según explicó Hemingway, el nombre de La quinta columna se inspira en una declaración de las tropas fascistas, que proclamaron tener «cuatro columnas avanzando hacia Madrid y una Quinta Columna de simpatizantes dentro de la ciudad dispuestos a atacar a sus defensores desde la retaguardia».
Entre lencería y alcohol
El autor de Por quién doblan las campanas coleccionaba obuses, que esparcía por su dormitorio (uno de ellos servía de pie a una lámpara). Recuerda que, a veces, las criadas del hotel llevaban con el desayuno proyectiles sin estallar. Hem –como le llamaban sus más allegados– guardaba además un arsenal de víveres y whisky.
La «suite» de Sefton Delmer también era un lugar de reunión que gozaba de cierta fama entre los huéspedes. El periodista británico custodiaba un jamón, colgado de una percha, y botellas de vino compradas a los anarquistas –que habían saqueado las bodegas del Palacio Real– en su cuarto de baño. También tenía latas de sardinas, hornillos, quemadores eléctricos y galletas esparcidas por la mesa de su sala de estar, según relata la reportera Virginia Cowles.
De hecho muchos huéspedes almacenaban en sus dormitorios comida y alcohol, que nunca faltaba. Porque, como escribe José Luis Castillo-Puche, amigo de Hem, «las guerras con pan, tajada y vino son menos». Aunque no todos eran tan afortunados. Las habitaciones de Virginia Cowles y John Dos Passos estaban expuestas a la artillería que apuntaba desde la Casa de Campo.
La estancia de estos pintorescos personajes dejó escenas memorables, como relata Carlos García Santa Cecilia. A las seis de la mañana del 22 de abril de 1937, un bombardeo sacudió al Florida y a sus huéspedes, que hacía poco habían terminado su habitual juerga nocturna. Entre las carreras y los gritos, Dos Passos se asomaba al pasillo en batín de cuadros escoceses, Antoine de Saint-Exupéry repartía pomelos frescos desde su puerta y Martha Gellhorn salía en pijama de la habitación 109, descubriendo la intimidad que compartía con Hemingway. Una «gran exhibición de despeinados y lencería», según la descripción de Dos Passos de esa madrugada.
Para Juan Ignacio García Garzón, que se encargó de dar voz a Phillip Rawlings -el agente secreto comunista protagonista de la obra y álter ego de Hemingway- la representación que ingenió el escritor tiene un «valor documental». La quinta columna muestra el «jolgorio» que imperaba en el Florida a pesar de la guerra, un alojamiento donde había «mucho cachondeo». «Martha Gellhorn escribía crónicas en las que de repente salían putas de las habitaciones…», cuenta el crítico teatral.
Por su parte, Alfonso Armada define La quinta columna como una «autoparodia», pues los personajes principales «son Hemingway y Martha Gellhorn [la periodista Dorothy Bridges], pero de forma bastante deformada». La manera en la que ella describe a Phillip Rawlings es la imagen de «un cazador macho al que le gusta el peligro, el riesgo, la guerra…». Es así como Armada cree reconocer en el autor una sensación de superioridad.
«Reconozco que si ves representar esta obra hoy te puede crear malestar o incomodidad. La mirada de Hemingway es una mirada bastante misógina», afirma el periodista. «Además, desde el punto de vista literario y dramático, no es una gran obra», añade. De hecho, el literato renegó de «esa desdicha» después de la adaptación que de ella hizo Benjamin Blazer en el Alvin Theatre de Broadway.
Huéspedes de renombre
Si bien Hemingway era el reportero más prestigioso que se alojó en el Florida, el libro de huéspedes contenía otros muchos nombres ilustres: Herbert L. Matthews, Henry Buckley, Ilya Ehrenburg, Josephine Herbst, W. H. Auden, Louis Fischer, los fotógrafos Robert Capa y Gerda Taro, y Mijaíl Kolstov (de quien se rumoreaba que era un agente de Stalin). El hotel acogía el trajín de un grupo heterogéneo de escritores, periodistas, comisarios y voluntarios antifascistas de las Brigadas Internacionales; entre ellos André Malraux y George Orwell. «Una colección de abalorios raros ensartados en un hilo común, la guerra», en palabras de la reportera Virginia Cowles.
Corría la «edad de oro» de los corresponsales en el extranjeroy España se situaba en el ojo del huracán: «Estaba en juego un modelo ideológico y político de orden internacional», destaca la periodista Montse Morata, que lamenta que algunos reporteros, autores de textos brillantes, fueron «víctimas del olvido». Es el caso de Antoine de Saint-Exupéry, escritor y aviador francés, que indagó en las profundas motivaciones humanas para la guerra y pasó varios días en primera línea de batalla en las trincheras de Carabanchel. O la joven Virgina Cowles, quien escribió crónicas de la vida cotidiana como infiltrada en ambos bandos y fue secuestrada durante tres días por un militar soviético.
María Casares, hija de Santiago Casares Quiroga, presidente del Gobierno de la República antes del estallido de la guerra, también se hospedó en el Florida para visitar a su padre encarcelado. Para una niña de ocho años, el hotel era un lugar moderno, confortable, donde ocupaba sus días en un «navío improvisado», el ascensor en el que pasaba desapercibida ante la variopinta multitud que embarcaba y desembarcaba de él.
Así, el Hotel Florida fue el refugio de los corresponsales que cubrieron la guerra española. Sirvió a su propósito, como lo hicieron el Intercontinental de Kabul, el Commodore de Beirut, el Holiday Inn de Sarajevo, el Tíboli de Luanda (durante la guerra de independencia de Angola), o los hoteles Palestine y Sheraton de Bagdad. Sin embargo, son pertinentes las siguientes palabras del periodista Guillermo Altares pues, durante la guerra, «los lugares seguros no existen, los refugios son un espejismo».