Tetuán

Un antiguo estanco de Tetuán transformado en casa vecinal acoge la solidaridad de todo un barrio

Antonio Ortiz es consciente de que no va a cambiar el mundo, «pero si dos familias logran comer en Navidad por nuestra labor, algo sí que hemos hecho». De Tetuán «de toda la vida», jubilado y aficionado a fotografiar pájaros, pasa las tardes en el local en el que él y su mujer se ganaban la vida y que han decidido utilizar para convertirlo en una casa vecinal en la que la gente comparte, intercambia y se solidariza con aquellos que más necesitan en el barrio. 

Antonio Ortiz, creador de la Casa Vecinal de Tetuán | Blanca Martínez

Cajas de juguetes, colchones de cunas, estanterías llenas de libros de todos los géneros, paquetes de legumbres o ropa son algunas de las cosas que se almacenan en los pocos metros cuadrados que el local de un estanco puede ofrecer. Ortiz decidió hace casi tres años utilizar el espacio para «devolver al barrio todo lo que había dado» y hoy continúa en marcha, en fechas en las que la solidaridad está por las nubes, con distintas iniciativas.

La casa vecinal tuvo su inauguración en febrero de 2020, a pocas semanas del confinamiento vivido por la pandemia de la Covid-19. «En esos momentos me trajeron mucha ropa de gente que había fallecido. Habitaciones casi enteras», cuenta el vecino. Llegaron trajes completos al establecimiento de la calle de Berruguete y Ortiz tomó la decisión de repartirlos a los más jóvenes para que «no vayan desastrosos» a las entrevistas de trabajo, exclama entre risas. 

«Traigo una caja de libros», entra un vecino al establecimiento. A lo que Ortiz responde: «déjalos ahí en alto que a mí me cuesta doblar la espalda». El funcionamiento de la casa vecinal es así de simple. Cualquiera puede llevar aquello que piense que otro, «sin distinción alguna», pudiera necesitar o darle uso, y se almacena. «Una vez las cosas pasen por esta puerta ya me encargo yo de ello», explica Ortiz, que no recibe ninguna «ayuda oficial» por su labor. Sin embargo, no quiere que se convierta en un almacén sino en un espacio de intercambio, por lo que procura que los niños que traigan juguetes se lleven algunos.

Esto no es lo único que acoge este pequeño espacio. «Tenemos varias iniciativas funcionando», indica. Este jueves se lleva a cabo la inauguración de una exposición sobre los negocios tradicionales del barrio de Tetuán; se ha hecho una campaña de recogida de productos de higiene femenina, «que acabó llenando el local de cajas de compresas y tampones» y a lo que acudió mucha gente; y la Navidad ha exigido una recogida de juguetes que repartirán, «disfrazados o no», por distintas calles del barrio a niños que pueden haberse quedado sin regalos. 

«A mí lo que me gusta es esto», reconoce el vecino que gracias a esta iniciativa ha podido presenciar pequeñas historias que han quedado marcadas entre las paredes de la casa vecinal. Uno de los colaboradores más habituales, cuenta Ortiz, es un joven latinoamericano que vivía en la calle. Ahora «que le va mejor» y ha logrado abrir un negocio, ha decidido colaborar con la casa vecinal para ayudar a aquellos que lo necesitan «como a él mismo le apoyaron en su día».

A lo largo del tiempo

Ortiz reconoce que hay ciertos objetos que le son difíciles de colocar, «estoy viendo a ver si alguien me coge el colchón ese, para alguno de sus niños. Lo mismo pasa con las cunas». A pesar de ser de primera necesidad, las viviendas de sus vecinos sin recursos no son lo suficientemente grandes como para hacerles sitio. «¿Estamos mejor o peor en el barrio? Cada cual según le va» comenta con resignación.

Algo similar pasa con algunos alimentos con un tiempo de cocción prolongado, «nos hemos encontrado que es difícil dar garbanzos porque tardan más en cocer y la gente está viviendo en habitaciones las que solo pueden utilizar la cocina unos minutos al día», señala, sorprendido, ya que nunca se había imaginado que «se llegara a estos límites». 

Al estar siempre de cara al público –que en su caso está formado por los vecinos de Tetuán–, Ortiz ha visto la evolución de un barrio en el que ahora «conviven muchas realidades». Y con la llegada de «gente con un nivel económico superior» estas diferencias se vuelven cada vez más evidentes. «Si el barrio lo forma la gente no es que esté mejorando, es que es otro barrio», opina.

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