Momeñe: «Es muy bueno que el fotógrafo llegue tarde a los sitios»
«¿Hay fueras de serie de la fotografía? Sí, pero pocos.
¿Hay fotógrafos que solo hacen fotos para salvar el pellejo? Sí, pero pocos».
Eduardo Momeñe no comete faltas de ortografía cuando realiza su trabajo. Los signos de puntuación y la sintaxis no le ocasionan problema alguno. Momeñe escribe con una cámara: es fotógrafo. Fotógrafo consciente, de los que miran desde dentro hacia fuera: «Quiero hacer literatura de la buena, pero con imágenes». Entiende la fotografía como texto y como complemento de uno. «El periodismo de alta escuela necesita también de fotografía de alta escuela», afirma.
Si Momeñe hubiese sido editor a mediados del siglo XIX, no hubiera permitido que las instantáneas de Egipto de Maxime Du Camp y las «fotografías escritas» que Gustave Flaubert recogió en «Viajes a Oriente» hubiesen visto la luz por separado, como así fue. El fotógrafo cree que si pensamos con la cabeza dividida en dos, en texto y en imágenes de calidad, se llegará más lejos, «porque tendrán fuerza ambas partes», cuando se unan.
Nació en Bilbao en 1952. Estudió Economía pero pronto lo cambió por la fotografía: «Con la suerte de no haberme arrepentido», asegura. Ha tomado dos caminos con la cámara al cuello: por un lado la foto comercial –la que le da de comer– y, por otro, la que él quiere, aquella que le permite contar sus entrañas. Ambas le han permitido trabajar siempre en vaqueros. «Y no me quejo».
A pesar de que se titulan así algunas de sus fotos, no le gusta hablar de retratos. Dice que es un término coloquial que permite entendernos al hablar. Él prefiere dar las gracias a quien se deja fotografiar y disparar hasta que consigue que «el lenguaje que emite esa cara haga que se la quieran llevar a casa». Da igual que miren o no a cámara, la fotografía es del fotógrafo: el que la concibe, el que la crea, el que la escribe, el que la firma.
Define al documentalista como «alguien que está todo el tiempo reflexionando sobre el mundo» y que pone su mirada donde nadie la había puesto. Esa idea, esa estructura visual que no había visto en ningún sitio «y que la tiene que hacer él». Es positivo que los fotógrafos lleguen tarde a los sitios, así pueden actuar como «medio de reflexión». Es una forma de contar qué hay después y extraer una imagen del poso, más reflexiva que descriptiva. Alude al trabajo de Walker Evans, coautor de «Elogiemos ahora a hombres famosos» junto a James Agee, que fijó su mirada en familias de aparceros del sur de Estados Unidos en 1936. Este trabajo es un verdadero «registro del mundo» que los ojos de Evans presenciaron. Momeñe afirma que aún hoy el reportaje que fue encargado para la revista Fortune, y que finalmente no se publicó, es tan contemporáneo que ningún dominical lo compraría.
El bilbaíno actúa de videógrafo también. Nos invita a utilizar el vídeo como hace Béla Tarr en «El caballo de Turín». «No es para explicar, es para contar cosas». Afirma que lo que el director hace es dejar que el mundo hable, lo que favorece la transparencia de lo que cuenta. «Es una nueva forma de enseñar el mundo otra vez».
Dice que con su cámara tiene la oportunidad de hablar, pero con la boca cerrada. Aún así, este «sobre todo fotógrafo», hace dos siglos, habría elegido que Du Camp y Flaubert hubieran hablado al unísono.
Pero con la boca cerrada.
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