Chamartín

Las putas de Chamartín no hacen huelga

«Sauna de señoritas», o sea, prostíbulo, en la zona de Azca
«Sauna de señoritas», o sea, prostíbulo, en la zona de Azca

La huelga es un derecho fundamental de los trabajadores (artículo 28 de la Carta Magna), y no hay trabajadoras más antiguas que las putas. Paradójicamente, las putas no hacen huelga. Al menos, las de Chamartín.

A las putas se las ha llamado, en lengua española, de las formas más diversas: prostitutas, rameras, meretrices, zorras, putañas, fulanas, furcias, cortesanas, coimas, pelanduscas, busconas, mesalinas, hetairas, mujerzuelas… El periodo de entresiglos que engarza el XX con el XXI ha producido no pocos eufemismos: profesionales del sexo, mujeres de vida alegre, señoritas de compañía… que adolecen del defecto natural de casi todos los eufemismos: son más largos y, además, impostados.

Las putas forman parte de nuestra cultura, de nuestro imaginario colectivo, de nuestra idiosincrasia. Por supuesto, de nuestra Literatura. Quevedo las acogió generosamente en su obra. Su soneto Desengaño de las mujeres se abre con este cuarteto: «Puto es el hombre que de putas fía, y puto el que sus gustos apetece; puto es el estipendio que se ofrece en pago de su puta compañía». San Camilo 1936, de nuestro Nobel Camilo José Cela, arranca con el protagonista, trasunto del propio autor, retozando en una alcoba con Magdalena Inmaculada Múgica, cuyo cuerpo «huele a rancio». El hombre ante el espejo se define como «un piernas» y «carne de prostíbulo», y su amiga luce «moraduras de bocados de los putófagos». Magdalena tiene un destino aciago, la mató el Metro en la estación de Manuel Becerra nada más empezar el tercer capítulo.

El también Nobel de Literatura (para gloria de la lengua española) colombiano Gabriel García Márquez, dedicó una de sus últimas novelas a las mujeres que habitan toda su obra y las honró colocándolas en el título: Memoria de mis putas tristes. El escritor español (que con un poco de suerte, también podría ser Nobel) Arturo Pérez-Reverte no se cansa de reiterar que España es un país «de putas y de camareros» y más de una vez ha imaginado España, desde las páginas del dominical de ABC, como un gran «putiferio». En su novela Un asunto de honor aborda el drama de un puticlub de carretera. Las putas están, pues, a la orden del día.

En Chamartín, centro financiero y en teoría un barrio algo distinguido de Madrid, abundan los puticlubs. Es famoso el ambiente putesco de la zona de Cuzco, donde se han escrito páginas de la crónica social y política del país. En la calle de Sor Ángela de la Cruz se perpetró lo que el gran Antonio Herrero llamó «el último crimen de los GAL», dirigido a arruinar la carrera y la vida de un conocidísimo director de periódico. Milagrosamente, no lo consiguieron. Pero las casas de citas ya no se circunscriben a las inmediaciones de la plaza cusqueña, si alguna vez se circunscribieron a tales. No: se van expandiendo hasta llegar a la mismísima calle en la que podrías vivir tú.

A la derecha, casa de citas en Chamartín
A la derecha, casa de citas en Chamartín

Los puticlubs de Chamartín no hacen huelga. Ni se lo plantean. Caminando por la Castellana de sur a norte, de plaza de Lima a plaza de Cuzco, me topo con varios relaciones públicas que me alargan su tarjetita. «¿Quieres tomar una copa?». Y luego: «Hay chicas». Remus fue el primero. Su tarjetita reza: Gentelmen’s Club Prive. Calle de Fulanito número 2, esquina tal, código postal tal y tal. Teléfono tal. De 22 a 6 h. En el reverso, un mapita. Seriedad y discreción. Remus, insistente, me acompaña hasta la puerta. Entro. Las putas están sentadas a la izquierda y la barra se sitúa a la derecha.

—Hola, buenas noches, ¿cuánto cuesta una cocacola?

—17 euros.

—Perdone, ¿no hay nada más barato?

—No, es la consumición mínima.

—Bueno, entonces me va a disculpar, porque yo solo quiero tomar un refresco y ese precio me parece demasiado.

—Como guste, quedo a su disposición.

A la salida, intercambio algunas palabras con el relaciones y el puerta. Remus es rumano y lleva una semana trabajando en este negocio que acaba de abrir. En el local trabajan ocho o nueve chicas, sobre todo de países del Este, como él. Le pregunto cuánto facturan en una noche.

—50 euros –bromea, riendo.

Aclara el puerta:

—Acabamos de empezar.

Juan es peruano (curiosamente trabaja entre Lima y Cuzco), y lleva dos años como relaciones públicas de Barbarela, Elegancia y Distinción, calle de Menganita, 1. En el establecimiento, dice, trabajan quince chicas de edades y nacionalidades varias. En la misma plaza trabaja su competidor Fernando, que vende Antologia (sic) de los sentidos, Night Club, Paseo de la Casquivana x, etcétera. Y si mi intención fuera rascar proliferarían sus colegas de profesión como hongos, pues en este sector nadie para.

A la luz del día, muchos lupanares pasan desapercibidos
A la luz del día, muchos lupanares pasan inadvertidos

Pasan quince minutos de las 00:00 horas. La huelga ha comenzado. Quiero saber lo que piensa acerca del asunto al menos una de las putas. Para ello, tengo que entrar en un puticlub. La sauna Gola me parece una buena opción. Aquí saltó el sonado escándalo del senador socialista canario C. Curbelo, que vino con su hijo y un amigo de éste. Se quisieron ir sin pagar (un simpa), adoptaron una actitud chulesca y grosera, y acabó el senador gomero insultando a la Policía. Dimitió cuatro días después (el 18 de julio de 2011). Hay que tocar el timbre para entrar. Reservado el derecho de admisión. Un hombre que peina canas me abre.

—Quería tomar un refresco.

—¿Sabes lo que es esto?

—Sí, sí…

—Son 20 euros por entrar con una consumición. Las chicas se acercarán a ti para que les invites; puedes hablar con ellas. Sin compromiso.

Alrededor de la barra se sientan una decena de chicas. Se fijan en el recién llegado, que se quita el plumas y pide su cocacola. La primera que se acerca, afortunadamente, es habladora. Se llama Dami. Es rumana. Tiene 24 años. Cuatro en este negocio. Me enseña la estancia: todas las habitaciones tienen bañera con jacuzzi. Esta es la suite. Los precios son tanto, tanto y tanto, según el tiempo.

—Volvamos al bar –contesto.

Cerca de la barra, voy a por la entrevista.

—¿Te puedo hacer unas preguntas?

—Sí.

—Te advierto que te pueden resultar extrañas, pero no te lo tomes a mal. Necesito saber lo que piensas sobre los problemas generales.

-Sí, sí, adelante.

La entrevista discurre, grosso modo, por estos cauces. Ella va pasando, paulatinamente, de la alegría a la extrañeza, aunque sin perder la compostura y la simpatía.

—¿Es consciente de que hoy es día de huelga?

-¡Síii! –ríe.

-¿Y usted no la hace?

—No –enfatiza con la cabeza.

—¿Por qué?

—Porque prefiero estar aquí trabajando –esgrime una gran sonrisa.

—¿Qué opina de la reforma laboral?

—No sé. Yo de eso no sé.

—¿A quién prefiere: a Zapatero o a Rajoy?

—¿Sinceramente? A ninguno de los dos.

—¿Cuándo fue la última vez que los políticos visitaron su centro de trabajo?

—No sé. Realmente no sé si son políticos… Hay que respetar a cada uno.

Le pregunto si recuerda lo de Curbelo, pero me dice que esa noche ella libraba. No sabe quién le atendió.

—¿Hay mucho desempleo en este sector?

—No, no, aquí no… El vicio es el vicio y siempre lo será. Este es el trabajo más viejo del mundo.

—¿En su profesión hay intrusismo?

—¿Qué es intrusismo?

—Me refiero a que si llegan nuevas chicas que os hacen competencia.

—Sí, bueno… Pero siempre hay trabajo.

—¿La crisis ha provocado una caída en el consumo de sexo?

—Sí, eso se nota.

Como veo que no le apasionan los temas económicos, renuncio a preguntarle por las curvas de la oferta y la demanda y sobre los servicios mínimos fijados (o no) en convenio colectivo. Paso a la última cuestión.

—¿Conoce algo de la historia de María Magdalena?

—Sí, sí… –dice sonriendo.

—¿Y qué le parece?

—No sé –se encoge de hombros-. Realmente pasó hace mucho tiempo… En esa época ya se hacía este trabajo.

Le doy las gracias por su conversación y nos despedimos cordialmente. No he reunido el valor suficiente para recomendarle el capítulo 8 del Evangelio de San Juan. Y esa oportunidad se pierde para siempre en el baúl de las palabras no dichas, porque otra vez no será. Enseña el Maestro: «Vosotros juzgáis de Mí según la carne, pero Yo no juzgo así de nadie». Cuando los escribas y fariseos querían apedrear a María Magdalena, Jesucristo dijo: «Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra… ¿Nadie te ha condenado? Pues tampoco yo te condenaré: ve y no peques más…».

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