Grandes ilusiones a pequeña escala
Antonio Vega, líder en los 80 del grupo Nacha Pop, se dejaba caer por este lugar. Según cuenta el periodista Juan Bosco en su libro Mis cuatro estaciones, Antonio tuvo el plan de montar una cuidada maqueta de tren en miniatura y, a pesar de todos los agravantes de su desordenada vida, lo consiguió. Aquello ocurrió cuando el músico vivía en una nave de la madrileña calle de Palermo y casi siempre llegaba al bazar cuando éste ya había cerrado.
El Bazar Matey, que ocupa el número 127 de la calle Fuencarral, fue fundado hacia 1955 por el padre del actual propietario, Fernando Matey que, junto a su hermano Santiago (ya jubilado), tomó las riendas hace más de 25 años. Según hemos podido saber por otras fuentes (ya que ellos no han querido hablar con Madrilánea alegando que no atienden «a ningún medio»), el fundador era una persona entregada a su negocio y que batalló por él hasta que un problema de salud le terminó de apartar.
Cuando los hermanos se pusieron tras el mostrador, empezaron a transformar el negocio. Al principio, Matey era un bazar al uso donde el cliente podía encontrar desde unas cuchillas de afeitar hasta los típicos juguetes de los años 50. Fernando y Santiago fueron modificando este aspecto, poniendo a la venta los primeros modelos de maquetas, a pesar de las críticas que les hacía su padre. Sin embargo, no fue hasta hace unos 15 años cuando decidieron retirar todos los artículos de juguete para especializarse en el coleccionismo.
Lo más representativo son los productos relacionados con el mundo del tren en miniatura, casi todos alemanes, aunque parece que existe cierto crecimiento de la fabricación española. Se trata de una afición cara: por unos 99 euros se puede empezar a jugar, pero hay piezas digitales que pueden alcanzar precios superiores a los 900. Destacan las locomotoras que emiten sonidos reales; también el tren más pequeño del mundo, que tiene el tamaño de una moneda de dos euros.
Un paraíso de la colección donde los productos dedicados al juego de los niños no existen. En este círculo vicioso de la pasión por la miniatura, cada pieza nace como objeto de colección, sin que sea necesario el paso del tiempo para que aumente su valor.
Una clientela fiel
Para comprender todo lo que rodea al Bazar Matey resulta interesante detenerse en sus alrededores y charlar con sus clientes.
«Conozco este sitio de toda la vida, y eso que colecciono trenes eléctricos desde los 16», confiesa Mario Quiñones, de 63 años. «Es una afición cara. En mi casa tengo más de 12.000 euros en este tipo de artilugios; me gasto unos 200 cada mes», explica.
Francisco Sánchez, de 48 años, comenta que se trata de «una de las mejores tiendas de Madrid, de esas que ya no quedan. De hecho, vivo en Valdemoro y vengo solo para visitarla». Él es aficionado a las maquetas, «son más baratas, por unos 90 euros tienes algo decente con lo que entretenerte». Antes de marcharse, me cuenta una anécdota: «creo recordar que una vez vi por aquí a Gregorio Peces-Barba, el que fue presidente de las Cortes».
Aunque no todos son expertos. Félix Fernández, recién jubilado, dice lanzarse ahora a este mundillo de los trenes eléctricos, mientras recuerda: «Toda mi familia ha sido ferroviaria e incluso mi hermano hizo la mili en la Renfe». Sus primeros pasos son modestos: «me acabo de gastar unos 200 euros, aunque ya me han avisado de que esto es sólo el empezar», sonríe mientras sujeta orgulloso la bolsa.
Por el contrario, Ángel Ruíz lleva más de 50 años con la afición a los trenes eléctricos a cuestas. «Comencé a los 19 y conozco Matey desde siempre. Santiago y Fernando son muy amables y todavía me acuerdo de su padre, que creo que ya falleció», afirma con nostalgia mientras mira de reojo a su mujer. No titubea al decir que este establecimiento es, en materia de coleccionismo, «el más importante de Madrid», y que espera que sus nietos sigan visitándolo: «quiero inculcarles este hobby».
Como a todo negocio, al Bazar Matey también le ha visitado la crisis. Ángel comenta que antes, «los sábados estaba lleno de gente, casi no te podían atender. Sin embargo, ahora hay muy poca clientela». Lo mismo parece haber observado David, aficionado a las maquetas de coches: «En estos tiempos, lo primero que se quita la gente son este tipo de caprichos. La venta por internet ha hecho mucho daño a estos comercios. Además, la mayoría de estos productos vienen de China y las nuevas medidas de importación han hecho que se encarezcan bastante», asegura.
¿Diversión u obsesión?
El campo de la psicología también ha abordado el tema de las aficiones. Para Mar Fernández, psicóloga, un hobby «tendría que ser exclusivamente motivacional, es decir, el desarrollarlo debería responder a satisfacer un deseo personal relacionado con el mero entretenimiento o diversión». Pero esto no siempre es así: «Parece que si uno no tiene un hobby definido no tiene una identidad personal. Pero no nos engañemos, nuestras aficiones sirven también para diferenciarnos del resto, no queremos ser iguales a los demás», afirma la especialista. Otro aspecto a tener en cuenta es de las altas sumas de dinero que se pueden llegar a desembolsar. «Una pasión se puede convertir en algo adictivo», aclara. «Si sufrimos tensión, ansiedad… al dejar de practicar esa afición, si ésta nos obliga a descuidar otras actividades cotidianas, o gastamos más dinero del pensado, algo puede estar fallando», advierte. En caso de que esto ocurra, los motivos pueden ser múltiples: «En la consulta nos encontramos en numerosas ocasiones a personas profundamente deprimidas o con ansiedad y estrés, con problemas de pareja…, que llenan sus vidas de hobbies. Estos tapan esos problemas, pero no los solucionan».
En cualquier caso, esperemos que la mayoría de los clientes no conviertan el Bazar Matey en su particular consulta psicológica, y que esta entrañable guarida de la calle Fuencarral siga ofreciendo felicidad a todo el que cruce su puerta hacia un universo en miniatura.