Los campeones que se burlan del destino
Una cancha, tres velocidades. A la derecha un equipo de colegialas disputan una pachanga. A la izquierda unas señoras hacen aeróbic tratando de seguir el ritmo de un radiocasete atronador. En medio, separados por dos lonas interminables, veinte ruedas zigzaguean sobre el parqué.
Son las ocho de la tarde y los jugadores del EMSV Getafe BSR planean sobre la pista en vuelo de reconocimiento. Tienen entre 18 y 50 años y distintas nacionalidades, pero todos comparten pasión (el baloncesto) y enemigo (la lesión). La superación de barreras físicas y mentales les ha anclado en el cuarto puesto de la División de Honor A, la cumbre del baloncesto paralímpico en España.
En el caso del pívot Morteza el enemigo es doble. Un camión le amputó la pierna derecha con tan solo ocho años, cuando pedaleaba en bicicleta por una carretera. Pero su accidente no le ha impedido jugar en la selección iraní —desde 2003, según su traducción del calendario persa— y en la liga italiana. Ahora viste de largo por una tendinitis en el hombro, y bromea con la idea de jugar un partido de pin pon, su otra pasión.
La plantilla getafense destaca por su diversidad. Morteza vive con Philipp (escolta suizo) y Sergio A. Quevedo (base de la selección mexicana). A ellos se suman los americanos Ryan Martin y Joshua Turek, este último de baja en Estados Unidos debido a un defecto de su prótesis.
Más curiosa que la impronta internacional resulta la presencia de una mujer en el equipo. Se trata de Virginia Pérez, que a sus 24 años se pelea con sus compañeros por un lugar bajo el aro, la posición más disputada del parqué. A pesar de que la federación permite los equipos mixtos, la liga solo cuenta con cinco chicas. El reglamento puntúa la discapacidad de cada jugador en pista, de modo que entre todos no pueden superar los 14 puntos y medio. Pero en caso de incluir una jugadora en el quinteto, el conjunto contará con un punto extra. Virginia, que comenzó su carrera jugando «de pie» en el Estudiantes, se considera «uno más».
En cualquier caso, los peor parados en este deporte de contacto no son los deportistas, sino sus sillas. Juan Carlos es el encargado de vigilar de cerca los choques constantes de las ruedas. El mecánico del equipo asegura que «los radios se rompen constantemente, y a veces también algún chasis». En los partidos, la solución es el arreglo inmediato, ya que los jugadores no pueden intercambiarse las sillas porque cada una responde a la fisonomía de su dueño. Sólo los más altos pueden tomar una prestada, ya que son los que mejor se adaptan a sus medidas.
Como la herramienta, las normas de este baloncesto son muy diferentes a las del original. Tanto que Iñaki de Miguel —ex jugador del Estudiantes, Olympiakos griego y Unicaja— todavía no se las sabe. «Estoy aprendiendo», reconoce desde sus 2.05 metros de altura. Con 39 años, el subcampeón de Europa con España en 1999 ha abandonado la alta competición, pero continúa apoyando su deporte como vocal de la junta directiva del EMSV Getafe BSR.
La presencia de una leyenda del baloncesto español en un club nacido hace veinte años con el único propósito de integrar a las personas discapacitadas no es casual. Responde al afán de su presidente, Alfonso García, de «aunar este deporte bajo un único paraguas». El objetivo es que tanto el baloncesto de pie como el que se practica en silla y el psíquico gocen de igual respaldo, ya que los discapacitados necesitan unos medios extra para jugar y no se les proporcionan. «Solo existen dos pabellones adaptados a sus necesidades en Madrid. ¿Por qué? Con el 0,1% de las licencias de fútbol nuestro deporte juega cinco años», se lamenta.
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