Y Los mandriles sonaron al fin
Que el baterista del grupo padezca miedo escénico complica las cosas ya desde el principio, tanto como para que en la grabación de su primer disco tuvieran que reproducir la parte de batería en un ordenador porque el músico se puso demasiado nervioso.
Los mandriles, una banda de rock de Castuera, en Badajoz, llevan cuatro años ensayando, hacen sus propios temas e incluso tienen un videoclip, pero hasta esta Navidad nunca se habían atrevido a tocar en público.
Ninguno de sus componentes, de más de cuarenta años, es un profesional de la música; más bien todo lo contrario. «Somos un grupo de nivel cero. Hemos grabado un disco y hecho un concierto sin tener ni puta idea», dice Juanillo, guitarra rítmica y solista. «Yo, oído no tengo, y un batería sin oído, pues ya me contarás», confiesa Magüito. «Yo me puse a cantar porque no sabía tocar ningún instrumento y porque era el que menos desafinaba», dice Segura, que no había cantado en su vida, «pero entre litro y litro…».
Los mandriles nacieron una noche de borrachera. Juanillo hacía unas demostraciones con su nueva guitarra acústica –él sí tenía experiencia-, cuando Magüito, dueño del campo (por esta zona de Extremadura, finca con casa) donde se celebraba la fiesta, tuvo una revelación: «¡Yo tengo una batería en mi doblao (ático)!». El cuarto integrante sería Juampe El gato. Con nociones de guitarra, acabó tocando el bajo porque era lo que hacía falta.
Encontrar un nombre para la banda no fue complicado: «Cada vez que volvía al pueblo nuestro amigo El gamba nos decía: «¡Esos mandriles!, ¿cómo estamos?». Y con Los mandriles nos quedamos», explica Juanillo, que ha tocado en grupos como Pedo negro (Madrid), Malayanta, Sínkope y Kinky Locotes (Badajoz).
Los problemas vinieron para hacerse con un local de ensayo en los veranos: Magüito cuelga los palillos por el cuidado del huerto y los animales y su campo no está disponible. Tras varios intentos con el Ayuntamiento de Castuera acudieron al de Quintana de la Serena, una población cercana donde se les concedió un sitio para tocar y ficharon a los dos bateristas que sustituyeron a Magüito durante sus etapas de retiro espiritual.
En aquel primer cuartucho, Juampe, funcionario de Correos; Segura, técnico de sonido e iluminación; Juanillo, administrativo, y Magüito, tapicero, lograron editar su primer disco, producido por El culebra, un amigo de Segura. Su título, ¡Qué lucha!, refleja el sufrimiento del parto de los nueve temas que componen el disco.
Los mandriles tienen letras reivindicativas, comprometidas con nuestro tiempo –«la sociedad que está mu mal…», dice Juanillo, el letrista y compositor-, y hablan también de amor en sus canciones, «pero amor barriobajero, como Barricada o Rosendo». Manoli, la mujer de Segura, los define como un «grupo de garaje», en sentido literal.
Pero a finales del verano pasado Juanillo ya no pudo esperar más y dio un ultimátum a sus compañeros: «O damos un concierto o no sé qué coño hacemos aquí». «Les puse las pilas –reconoce–, si tocas es pa que te escuche la gente…».
El aviso sirvió para que Los mandriles salieran de su letargo. Tenían tres meses antes del concierto, que programaron para las vacaciones de Navidad. Hicieron un nuevo fichaje, Chiri, la segunda guitarra, y pasaron de ensayar una a dos o tres veces por semana.
En una nave en el campo de Magüito montaron el escenario durante varios días. Tocaron antes para ir cogiendo confianza, aunque coinciden en que el último ensayo «salió como el culo». Presentarían los temas que ya han compuesto para el segundo disco, que esta vez será auto-producido en el estudio que Segura tiene en su casa. Llenaron una cámara frigorífica de cervezas para los invitados y esperaron a que llegara la medianoche del 21 de diciembre. Que sea lo que Dios quiera, pensaron todos.
Un letrero en la carretera anunciaba la salida para llegar a la finca («Wellcome to Magüito Arena. Mandriles en concierto»), el mismo cartel que más tarde colgaría sobre sus cabezas. Los nervios no perdonaban, había miedo, y el grupo no se relajaría hasta pasadas las primeras canciones. «Esto es una experiencia única. Estamos flipando con la reacción de la gente», dirá Magüito al descender de las alturas; él, que con sus cuarenta y cuatro años se preguntaba dónde iban a ir ya.
Unas cincuenta personas, entre amigos y conocidos del pueblo, aguardaban el momento en que Los mandriles saltaran al escenario. Un cantautor aficionado hizo de telonero. Entonces se apagaron las luces. Las guitarras comenzaron a rugir. Los focos de colores iluminaron a unos mandriles enloquecidos, y el público rompió en un solo grito.
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