Chatarra que cotiza en Bolsa
Como el oro y el petróleo, así se establece el valor de la chatarra. Cada semana, Benito Ayllón, propietario de la chatarrería de la calle de Embajadores, recibe una lista de precios de lo que se paga por el cobre, el acero inoxidable, el bronce fundido, el latón, el cable… y también por objetos como radiadores, offsets (máquinas de impresión), calentadores o motores, cuyo valor se decide semanalmente en la Bolsa de Londres.
«Es una lista orientativa —apunta el chatarrero—, porque a veces los precios varían incluso por días, en función de la oferta y la demanda, la cotización de los metales y los problemas en el mundo».
La primera semana de septiembre de 2012, por ejemplo, la tonelada de plomo costaba 1.200 euros; la de perfil lacado, 1.130; la de zinc viejo, 900, y la de motores, 700 euros. La hoja del 14 de enero de 2013, la última disponible, marca que el plomo está a 1.350 euros la tonelada; el perfil lacado, a 1.300; el zinc viejo, a 1.080, y los motores, a 720 euros.
Por las venas de Benito corre acero y morralla: su abuelo fue quien inició el negocio, en 1900. Después sus padres heredaron el establecimiento, que lleva en la calle de Embajadores desde 1948. Comparte acera en la arteria principal del barrio con bancos, grandes supermercados e inmobiliarias.
La de Benito es una de las cuatro chatarrerías que quedan en el barrio. El negocio de la chatarra, como tantos otros, se ha visto perjudicado por el hundimiento de la construcción. Este tipo de empresas viven del material de desecho, inservible, del que se surten al por menor. Sus principales proveedores son profesionales de la construcción que se dedican a las reformas y también, aunque en menor medida, particulares. «El problema es que ahora no hay reformas, y sin reformas no hay desechos», se queja Benito.
Aún así, este empresario tiene trabajando en su establecimiento a dos personas «en régimen de autónomo». Su sueldo depende de los kilos de cable de cobre que pelen. Esta chatarrería gasta «entre 300 y 400 euros diarios en la compra de metales —según su propietario—, y se lleva de un 10% a un 15% de beneficio por cada operación».
La chatarrería, una habitación con trastienda no visitable del tamaño de un piso de estudiante, es un museo de objetos variopintos. En una esquina, una escalera, un paragüero, una maleta, una televisión y una trompeta dan forma a un extraño bodegón. Apoyados en el suelo, dos fotos enmarcadas de los padres de Benito dirigen su mirada a la pared de enfrente, donde un Cristo cuelga junto a unas tijeras de podar y una sierra. Debajo de la balanza romana donde se pesan los objetos más livianos, decenas de contadores se agolpan con unas pesas, un pico…
El protagonista de la primera transacción de la mañana es un joven latinoamericano acompañado de su pareja y su hijo. Trae 5 kilos de grifos. Recibirá 2,50 euros por kilo «siempre que estén en buen estado». La chatarrería almacena la mercancía y, cuando atesora una cantidad importante, la vende a una empresa de gestión de residuos no peligrosos (Uve 2003, la que envía los precios a la chatarrería), «que a su vez la vende a una fundición de metales» para su reutilización, explica Virginia Martín, la secretaria.
Casi de seguido aparece un chico que acaba de quedarse en el paro, con una caldera de gas. Tras él entra otro joven que porta un tubo de aire acondicionado «procedente de un edificio en el que los están cambiando», aclara. Menos suerte tiene un hombre que quiere vender un lavavajillas, que echan para atrás por su gran tamaño. «Tienes que venir el lunes porque ahora no está el jefe. Pero de todas formas esto el jefe no lo compra», advierte Benito al último de la tanda.
«Nosotros limpiamos Madrid», dice el jefe, que no duda en reconocer la labor social y ecológica que cumplen negocios como el suyo, «que limpian las ciudades, convierten los desechos en algo útil y hacen ganar un dinero a la gente».
Recoger chatarra de la calle está prohibido desde julio de 2011, cuando empezó a funcionar la Ley Estatal de Recogida de Residuos, con el objetivo de regular un gremio con una tradición opaca. Ese verano unos 200 chatarreros se manifestaron en Madrid por primera vez en la historia del gremio para protestar contra la normativa, que penaliza recoger los materiales férricos y no férricos de la calle porque entiende que si están en la vía pública son de propiedad municipal. Por otro lado, obliga a quienes deseen dedicarse a la recogida de hierro y cobre a obtener la tarjeta que los acredita como técnicos para transportar residuos no peligrosos.
Benito, el único chatarrero del barrio que ha accedido a hablar, afirma que no trabaja con población rumana ni con otra gente que vaya buscando chatarra por la calle: «No queremos problemas ni malentendidos». En su establecimiento se pide, solo en ocasiones, el carné de identidad a los clientes, pero no la mencionada tarjeta de transporte de residuos. Tampoco hay una lista de precios a la vista del público, y las hojas de reclamaciones cuelgan de la pared de la pequeña oficina del propietario. De la mayoría de los pagos no se deja constancia en ningún lado, algo que el dueño justifica porque en el libro de cuentas, que enseña, solo se anotan cantidades relevantes, por encima de los 10 o 15 euros habituales. Cuando al local llegan partidas grandes de un material, se debe «dar cuenta al asesor y en la comisaría de policía». Benito insiste en la legalidad y la transparencia de su negocio.
Alfredo, un exmilitar que pertenece a una asociación de ayuda a los veteranos de la legión, ha traído cable de red («de procedencia lícita», recalca), para sacar dinero para la asociación. No ha quedado contento: en la chatarrería le han pagado 15 euros por algo que, en su opinión, al chatarrero le dan 100. La impresión que se lleva es que «hay mucho B y que compran lo que sea. Son unos oportunistas de la miseria», sostiene. No habrá próxima vez, dice, «para 15 euros, los ingreso de mi dinero a la asociación, porque me he hecho 40 kilómetros para venir».
«La gente a veces piensa que los engañas porque creen que lo que traen es una cosa y luego es otra. Hay muchos precios y muchas clases», se defiende Benito. «Hay que conocer los metales, no es algo fácil, y para eso nosotros somos los profesionales».
Pocos minutos antes, un hombre vestido con un mono de trabajo se había marchado de la chatarrería refunfuñando: le daban siete euros por lo que hacía un rato le ofrecían diez. Puede que tuviera que ver con las variaciones de la la Bolsa de Londres.
si no fuera por los chatarreros estuviera mas contamido el mundo lastima que no los valoren
si no fuera por los chatarreros estuviera mas contamido el mundo lastima que no nos valoren
Los que compran chatarra son usureros que pagan una miseria aprovechándose de la gente necesitada y luego venden al doble o más de lo que pagan. Además ellos no tienen que transportar la chatarra ni sudar ni mancharse las manos.tambien decir que pueden defraudar fácilmente por que pueden declarar lo que les conviene para pagar menos impuestos
Tal vez debería regularse el tema y poner un precio mínimo de compra y todo bien contabilizado
Hola, Estoy buscando chatarreros en Madrid donde pueda encontrar articulos antiguos que me puedan servir para unas fotos, es decir, como los que tiene Benito en las paredes. Podeis decirme la direccion de este chatarrero y si conoceis alguno mas??
Muchas gracias!
UN VERDADERO CHATARRERO,NO ROBA.NO SE PUEDE TOCAR NADA ,AUNQUE ESTE ABANDONADO.Y MENOS SIN PERMISO.LUEGO PAGAMOS JUNTOS POR PECADORES.A MI PRIMA LE HAN ROBADO,TODO EL DINERO QUE TENIA.ESTOS LADRONES TE CONTROLAN .SON MUY LISTOS,TE ROBAN EN SEGUNDOS.MURCIA ESTA LLENA DE LADRONES Y TRAFICANTES.MUCHA MIERDA.LOS VECINOS ESTAN HARTOS DE ESTA GENTE.VALLA TELA.