Pan bendito para gargantas enfermas
Una vez al año, Canillas acoge una particular subasta. Para muchos supone una cuestión de honor.
— ¡Se abre la puja por 10 euros!
— ¡Doy diez!
— ¡Diez euros da la señora!
— ¡Veinte!
— ¡Veinte al otro lado! ¡Venga!
— ¡Treinta!
— ¡Cuarenta!
— ¡Cuarenta da la señora! ¿Alguien da más? –el silencio recorre por primera vez el público-. ¡Que todavía se puede arrepentir! –hay una carcajada general-. ¡Entonces cuarenta por el brazo posterior derecho! ¡Viva San Blas!
— ¡¡Viva!!
— ¡Viva el patrón de Canillas!
— ¡¡Viva!!
Los aplausos retumban en los muros de la ermita de San Blas. La figura del Santo preside la escena, mientras los ganadores de la subasta se preparan para el honor de cargar con las andas: devolverán la figura a su casa, la ermita.
San Blas pasa el resto del año encerrado, pero el 3 de febrero, sale a la calle. Es la fecha que el santoral marca como su día. Su recorrido está lleno de música, de gente, de gritos. Es así desde, al menos, los años 60. Ahora cruza carreteras de asfalto, aunque antes cruzaba praderas. Ha visto crecer a vecinos y devotos: de niños a adolescentes, de adultos a ancianos. Pero hay algo que no ha cambiado, Canillas aún recuerda sus tradiciones.
En vida, San Blas fue médico y obispo de la localidad de Sebaste, en Armenia (actual Turquía). Hoy es considerado el patrono de los enfermos de garganta por su don de curación milagrosa. En Canillas, no faltan los creyentes que se acercan a él con pañuelos y bufandas para que les proteja la garganta. Otros compran las roscas de pan bendito con anises. La leyenda cuenta que la persona que lo tome quedará libre de enfermedades de garganta y pecho durante todo el año.
Testimonio de fe
Mercedes, de 57 años, acude a la ermita el día de la festividad desde que tenía 5. Recuerda que antes no se vendía el pan: se traían varios cestos repletos que se repartían frente a la capilla. Cada año, guarda un pan de San Blas en el congelador por si lo necesita. Aún así, sigue comprando para toda su familia. «Mi nuera, que padecía mucho de la garganta, está mucho mejor», cuenta. Mercedes le pide que se lo tome con fe, al igual que ella misma y su marido. «No hemos tenido ninguna enfermedad de garganta este año», asegura. Es sólo un testimonio entre muchos. A su alrededor se oyen voces débiles, roncas, metálicas, de creyentes que acuden al Santo en busca de ayuda.
Los panes llegan a sus manos a través de Mari Carmen, quien se encarga de venderlos. Lleva 26 años haciendo lo mismo el 3 de febrero. Desde por la mañana, una cola desfila ante la ermita. Este año hay 14.000 panes esperando y, normalmente, se venden todos, explica. Ella y Guillermo, otro voluntario, se quedan allí hasta que no queda nadie o se acaban las rosquillas. «La gente viene con mucha fe y contando testimonios».
Mientras, la música acompaña la imagen del Santo por las calles de Canillas. Los edificios de ladrillo rojo y el asfalto son testigos de la escena. Dos dulzainas, un tambor y un bombo ponen la banda sonora. La gente, el baile: una jota improvisada en medio del asfalto. Los viandantes miran desde la acera, hacen fotos, sonríen. No ha habido anuncios ni avisos, ninguno se lo esperaba.
Este año hay más gente que otras ocasiones. ¿La razón? La festividad ha caído en domingo. Carmen López, una vecina de Canillas, ha venido con una amiga y sus hijos. Esperan con emoción a que el Santo vuelva a su ermita. Su hija viene por primera vez a esta celebración. «Otros años no he podido venir porque la festividad cae entre semana», cuenta Carmen. Su hija dice orgullosa que ha ayudado a bajar la imagen de San Blas desde la ermita hasta la cercana parroquia de Santa Paula, mucho más grande, en donde se ha oficiado la misa presidida por el Santo patrón del barrio. Aún así, Eulalia, Blasa y María, otras vecinas, aseguran que la iglesia estaba a tope: «No nos podíamos mover».
Frente a la ermita, los recuerdos de años pasados afloran en las conversaciones. «Antes aquí se hacía un romería, cuando todo esto era campo. La gente traía tortilla», dice Carmen. Conchita, por su parte, recuerda que en una ocasión hubo incluso toros.
Basilio, el párroco, lleva 15 años encargándose de la ermita. Contrata en Alcobendas la cantidad de pan que necesita al mismo obrador que provee a la Zarzuela. La mercancía llega la víspera de la festividad. Tras descargar las cajas y delante de todos los que han colaborado, bendice los panes. Ya están listos para el día siguiente. Basilio ha continuado las tradiciones que había antes de que él llegara: toca la misma orquesta en la procesión, y Alfredo y Carlos siguen encargándose de la subasta.
Tras recorrer las calles de Canillas, San Blas vuelve a las puertas de la ermita. Allí se produce la subasta de los puestos para sujetar las andas y los pasteles. El público se abarrota en semicírculo a su alrededor. Los bocaditos de nata llegan a ser pujados de 50 céntimos en 50 céntimos hasta que la ganadora se los lleva por 24 euros. A partir de ese momento, se hace el silencio. Cuatro devotos cargan el Santo a los hombros y allí, parado por unos segundos, se oye el himno nacional.
Escoltado por el párroco, vocales de liturgia y decenas de seguidores, San Blas echa el último vistazo a la calle. Al entrar, las voces de quienes piden su cuidado entonan a coro: «San Blas, querido patrón, de todo mal, protégenos».