Una parcela de Colombia en el corazón de Atocha
Maletas que ruedan por el asfalto, tacones que recorren con prisa los andenes, viajeros que vienen y otros que se van. El tiempo en la terminal de Atocha baila al son de un estricto horario de Cercanías y el vaivén de unos pasajeros que entienden a la antigua estación del Mediodía como un punto de transición, el último paso antes de llegar a su destino.
Entre el bullicio de la estación destaca una voz amable. «Jefe, ¿un cafecito colombiano?», ofrece Juan Felipe desde su pequeño puesto de productos de ese país. Entre los árboles centenarios del Jardín Invernadero de la estación de trenes, este colombiano de 28 años convive con otros 20 stands de productos artesanales. Y es que Juan Felipe nombra con orgullo su profesión: la de feriante.
Juan Felipe aterrizó en España en 2010 desde su ciudad natal, Medellín. Allí estudió la carrera de Administración de Empresas y ejerció su profesión gestionando una cadena de supermercados. Sin embargo, la crisis no pasó por alto la segunda ciudad más poblada de Colombia y el establecimiento para el que trabajaba cerró. Ante las dificultades laborales, se armó de valor para separarse de su familia y emprender un viaje hacia lo desconocido. Un periplo que lo trajo a nuestro país y hasta el puesto de café colombiano de la estación madrileña. Esos tres años le han llevado a recorrerse de punta a punta la geografía española, siempre con sus productos de su país a cuestas.
«Caminando en los zapatos de un feriante»
Recuerda que de pequeño observaba los puestos en las ferias de productos artesanales, «artesanías» como las llaman en Colombia, pero nunca se imaginó «caminando en los zapatos de un feriante». Será que el calzado no le incomodó demasiado ya que tres años después dedica 12 horas al día a vender café colombiano de comercio justo, es decir, comprado a pequeños agricultores. «Es una manera de ayudar a las personas más desfavorecidas que tienen sus cultivos», explica. El café que vende en su puesto lo exporta la marca Fairtrade desde el municipio colombiano de El Tambo, en Cauca, donde se lo compran «a las madres cabeza de hogar». El 10% de los beneficios del año pasado se destinaron a ayudarlas a continuar con su producción. Este año colaborarán con la organización no gubernamental S.O.S. Salva un tiburón, una asociación dedicada a concienciar a las personas de la matanza de estos animales en Suráfrica.
Aunque de momento le da para vivir -gana unos 40 euros al día- reconoce que las ferias ya no tienen el mismo éxito que hace unos años. «No sé si por la crisis o porque ya se ha trillado a la gente siempre con la misma historia». Ahora vive de la clientela fiel que busca un tipo de producto específico que sólo encuentra en las ferias artesanales. Con el café les cautivó y ya saben dónde buscarlo. Incluso llega a llamarles personalmente: «Jefe, un cafecito colombiano a un euro».
Para Juan Felipe la clave de un buen vendedor es saber tratar con los clientes, «asomar la cabeza y decir ‘venga señor, tómese un café, pruebe la mermelada’». Pocos son los colombianos que responden a su oferta. Asegura que el comprador habitual es un señor de mediana edad que sabe apreciar el tueste natural de su producto. Y los italianos: «A los italianos les vuelve loco el café colombiano».
De momento no se plantea dejar su trabajo actual y a los demás feriantes –a quienes considera casi familia– y reconoce que la profesión de vendedor ambulante no es para todos. «Es trabajar de 10 a 10 y vivir en un sitio distinto cada mes. Muchas veces se echa de menos el calor de un hogar».