«Perdí la noción del tiempo y pensaron en sacarme del agua»
«Lucho por mis sueños, obligado estoy» es el eslogan que preside su página web y la máxima que ha convertido a Héctor Ramírez Ballesteros (Madrid, 1991) en el primer hombre capaz de cruzar el Estrecho de Gibraltar nadando a mariposa. Aquella odisea le dejó más de una semana sin poder levantar los brazos, prácticamente inmóvil por las molestias. Dos meses después, asegura que lo volvería hacer «solo por la sensación del final».
La idea de unir Europa y África nadando a mariposa, el estilo más duro físicamente, surgió hace ahora dos años. Su ambición le movió a valorar con su entrenador la posibilidad de convertirse en el primero en conseguirlo y, de paso, apuntarse el récord del mundo. «Nos habíamos planteado cruzar el Estrecho a crol, pero le dije que por qué no a mariposa. Él me contestó que, si yo estaba dispuesto a hacerlo, él estaba dispuesto a entrenarme», recuerda. Buena parte de esa preparación la realizó en la piscina de Pinto, donde nadaba entre 40 y 48 kilómetros semanales. En total, más de 2.000 kilómetros en 2013, el equivalente a recorrer la Península ibérica de norte a sur dos veces.
«Tardé hora y media en hacer los últimos 500 metros cuando en condiciones normales tardaría diez minutos»
Con ese bagaje se presentó en Tarifa el 1 de septiembre, aunque hasta el 8 no pudo saltar al agua por el estado del mar. En ese tiempo de espera e incertidumbre tampoco dejó de prepararse: «Entrenábamos en una playa donde decían que había unas condiciones parecidas a las que iba a tener en el Estrecho». Sin embargo, solo nadaba durante una hora al día para no desgastarse. En cualquier momento –de un día para otro, como así sucedió– le podían avisar de que tenía que entrar en el agua.
Al octavo día, pudo probar suerte. «Me dijeron solo cosas malas: que a los que lo habían hecho el día anterior, que era un grupo de cuatro, no les favoreció nada la corriente, que la temperatura del agua estaba más fría que antes… A mí la corriente me perjudicó al principio y sobre todo en los últimos 500 metros: tardé una hora y media cuando en condiciones normales tardaría diez minutos», recuerda todavía con gesto de incredulidad.
«Fue más duro de lo que esperaba, sobre todo al principio porque el agua chocaba contra la costa. Había veces que no veía la barca guía por culpa del oleaje, el gorro se me cayó y lo tiré a la barca. En ese momento pensé ‘como sea todo así va a ser un poco duro’», explica el pinteño. El resto de la travesía tampoco fue sencilla, hasta el punto de que tuvo que dejar de alimentarse durante parte del trayecto. «Cada hora tomaba bebida energética y geles, pero a las tres horas me empezaron a sentar mal y tuve que dejar de tomar cosas hasta la quinta hora. Ni beber me apetecía».
«Me acuerdo solo de la primera hora, del final, pero del tramo de la mitad… como si hubiera sido un sueño»
«Fue un momento en el que empecé a perder la noción del tiempo. Sabía más o menos la hora que llevaba pero nunca me había pasado eso. Dicen que es algo que le ocurre también a los fondistas, que pierden la noción», explica. «Me acuerdo conscientemente de la primera hora, del final, pero del tramo de la mitad… como si hubiera sido un sueño. Hubo ratos que era nadar por nadar», cuenta Héctor R. Ballesteros, que asegura no terminar de creerse lo que consiguió.
La aventura, el récord y el reconocimiento corrieron peligro de la forma más tonta. En esos fatídicos 500 metros finales, cuando parecía que estaba todo hecho, la organización se planteó obligar a Héctor a abandonar. «Es una zona en la que han sacado a muchísima gente y, como veían que no avanzaba, estuvieron pensando sacarme. Me veían cansado, pero si me llegan a decir que me tengo que salir hubiera apretado mucho más», relata sonriente y orgulloso por ese último esfuerzo.
«Las diez últimas brazadas fueron lo que más disfruté de la prueba. Me dijeron que cuando llegase no me sentara en la costa porque había ostras o algo así y que me podía cortar. Me dio igual, me senté y lo disfruté», recuerda el nadador. Héctor tocó tierra y levantó sus manos al cielo de Marruecos. El récord del mundo ya llevaba su nombre, puesto que nunca nadie había cruzado el Estrecho nadando a mariposa. Sin embargo, después de 7 horas y 5 minutos de travesía no hubo apenas tiempo para la celebración: «En casi dos minutos subí a la barca y me pusieron una manta térmica. Pensé que estaba bien pero temblaba bastante. Me tomé un caldo y me quedé dormido. A veces abría los ojos e iba viendo los delfines, fue como un sueño». Un sueño realizado.
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