La Dragona del cementerio
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En el anochecer del primer sábado de febrero, el vallado del cementerio de La Almudena encierra un día más la solemnidad dentro de sus fronteras. Lugar de muertos ilustres de la Guerra Civil como las Trece Rosas, por los aledaños del camposanto no solo deambulan los espíritus a la caída del sol. Multitud de jóvenes, y no tan jóvenes, se adentran en pequeñas tandas en uno de los edificios de la Avenida Daroca, 90, al noreste de Madrid. Van a participar en la Jornada Libertaria de La Dragona, la casa okupa que lleva cinco años organizando actos culturales y siendo lugar de ensayo para bandas amateurs. Su controvertida existencia se alza en la España de las tres millones de casas vacías.
Cada semana varios okupas se reúnen en asambleas para discutir «eventos internos y externos» que atañen al centro de cuatro plantas, con huerto y una terraza con vistas al interior del cementerio. No hay jerarquías, se debate todo sin saltarse el turno de palabra y se recrimina a aquellos que no se involucran en la limpieza de La Dragona. Abordan la última visita de un funcionario civil del Ayuntamiento de Madrid con la orden de suspender la fiesta programada para el pasado día de Reyes, que finalmente no se celebró. «Aquí no entran ni partidos ni sindicatos con fines electoralistas», afirma Mario, el moderador del último debate que con apenas 22 años representa al grupo de Vivienda. Según él, la comisión sigue una estructura similar a la de Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH): «Con la crisis, la gente demanda mayor información y aquí intentamos ayudar a los vecinos con problemas».
Tras una década de desalojos apoyados en la reforma del Código Penal de 1995 que recoge la usurpación de bienes inmuebles, el movimiento okupa ha pasado página para Robert González, profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). Cree que se ha revitalizado «gracias al auge del 15-M y de la PAH».
Según comenta el profesor de la UAB, este resurgir se vive de forma diferente en Madrid y Barcelona. «En Cataluña, la izquierda independentista ligada tradicionalmente a la okupación no ve demasiado bien la nueva corriente promovida por la PAH porque a esta última la representan propietarios nostálgicos y la okupación rechaza la propiedad». La plataforma apoya a los desahuciados en esta práctica cuando se trata de un inmueble perteneciente a algún banco. En este sentido, «Madrid va por delante por ignorar esta competencia inútil pese a su minoría numérica con respecto a la Ciudad Condal». González considera que hay más diálogo entre instituciones y centros en Madrid que en Cataluña, «incluso en la etapa del tripartito de izquierdas (PSC, ERC e ICV de 2003 a 2010) al frente del Govern», eso sí, «no suelen terminar con éxito».
Primera visita para desorientados
Omar visita por primera vez La Dragona. Observa atentamente fotografías de la CNT durante la Guerra Civil con motivo de la Jornada Libertaria. «A pesar de que llevo 17 años en La Elipa, hasta hoy no había entrado», dice en compañía de los dos amigos que le han animado a acercarse. De origen marroquí, se encuentra en paro desde que perdió su empleo como camarero hace ya varios meses. Nunca ha vivido la política de forma muy intensa, pero la precariedad que le rodea a él y a sus compañeros le ha despertado nuevas inquietudes. «No he escuchado muchas críticas en el barrio acerca del centro autogestionado. Este, a diferencia del Patio Maravillas (próximo a Plaza de España), se encuentra más aislado de la urbe», añade uno de sus acompañantes más conocedor de la casa. Ambos creen que con la crisis puede haber menor rechazo a las okupaciones. Se refieren a dos conocidos de San Blas que, apoyados por los vecinos, viven desde hace un año en un piso en manos de bancos.
Al salir de una de las charlas del día, «La limosna envenenada» sobre las instituciones caritativas de la Iglesia, Julio Reyero, el conferenciante y maquinista de Renfe en Madrid, dialoga con algunos compañeros también ferroviarios. Su conversación se diluye entre el bullicio del rellano próximo a la cafetería, donde reparten comida vegana y bebidas no alcohólicas. Frente a Noé, primerizo en La Dragona, Reyero alaba la conciencia social de los integrantes. «Salvo algunos que tienen una idea equivocada; aquí uno no viene a drogarse». En ese momento, en el descansillo, un hombre de mediana edad impide el paso a un grupo de adolescentes con bolsas que se dirigían a las plantas superiores. Se pueden ver carteles que prohíben el botellón, salvo algunas excepciones, y fumar en las salas de espacio reducido como en la que se realizan las charlas.
Un varón, de los más veteranos de la jornada, baja las escaleras camino a la entrada. Bernardo, «del barrio de toda la vida», lleva año y medio participando en el taller de percusión de «La Dragona»; dice que no pasa por malos momentos económicos. Mientras realiza un pequeño tour por la casa, se topa con otro vecino ocupado en las obras de la sala polivalente que acogerá un taller de pintura, entre otras actividades. Recuerdan el peor momento del centro cuando, hace dos años, saltaron tensiones internas: «Los que llegaron en primer lugar no decidían mediante asambleas, se cerraban a propuestas externas. Hacían un uso inapropiado de él, pero ahora pasa todo lo contrario».
Los ensayos de bandas de punk, metal o rock resuenan los viernes noche en las paredes de La Dragona. Cristina, de 19 años, acompaña a una banda de thrash metal. Según ella, van allí por cercanía y porque les resulta más barato que alquilar una sala de ensayo ya que pagan cinco euros al mes, y el primero es gratis. «A mí me parece que el centro está bien, pero falta higiene y limpieza en las salas, sin olvidar que no hay baño en el interior, con todos los problemas que ello supone para nosotras». Cree que no hay demasiada organización en el centro porque cuando llega no encuentra a nadie que le oriente sobre las actividades que se llevan a cabo. En una excursión por el edificio, pasa por la cocina prometiendo entre bromas no comer ni cocinar ahí «por temor al contagio de una ETS».
«Los vecinos demandan cultura donde no la hay»
En la otra cara de la moneda, desde Funespaña S.A., empresa concesionaria de la gestión del cementerio, evitan abordar el problema por encontrarse aún «en mitad de un procedimiento judicial»; la Empresa Mixta de Servicios Funerarios afirma que es responsabilidad del Ayuntamiento de Madrid en el caso de que notifiquen quejas de los vecinos. Por su parte, desde esta institución aclaran no haber seguido demasiado de cerca el conflicto, «aunque poco se puede hacer hasta que un juez no acepte el caso». Ya en 1992 Funespaña protagonizó el «caso Funeraria», cuando compró el 49% de la funeraria pública, Empresa Mixta de Servicios Funerarios, por 60 céntimos, cuando su valor se tasaba en torno a los seis millones de euros netos. En la trama fueron condenados el director de la empresa y el concejal popular Luis María Huete.
«Los vecinos demandan cultura en un barrio donde no la hay, por ello la oferta gratuita de actividades de la casa es importante», comenta Ignacio Yáñez, de 33 años y miembro de la asociación La Nueva Elipa. Dice que la única alternativa es un centro cultural, pero que, para hacer uso de él, se deben abonar 300 euros. «Poco a poco, se está entendiendo la ocupación de casas en manos de bancos como una opción real». Pese a su aparente apoyo, no se muestra ajeno a las críticas. La asociación vecinal «representa a todos». «El ruido y el trato irrespetuoso a los muertos centran las quejas de los contrarios a La Dragona, pero, de todas formas, su localización impide molestar a mucha más gente», afirma Yáñez. Acto seguido, recuerda que uno de los motivos de la denuncia de Funespaña consistía en el atentado al honor de los muertos.
La cultura les une, pero la ideología les define. «Hemos conocido pocos visitantes de derechas en La Dragona, eso sí, no todos tenemos las mismas ideas y, por tanto, no todos somos anarquistas», espeta Isabel en la última asamblea, de unos treinta años e integrante la comisión de «música comprometida» Rhythm of Resistance (ROR). Después de un coloquio de una hora de duración entre la docena de asamblearios sobre si participaban o no en este reportaje, Isabel lanza un mensaje sincero, pero revelador: «¿Ves? Esto es lo malo de la horizontalidad, que todo se hace eterno».
Es noche cerrada y todos abandonan el centro, vuelven camino a sus casas tras echar el candado a La Dragona. Los enseres pertenecen a todos y a nadie al mismo tiempo, pero cierran las puertas porque los espíritus que deambulan por el cementerio no se bastan para proteger el camino recorrido; los «ladrones de la revolución», agazapados, siempre acechan sin piedad .