Atlético – Real: La pasión que divide Madrid
Autores: Fernando Muñoz / Eduardo de Rivas
Cada vez que Atlético de Madrid y Real Madrid se ven las caras en el terreno de juego, el espectáculo trasciende mucho más allá del estadio. La ciudad se parte en dos durante 90 minutos. No hay amigos, no hay familia, no hay ningún tipo de hermandad hasta que el árbitro da el pitido final. Madrilánea no quiso perderse el derbi desde la pasión de los dos bandos.
Vivir un partido en las entrañas de un estadio es una experiencia insólita: se corean los cánticos de la grada a sabiendas de que la voz no atravesará las paredes ni la pantalla, el rugido de la afición te alerta de que ese centro que ves por televisión acabará en la red y te sientes ridículo al saber que tras ese muro está el paraíso en forma de tapete verde. El Calderón alberga en su interior el Sport Arena, un bar de entrada libre para aquellos forofos que no tienen acceso al campo, pero a los que un imaginario cordón umbilical les impide despegarse de su «casa». Allí se reunieron el domingo unos 200 rojiblancos para comprobar si la debacle de la Copa del Rey fue un espejismo o si realmente el «cholismo» moría en la jornada 26.
En Rivas Vaciamadrid, la peña Rivas Covibar lleva 21 años reuniéndose para ver los partidos del Real Madrid. Como no podía ser de otra manera, el local de la plaza del Monte Ciruelo, 4 se llenó de aficionados blancos que querían ver cómo su equipo seguía líder de la Liga. Quince minutos antes de que empezara el partido, ya había gente ocupando sus asientos delante de la pantalla gigante. Había ganas de fútbol.
El arranque no pudo ser más desolador. A los tres minutos regresaron los fantasmas de los últimos 14 años. Por las mentes de los parroquianos se apareció Ronaldo (el brasileño, a un mito no se le puede llamar «el gordo»), Solari en la 2003/2004, o Raúl a pase de Robinho con la colaboración de Pablo Ibáñez. El temor por revivir el pasado en forma de goleada recorrió el estadio. Duró un segundo, el tiempo en el que las cámaras enfocaron a Simeone y la afición de dentro y fuera recobró la fe: «En Copa nos jodieron igual al principio y mira como acabaron», se decía un aficionado rojiblanco para darse ánimos.
Los primeros gritos se empezaron a oír con el pitido inicial tras una falta de Juanfran, pero el primer aullido vino con el gol tempranero de Benzema. Casi no se habían sentado todos en sus asientos cuando el francés ponía el 0-1. Muchos lo oyeron desde fuera del local y corrieron para ver la repetición por la televisión. Otros no tuvieron ni esa suerte y eran recibidos entre bromas al entrar por la puerta. «Pareces el Atleti, que llega cinco minutos tarde al partido».
El ánimo empezaba a despegar hasta que un árbitro volvió a erigirse protagonista de un derbi. No pitó un penalti claro a Diego Costa y el lema de los atléticos de los últimos años, ese «siempre igual» que ha acompañado el regreso a casa por el Paseo de los Melancólicos se hizo presente. Mal empezaba.
La tensión se mascaba cuando Diego Costa cayó en el área ante Sergio Ramos. El penalti era claro y más de uno se llevaba las manos a la cara… hasta que vieron que el juego seguía. «De la que nos hemos librado», dijo uno. «Era penalti, pero si no lo pita, mejor». Los nervios dejaban paso a la relajación al ver que el reloj corría y el Atlético no terminaba de encontrar su mejor juego. Un «¡¡¡uy!!!» con cierta guasa se dejaba oír ante una ocasión rojiblanca que terminaba lejos de la portería de Diego López.
Las pantallas mostraban lo que los aficionados querían ver: intensidad rojiblanca y un Madrid desdibujado. El público (en su mayoría de pie) estaba de puntillas buscando una de las más de ocho pantallas que ocupan las paredes y las columnas del Sport Arena. Y en eso la jugada de Turan y el gol de Koke. Éxtasis. Era más fácil hacer amigos allí que descubrir en qué momento Arda Turan se había disfrazado de Guti haciendo bailar a la defensa del Madrid como si fuera una de sus míticas noches en Pachá. Si algo saben hacer los atléticos es vivir con intensidad estos momentos, ya sean dulces o amargos. Y este minuto 27 fue sin duda balsámico.
En Rivas ya no se hacían tantas bromas. La alegría había cambiado de bando y el sentir general clamaba contra la portería. «Yo sé de un portero que eso lo paraba», comentó uno. «Eso es lo que pasa cuando el portero bueno se queda en el banquillo», se quejaba otro, mientras alguno recordaba que el Madrid no había ganado aún un derbi con Diego López bajo los palos. El Atlético dominaba, el gol de Koke había sido un mazazo y el silencio se hacía dueño del local blanco.
En el Sport Arena la gente se contagió del espíritu de la Grada Joven que no paraba de saltar apenas unos metros por encima de sus cabezas. Se seguían los cánticos que se colaban entre la voz de Carlos Martínez con más ahínco que aquellos que llegan al campo con un saco de pipas en el bolsillo. Fueron 20 minutos épicos donde la falta de empuje del equipo de Ancelotti animaba aún más a unos seguidores que alternaban cánticos con gritos a la pantalla (contra el árbitro o contra «ese portugués..»). En cada córner o falta se escuchaba a uno de los parroquianos (un clásico del local, a tenor por la forma en la que se movía) elogiar a Simeone: «El laboratorio, mira cómo tiemblan estos. ¡Dales «Cholo» con la pizarra!». Algún que otro aplauso y risas del respetable refrendaban la frase. Al menos la primera vez, al cuarto saque de esquina acompañado del mismo chascarrillo las miradas no eran precisamente de aprobación. En esas llegó el gol de Gabi, que no por inesperado fue menos celebrado. Incluso un hombre de más de 65 años chocó las manos como si fuera el Bronx con el mismo chaval insolente que minutos antes le había quitado el taburete tras un paseo guiado por la ira y la desesperación.
El Atlético dio un golpe encima de la mesa. Muchos se las veían felices cuando Benzema ponía el 0-1 en el marcador y nadie en Rivas daba un céntimo por la remontada del Atlético. Pero el Real Madrid había desaparecido del campo y Gabi enfadó al respetable con un zarpazo desde fuera del área. Si ya se oían voces en contra de Diego López tras el primer gol, ahora eran mayoritarias. El peor final de primera parte imaginable para la parroquia merengue, a la que se le atragantaba el cigarrillo del descanso.
En el descanso llegó ese momento en el que los que están en el estadio envidian a los desafortunados que ven el fútbol por la tele: la cerveza barata. Mientras unos hacían cola frente a la barra otros salían a fumar al exterior, pero todos tenían una palabra en la boca: «Golazo». En una de las mesas altas, un grupito hablaba sobre el eterno debate entre Diego López y Casillas, pero no en los términos típicos del madridismo. Aquí el debate giraba en torno a la maldición de los colchoneros con el de Móstoles en la portería. La conversación se zanjó entre risas cuando un joven de chándal dio las gracias a Mourinho por «cargarse a Iker y regalarnos media Copa del Rey». El portugués, siempre presente.
Intensidad y emoción hasta el final
Corrían los minis y los tercios cuando a más de uno sorprendió que el marcador reflejara ya el minuto 50. Es lo malo que tiene ver el fútbol fuera del estadio o en un bar demasiado grande, que como se forme un debate nadie presta atención a la pantalla. Entretanto, el Real Madrid volvió a recuperar el mando del partido. Un hombre con el «baile de San Vito» lo vio claro: «Como nos encerremos atrás estos nos empatan». Mientras, el bajón físico del Atlético se hacía evidente para los «expertos de bar».
Los cambios de Ancelotti estaban funcionando. La entrada de Carvajal y Marcelo en la segunda mitad desataron los comentarios de los menos afines al técnico italiano. «Esos eran los que tenían que haber empezado». Era el sentir general de un local que se llenaba de ilusión al ver que su equipo volvía a dominar el partido. Carvajal encontró la conexión con Bale y las ocasiones empezaban a llegar, aunque el tiempo corría en contra de los blancos y los nervios se apoderaban de los aficionados blancos.
Algunos rezaban, otros no querían casi mirar a la pantalla gigante y los había que no paraban de morderse las uñas. El minuto 80 lucía ya en el electrónico, pero su equipo seguía sin conseguir el gol del empate. Pero entonces apareció Cristiano, perdido hasta ese momento. Carvajal aprovechó un fallo de Filipe y conectó con el luso, que fulminó a Courtois. La afición entró en éxtasis. Los aficionados empezaron a dar saltos de alegría, coreando el grito de «Cristiano Ronaldo, lo lo lo», como si se encontraran en la grada del Bernabéu.
La internada de Carvajal, el agujero de Mario Suárez y el remate de Cristiano solo en el área cabreó al Sport Arena, aunque no fue esa sensación de impotencia tan vivida tiempo atrás. Esta vez el eterno rival había estado por debajo todo el partido y sólo un error provocó el empate. Después llegó el único cambio del Atleti, que se saldó con una cerrada ovación para el «Cebolla» Rodríguez. Los últimos ocho minutos se finiquitaron con arengas incendiadas por esos nervios que invaden el cuerpo del forofo al final de un partido importante. Entre grito y grito, los cánticos. Uno de los principales —además del clásico «Atleeeti, Atleeeti»— fue para Thibaut Courtois, eterno héroe rojiblanco de los últimos tiempos.
Se acabó el partido y la gente salió del Sport Arena como sale del estadio: enfilando el vomitorio, en este caso las escaleras que suben del «sótano» del Calderón, hacia la calle. Otro derbi acababa con una frase recorriendo los corros de las puertas del estadio: «Se nos han escapado vivos».
«Cinco minutos más y ganábamos». Era el sentir general de una afición que se quedó con ganas de fútbol. «Ya podía haber prórroga», bromeaba alguno, satisfecho al saber que su equipo había salvado un punto importante de cara a la Liga. Al llegar a casa, habría que poner la televisión y ver qué hacía el Barcelona contra el Almería. Pero con tranquilidad. Pasara lo que pasara, seguirían siendo líderes.
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