Encuentros

Ampuero: «El periodismo no es un oficio para no idealistas»

María Fernanda Ampuero, en su visita al XXV Máster de Periodismo ABC-UCM

María Fernanda Ampuero (Guayaquil, 1976) llegó hace una década como inmigrante a España, sin papeles, sin trabajo, sin vida después de dejar un trabajo fijo y una situación personal estable en su país de origen, Ecuador. Tras unos años duros de adaptación y supervivencia, la cronista de «largo aliento» colabora actualmente como freelance en multitud de publicaciones: Gatopardo, Internazionale o Frontera D, entre otras. En su visita al XXV Master de Periodismo ABC-UCM, Ampuero ilustró a los alumnos con su experiencia: de repartir tarjetas de un locutorio a protagonizar portadas en Gatopardo, «el New Yorker latinoamericano».

Muy expresiva, Ampuero es muy incisiva en sus gestos. Filóloga de carrera, ha dejado la vanidad del periodista en casa para relatar su larga travesía previa a los grandes reportajes que centran hoy su trabajo. Es feliz con ello pese a que ha perdido dinero y tiene que compaginar el reporterismo con otros empleos, como el de profesora de cultura y lengua española para estudiantes norteamericanos. Ante las dificultades, ella pone ilusiones de cambio: «El periodismo no es un oficio para no idealistas».

Para su propia salud mental prefiere no calcular el dinero ganado por hora trabajada. Tiene claro que contar historias es su principal talento. Y para consolarse, sigue la máxima de los mariachis: «Hago lo que quiero y además me pagan», aunque sea poco. Ampuero se enferma si ve «a gente, que pretende ser periodista, concentrada en su teléfono móvil cuando va en transporte público». «¡Se pierden multitud de historias!». Considera que el periodista no debe obcecarse con su cuestionario que ha completado en 30 minutos; no puede olvidarse de escuchar a la otra persona. «Un cronista debe fijarse en los grandes fotógrafos que consiguen pasar desapercibidos».

De esa manera sumó para su reportaje una anécdota que va más allá del chascarrillo sobre el defenestrado juez Baltasar Garzón: «La conversación que tuve con su hija fue de cuatro horas, le pregunté cómo es él cuando sale con sus amigos, y ahí me reveló que perder en los juegos de mesa le enfurece».

Deben olvidarse de que hay un periodista

Cuanto más tiempo pasa con una persona, más consigue «bajar su armadura». «Han llegado momentos en los que me preguntaba «¿este sabe que soy periodista? ¡No puede ser, lo que me está contando!»». Para el perfil de Garzón dispuso de 23 fuentes informativas. De las cuales solo aparecieron publicadas diez. «El lector es muy listo, le debes mostrar que tú sabes mucho más de lo que demuestras en el papel», aconseja Ampuero a los presentes. Tuvo suerte con la crónica posterior a la suspensión del otrora magistrado de la Audiencia Nacional. Fue portada en Gatopardo y por ello recibió 1.000 euros. «Sí, es mucho dinero por un solo reportaje, pero hay que tener en cuenta que le dediqué en exclusiva seis meses de mi vida, en los que esa cantidad se hace corta».

También recuerda cuando reporteó sobre la librería La Central, que a priori lo afrontó con mayor tranquilidad que otros, como el perfil de Garzón o el que hizo sobre  la crisis española. «Parecía sencillo, pero estaba muy equivocada. El dueño de la librería me pareció parco al principio y, además, Leila Guerriero, mi editora, no se conformaba nunca. Y encima no quedó contenta con el resultado». Sin embargo, el más exigente de todos es Julio Villanueva Chang, director de Etiqueta Negra. «Te descuartizan en la edición. Tú mandas la crónica muy orgullosa y esperas ese mail que te lo cambia todo». «El editor es una mezcla entre un fact checker y un dictador». De todas formas, su papel lo considera imprescindible aunque eso signifique no saber exactamente cuándo se va a publicar.

¿Tú eres testigo de Jehová? Porque solo ellos nos dan tiempo

Pasión por contar historias y poca importancia al bolsillo son características adheridas al cronista, sobre todo, si le gusta empatizar con la historia hasta que llega a sus propios límites emocionales. «Yo he tenido que ir dos veces al baño a llorar, cuando conviví con una familia que iba a ser desahuciada y al pasar unos días con gente reciclando basura en Ecuador, uno de los trabajos más infames de la tierra». Recuerda que se sentían muy avergonzados con las condiciones del hogar en el que vivían. Esos mismos profesionales le preguntaron: «¿Tú eres testigo de Jehová? Porque solo ellos nos dan tiempo».

La traición de no mirar a los ojos

Ha hecho muchas crónicas sin ganar nada, pero tiene que ir al sitio, nada le detiene: «Pese a todo los problemas de dinero que pueda tener, luego siempre me quiero quedar allí». Uno de sus últimos trabajos es sobre Júzcar, un pequeño pueblo del Valle del Genal en la Serranía de Ronda, provincia de Málaga, donde llegaron los pitufos y pintaron todas las casas de azul. «Fui allí y me dije cómo puedo encontrar la manera de quedarme en Júzcar para ver cómo es, al final me estuve cuatro días pagándome comida, habitación…». Para la periodista ecuatoriana, ese tema necesitaba más que una corta mañana entrevistando a un par de personas: «Yo viví durante cuatro días para averiguar qué había detrás de esas fachadas pintadas de azul».

Es fiel a su pequeña grabadora que siempre sitúa en un lugar donde pase inadvertida para el entrevistado. «Hay gente que considera una traición usarla, pero yo creo que lo que es una traición es no mirarle a los ojos». No es una periodista de estar atrapada por los tiempos de una redacción. Necesita libertad. «Soy muy crítica con el periodismo posdesastres», dice cuando recuerda su crónica del terremoto de Lorca. No le hicieron falta demasiadas declaraciones. «En estos casos, el cómo se siente, me parece una pregunta estúpida cuando se ha perdido todo». Frente a ello, «el fotógrafo y yo nos sentamos en la calle para observar las reacciones de la gente, intimamos hasta el punto de jugar con los niños después de ayudarles a achicar agua».

Ampuero entiende la urgencia de las redacciones. «Pero yo no he venido a hablar aquí de ese periodismo», matiza. Cree en la pausa, en el tiempo, en la estética de las frases como una poesía de un hecho real.

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