Suerte
—¿Es usted un hombre con suerte?
Quien le interpelaba al otro lado del teléfono era el encargado del departamento de recursos humanos de una empresa de Sabadell a la que había presentado su candidatura en las últimas semanas. Había mandado el currículum con mucha desgana: en realidad, aquel bufete de abogados era en el mejor de los casos su segunda opción. Se llamaba García i Soler.
Por teléfono, respondió que su suerte era la misma de un hombre corriente. Entonces le explicaron que el tipo que al que tenía por delante en la lista de candidatos al puesto acababa de renunciar a la plaza. El trabajo era suyo, lo que para un recién licenciado no era poca cosa.
Además todavía faltaban 15 días para que se tuviera que incorporar, así que tenía margen para especular. Su primera opción, un pequeño despacho barcelonés centrado en casos de extranjería, no le iba a avisar de su decisión hasta dentro de una semana. Podría aceptar sin problemas la oferta del otro bufete y después, si recibía su plaza soñada, hacer de tripas corazón y llamar alegando cualquier problema.
No es que en el otro despacho fuese a gozar de mejores condiciones laborales, ni de perspectivas de promoción suculentas; era solo que su pasión oculta eran los líos de fronteras y de los hombres atrapados entre ellas. Pero pronto le notificaron que, pese a lo atractivo de su currículum, habían seleccionado a otro candidato.
Se dirigió con su maletín a García i Soler, y al tercer día de estar trabajando allí conoció a Paula. A los tres años se convirtió en la madre de su primera hija.
Pasó el tiempo y en un viaje de negocios, ya trabajando para otra empresa, hizo migas con otro abogado de su misma edad. Unos cuantos cigarrillos después, a punto de coger el vuelo de vuelta, empezaron a revelar su pasado profesional. «¡¿No me digas que has trabajado en García i Soler?! En mi vida he tenido tantas dudas como cuando me llamaron de ese bufete. Justo al salir de la universidad tenía dos ofertas igual de atractivas. Decidí tirando una moneda al aire, y te juro que no es broma».
Al coger el teléfono móvil, vio tres llamadas perdidas de Paula, con toda certeza celosa de la fidelidad de su marido. Él ya no pudo pegar ojo, consciente de que llevaba años siendo esclavo del vuelo de una moneda que nunca vio.