La ciudad de cartón
Noviembre. El invierno, aunque tardío este año, parece a punto de llegar. Y con él, aumenta la actividad de más de treinta rumanos que ocupan con su campamento un solar en la calle Isaac Peral, entre Moncloa e Islas Filipinas. Un terreno que pertenece a la Complutense y en el que familias procedentes del país balcánico improvisaron, antes de verano, un poblado. La experiencia de vivir a la intemperie parece haberlos curtido e, intuyendo la cercanía del frío imperioso de Madrid, estos nómadas se ponen en marcha para combatirlo.
En un carrito de supermercado uno de ellos transporta el material con el que mejorarán la veintena de tiendas de campaña que copan su campamento: periódicos. Un joven trigueño y de tez oscura empuja el invertebrado metálico. Le gusta España y quiere formar parte de la tradición cultural del país que lo acoge, y por ello se hace llamar Juan Carlos. Las bajas temperaturas no le preocupan: «Tenemos bolsas, cartón, periódicos y mantas que encontramos en la basura», comenta en un asequible castellano. Es uno de los pocos habitantes del poblado rumano que se defiende en el idioma. Dice que un amigo que estuvo en España se lo enseñó. Tan solo lleva tres años en el país. Quizá, en otras circunstancias, Juan Carlos habría sido buen estudiante.
Este rumano vive junto a su familia en una de las tiendas de cartón y madera que se hacinan en el campamento. Una maltrecha verja delimita la entrada al solar. Un agujero en la reja metálica conduce hacia el interior, y cajas con agua y comida para animales se pudren junto al acceso. Ya ni los gatos se atreven a rondar por el improvisado refugio. Las pésimas condiciones del mismo permiten deducir el porqué. Las tiendas de campaña se erigen en el centro y en la parte superior del solar, escoltadas por montañas de residuos que sus propios habitantes generan. El hedor que promete la imagen es real. Los vecinos que esperan al interurbano en la marquesina de autobús colindante sufren el olor a diario.
Para Manuel, vendedor callejero de clínex, la presencia del cuartel construido por estos inmigrantes supone una falta de ética. «Están todo el día armando jaleo, hacen sus necesidades entre los coches que aparcan frente al descampado y revuelven los contenedores. Lo ensucian todo», sentencia.
«Mira mamá, hay ropa colgada», comenta un niño de cinco años al pasar junto al campamento rumano. «Sí, cariño, es que ahí vive gente», le responde su madre.
Pero en el solar no hay agua. Obtener este recurso supone toda una hazaña para sus habitantes. «Llenamos cubos en una fuente y luego los llevamos a casa. Así lavamos la ropa y bebemos», cuenta Juan Carlos. Las dificultades que asuelan a su poblado parecen no hacer mella en su sonrisa. Una sonrisa a la que le faltan tres dientes y que adorna su cara de forma casi permanente. Tan solo tiembla cuando evoca su gran carencia, la comida. «Pedimos dinero para comprarla pero pasamos hambre», sostiene el joven rumano, cabizbajo.
Una y no más
Las quejas entre los transeúntes son un constante en la vida cotidiana del barrio y uno de los principales escollos con los que estos nómadas tienen que lidiar. Ante las denuncias vecinales en Gaztambide, se vieron forzados a trasladar su residencia al solar de la Complutense que ahora habitan. Una y no más. «Hay muchas quejas pero no nos vamos a mover. No tenemos dinero para vivir en otro sitio», sostiene Juan Carlos, acompañando sus palabras con un gesto pillo y, esta vez, incluso suelta una carcajada. Sus compañeros aguardan, también sonriendo, su vuelta en una esquina. Necesitan el carro de supermercado. Y los periódicos. El frío está a punto de llegar y quieren estar preparados.
Muy bueno el texto y, por desgracia, también muy real.
Muy buen artículo. A pesar d ser un tema conocido, x desgracia, sigue estando n plena actualidad
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