La muerte sobre las tablas
Un crimen teatral
Antón del Olmet, 38 años. Periodista de éxito y dramaturgo.
Alfonso Vidal y Planas, 32 años. Periodista y dramaturgo fracasado.
Elena Manzanares, edad desconocida. Antigua prostituta y novia de Alfonso.
Miguel Pascual, edad desconocido. Periodista y liante.
Corona, edad desconocida. Actriz del teatro Eslava.
Vázquez, edad desconocida. Actor del teatro Eslava.
Ignacio Bolívar y José Cañamaque, edad desconocida. Médicos.
Acto primero
Madrid, tarde del 2 de marzo de 1923
-¡Te he de matar aquí, fuera de aquí o donde sea, aun estando frente a tu mujer!- exclama alguien, lleno de rabia.
Una detonación.
Una pausa.
-¡Me has matado!-, chilla otra voz.
La actriz Corona, que lo ha escuchado todo, huye de su camerino. Asustada, sube al escenario y detiene el ensayo de «El capitán sin alma». Toma aire. Grita.
-¡Creo que han disparado un tiro en el saloncillo! ¡Un tiro!
La obra tiene tres actos, pero los intérpretes se paran antes de terminar el segundo. Vázquez, cómico del grupo teatral, se precipita hacia la sala que linda con la calle San Ginés. Allí se guarda el atrezo. Ya dentro, lo escucha. Oye por primera vez el gimoteo y pulsa el interruptor de la luz. La oscuridad se esfuma.
-¡Vázquez, me ha matado!- chilla, con toda la razón, Antón del Olmet.
A los pies de un diván, aún vivo pero retorcido por el dolor, el escritor se ahoga.
-¡Me ha matado! ¡Me ha matado!-, insiste.
La agonía convierte a los hombres en seres inofensivos. Corpulento, mujeriego y violento, Olmet tiembla en el suelo y ya no da miedo.
Acto segundo
España, años 20
Entre las noticias de asesinatos se mezclan los anuncios. La publicidad promete la felicidad, pero Europa ya camina hacia el desastre.
El soldado Tejero mata de un tiro a un cabo en Melilla. Juicio sumarísimo, hecho terrible, pero no se preocupe si no puede dormir. El elixir veronal del Dr. Bustamante le proporcionará un sueño tranquilo. A la venta en farmacias y droguerías.
Epílogo de un suceso: Josefina Selma Martínez, muerta. Margarita Faus secuestró a la criaturita y luego la abandonó en una cuneta de Alcoy. No lloren, porque todavía hay esperanza para los jóvenes. Los tratamientos Bendejas prometen «sangre nueva para las nuevas generaciones» en Gran Vía, 18.
Pase una tarde agradable en el teatro Eslava, calle Arenal, Madrid. Hoy, 3 de marzo de 1923, podrán disfrutar de «Pigmallion» a las seis, y a las diez y media de «Apaches». Recuerden, por cierto, que allí asesinaron ayer al afamado escritor Don Luis Antón del Olmet, mientras los actores ensayaban su última obra, «El capitán sin alma».
Acto tercero
Madrid, mañana del 2 de marzo de 1923
Miguel Pascual le acaba de ver, a pesar de los tranvías y los coches de caballo que atraviesan la Puerta del Sol.
Duda. Alfonso Vidal y Planas es su amigo y su antiguo compañero en la redacción de «El Parlamentario», pero la relación está rota. Miguel no soportó sus aires de grandeza cuando «Santa Isabel de Ceres», una obra teatral sobre la redención de una prostituta, le encumbró al éxito. Ahora sabe que las cosas han cambiado. El último estreno de Alfonso en el teatro Eslava, «Los gorriones del Prado», fue un fracaso absoluto.
Su amigo también le ha visto y le saluda, y Miguel, consciente de su pena, le devuelve el gesto y se acerca. Al lado de Alfonso hay una mujer, una tal Elena Manzanares.
Acto cuarto
Madrid, tarde del 2 de marzo de 1923
-¡Matadme de una vez, que me ahogo!-, grita Olmet.
Disparada sobre la axila izquierda, la bala avanza y desgarra sus pulmones. No puede respirar. Vázquez, leal, no se separa de su lado.
-¡Mátame, mátame, que me ahogo!-, le suplica.
Pero el actor ignora la orden de su director teatral. Cuando llega el coche, cuatro hombres conducen a Olmet a la Casa de Socorro de la calle Navas de Tolosa.
-¡Me ha matado! ¡Me ha matado!-, repite, por última vez, sobre la mesa de operaciones.
Y ante los médicos Ignacio Bolívar y José Cañamaque expira, con 38 años y el abrigo puesto.
Acto quinto
Madrid, mediodía del 2 de marzo de 1923
Elena Manzanares y Alfonso acuerdan encontrarse a las seis de la tarde y se despiden, sin saber que ese día no se verán. La mujer desaparece por la boca del metro. Miguel, que acaba de descubrir que es la novia de su amigo, la sigue con la mirada. Los dos se quedan solos. Tras meses sin hablar, deciden ir al café de Puerto Rico, en la Puerta del Sol.
Alfonso tiembla por la rabia. Reprocha a Miguel la pérdida de su amistad. Herido, manifiesta su descontento por lo ocurrido con «Los gorriones del Prado». La vida no le va bien y eso, justo eso, no puede asumirlo. Hijo de una familia humilde, llegado a Madrid después de su paso por un seminario, hasta hacía poco se movía por los círculos de la bohemia y la pobreza. El éxito teatral fugaz le elevó a los altares, pero dilapidó el dinero; un autor del futuro, Javier Barreiro, dirá que «en farras y putas».
El enfado aumenta mientras le devoran los malos recuerdos. Alfonso ya no conversa y solo enumera reproches. La culpa de todo la tiene Antón del Olmet y ese artículo suyo, tan agresivo como él mismo, tan irreflexivo como su actitud. Sí, Olmet, el antiguo jefe de «El Parlamentario», donde le conoció. Cuenta a Miguel que fue ese texto el que enfadó a los críticos, el que provocó que su última obra recibiese comentarios despectivos en los periódicos.
Miguel, con la discreción de un cotilla, le comenta que Olmet le insulta y califica de loco en privado.
Alfonso se levanta. Viste como un dandi arruinado. Sus ojos, bien abiertos, recuerdan a los de un niño que tiene miedo.
-¡Tengo que matar a Antón del Olmet!-, grita, y busca la salida.
Miguel le alcanza y le calma. Caminan, van al café de la Montaña, recorren algunas calles. A la altura de la Gran Vía planean ir a comer juntos, pero al final se separan.
Alfonso se queda solo.
Quizá la rabia, como un látigo en sus entrañas, le hace tomar una decisión.
Hambriento, se dirige hacia el teatro Eslava.
Acto sexto
Madrid, 12 de mayo de 1924
En el tribunal, a los médicos no les cabe la menor duda. Alfonso Vidal y Planas, el acusado del asesinato de Antón del Olmet, es un tipo sugestionable. También hay algo extraño en las inflexiones de su voz. Lógico, por otro lado. Nadie pasa una juventud de incertidumbres y aventuras sin que le deje huella.
El escritor compadece, afeitado y con chaqueta negra. No respeta el luto porque viste pantalón a rayas. Confiesa, pero se justifica. Solo disparó en defensa propia. Antón era su amigo y le quería, pero le trababa mal y no podía permitirlo más. Además, estaba su novia y esa insinuación tan cruel de su antiguo camarada. Al discutir, le reprochó que la causa de su enfado era que entre Elena y él…bueno, que había algo. Inadmisible. Por cierto, fue Antón quien le atacó primero.
-Me echó las manos al cuello. Yo me sentí morir estrangulado, y sacando, aunque con trabajo, la pistola que llevaba en el bolsillo del pantalón, con ánimo de disparar para asustar…-, explicó el acusado.
Condenado a tres años de cárcel, fue absuelto por la sociedad. Solo defendía a su chica.
Final
Madrid, tarde del 2 de mayo de 1923
Son las tres de la tarde. Alfonso llega al teatro Eslava, y allí se encuentra a Crespo, uno de los actores. Conversan.
– ¿Sabes si vendrá Antón del Olmet?-, le pregunta el escritor.
– Seguramente -contesta Crespo -. Todas las tardes viene al ensayo.
– Pues cuando venga, le dices que le espero aquí.
Una pausa.
Una detonación.
Se abre el telón.