El capitán que se convirtió en asesino
El 24 de abril de 1913, Rodrigo García Jalón acudió al Casino del Círculo de Bellas Artes de Madrid con la intención de intercambiar 5.000 pesetas por una ficha. «Al sitio al que voy no me interesa llevar dinero», explicó al empleado. Vestía de forma más elegante de lo normal; una americana de rayas, un chaleco y un pañuelo de seda. Terminó la breve conversación con el recepcionista y se marchó. Fue la última vez que se le vio con vida.
Al día siguiente, la misma ficha regresó al Casino. Había cambiado de dueño. Esta vez era una joven muchacha vestida con un moderno vestido azul quién la agarraba con fuerza. A pesar de que estaba prohibida la entrada a las mujeres que no iban acompañadas, la muchacha intentó intercambiar la ficha e, incluso, trató de sobornar al empleado para conseguir su fin. El recepcionista se negó, ya que el propio García Jalón le había advertido el día anterior que no cambiara la ficha a ninguna persona que no fuera él. La joven se marchó de vacío. En la puerta, según el propio empleado, le esperaba un tipo con aspecto «chulesco».
La joven del vestido era María Luisa Sánchez Noguerol, una mujer de apenas veinte años de edad que trabajaba como planchadora y que había estudiado para ser maestra. Era la primogénita del capitán Manuel Sánchez López, jefe de ordenanzas de la Escuela Superior de Guerra y tenía cuatro hermanos pequeños: Manolita, Manuel, Luis y Julio. La madre, Luisa Nogerol, había abandonado a la familia pocos años antes.
Su padre, el capitán Sánchez, era un veterano de guerra. Nacido en La Coruña, había sido condecorado por su actuación en la batalla de Peralejo, en el conflicto bélico entre España y Cuba. A pesar de sus méritos militares, También había estado involucrado en altercados violentos y se había arruinado debido a sus deudas de juego. Además, antes de llegar a Madrid, fue acusado de haber provocado el incendio de unos barracones que alquilaba en Galicia a cambio de 20 o 30 céntimos y que había asegurado por 4.000 pesetas. En dicho suceso desapareció un hombre llamado Juan María Pérez Sánchez. El sumario del caso, abierto por el juzgado de Puentedeume, fue finalmente sobreseído.
Sánchez, que tenía un carácter airado y antecedentes familiares de locura, estaba obsesionado con su hija. Mantenía relaciones sexuales con ella (incluso hubo rumores de que pudo dejarla embarazada en dos ocasiones) y la obligaba a ejercer la prostitución. Por si ello fuera poco, el capitán y su hija también extorsionaban a los jóvenes que se acercaban a la chiquilla.
Probablemente si Rodrigo García Jalón hubiera sabido todo ello nunca se hubiera acercado a María Luisa en aquella primavera de 1913. Sin saberlo, puso su vida en un grave peligro. Viudo de cincuenta años, mujeriego y adinerado, con varios negocios en propiedad, se encaprichó de la joven en cuanto la conoció.
Rodrigo García Jalón y María Luisa Sánchez comenzaron una relación. Ella le había asegurado que era huérfana de madre y que ella y sus hermanos se encontraban en una situación económica complicada, por lo que el viudo se ofreció a cobijarles en su vivienda. El día de la desaparición de Jalón, había quedado con María Luisa en el domicilio de ella para pedirle al capitán la aprobación de su relación.
El hombre entró en el piso de su pareja y se sentó en el salón, de espaldas a la puerta. No pudo ver a su asesino. El primer martillazo que le propinó el capitán Sánchez le dejó inconsciente. El segundo, moribundo. Cuando aún agonizaba, fue metido en una artesa (un cajón de madera utilizado para amasar el pan) y padre e hija le cortaron la cabeza.
La difusión del crimen
Acto seguido registraron su cuerpo para ver si encontraban algo de dinero. Únicamente encontraron un reloj, cien pesetas y la ficha del Casino. Manuel Sánchez comenzó a descuartizar el cadáver y pidió a su hija que pusiera una olla de aceite a hervir para camuflar el olor. El veterano de guerra se deshizo de Jalón en poco tiempo: tiró sus vísceras por el retrete, emparedó sus huesos y su ropa en la propia vivienda e introdujo la cabeza y otras partes del cuerpo en la olla hirviendo.
La desaparición de Rodrigo García Jalón fue denunciada por su hijo Alfredo un día después, el 25 de abril. Él mismo puso el foco de la investigación sobre María Luisa Sánchez, a la que identificó como la muchacha que intentó utilizar la conocida ficha de su padre gracias al testimonio del botones del Casino. La placa se convirtió en una pieza clave del caso.
Los agentes interrogaron a la joven, que negó saber donde se encontraba la víctima y argumentó que la ficha se la había regalado él propio García Jalón. Días más tarde, el caso ocupaba multitud de páginas de la prensa española. «Desaparición misteriosa» titulaba ABC el seis de mayo. Los rumores y distintas teorías se abrían paso en los medios de comunicación, al mismo tiempo que la investigación policial sobre el caso se estancaba. Finalmente el cadáver fue hallado el 21 de mayo. La brigada de Investigación Criminal, al cargo del comisario Ramón Fernández Luna, había descubierto en la alcantarilla que comunicaba con la Escuela Superior de Guerra restos humanos de pequeño tamaño que resultaron ser de la víctima. Además, las ropas de Rodrigo Jalón también fueron halladas emparedadas en la vivienda del capitán Sánchez.
Los acontecimientos se sucedieron muy deprisa. En pocas horas se descubrió la atormentada vida que tenía María Luisa Sánchez al lado de su padre. El 24 de mayo, ABC recogía una serie de declaraciones suyas en las que declaraba que ella y su madre se prestaban «mutuo apoyo y defensa» ante las crueldades de su padre. El 21 de octubre, el mismo diario publicó la sentencia de un Consejo Supremo de Guerra y Marina en la que se dictaminaba que «los hechos probados merecen la calificación de delito complejo de robo con ocasión del que resultó homicidio», en consecuencia, el tribunal condenó a Manuel Sánchez López «a la pena de muerte» y a María Luisa Sánchez Noguerol a «veinte años de reclusión temporal».
El 3 de noviembre de 1913 el capitán Sánchez fue fusilado y enterrado en Carabanchel Bajo. Su hija falleció doce años más tarde en un psiquiátrico. Hasta los últimos momentos de vida, ambos se declararon inocentes e inculparon al otro.