La guitarra volvió a sonar
Autor: Lorena López/Cristina Veganzones
Los luthiers son los encargados de «devolverles la vida». Construyen, ajustan o arreglan cualquier instrumento musical de cuerda. Los luthieres trabajan en el anonimato, esperando con una sonrisa a ver que le traerá el próximo cliente; y de vez en cuando muestran su resultado. Un grupo de ellos, de forma voluntaria, se reunió en el patio de la Casa Encendida el pasado 28 y 29 de noviembre. Allí se celebraba una recogida de instrumentos para países en conflicto. Fueron los encargados de asegurar que todos estuvieran en buen estado.
El ukelele del pequeño de cuatro años, Carlos, fue uno de los instrumentos que recibieron durante la jornada. «Ya ha aprendido con él durante dos años y hemos aprovechado esta iniciativa para enseñarle que no todo el mundo tiene las mismas oportunidades», nos cuenta su madre. Junto con el suyo sumaban ya los 241 instrumentos donados en la jornada –y eso que apenas llevaban cuatro horas activos.
Antes de entregarlo, tenían que comprobar que estaba en buen estado. «El ukelele necesita una puesta a punto, pero creo que no será muy complicado», cuenta la madre. Fue entonces cuando llegó el momento más difícil. Había que dárselo al encargado de arreglarlo, el lutheir. Carlos se aferró a su instrumento hasta que finalmente comprendió que había llegado el momento de la despedida. Sin mucho más tiempo para que pensara, sus padres aprovecharon una de las actuaciones que se hicieron durante las jornadas para entregar el instrumento. Mientras, el ukelele esperaba su turno para volver a sonar.
Para encargarse de él había un grupo de luthiers. José Luis, el que estaba de guardia en ese momento, se encontraba arreglando un violín. Al ver el ukelele se levantó, lo analizó y después volvió a observar todos los instrumentos que quedaban por arreglar. «No hemos necesitado grandes arreglos, solo algún que otro ajuste. Vamos, una puesta a punto», contesta cuando le preguntan por el estado en que llegan. Junto a este manitas estaba su mujer, a la que se le iluminaban los ojos cuando los visitantes alababan el trabajo que estaba llevando a cabo.
«Llevo más de treinta años trabajando en esto y sigo divirtiéndome», cuenta José Luis. Aunque su especialidad es arreglarlos, también toca la guitarra y el piano. Al principio le cuesta contarlo, incluso intenta esconderlo, hasta que su mujer que le acompaña durante las horas de trabajo le delata. «Así es como mejor se aprende a repararlos, sabiendo las necesidades del instrumento», concluye para quitarle importancia. «Lleva más de diez horas trabajando de forma voluntaria y en ningún momento ha preguntado cuando terminamos. No tiene prisa», le elogia uno de los organizadores.
El nombre de estos artesanos proviene de la palabra francesa luth, que procede de la palabra árabe «láud» –madera en árabe–. Los luthiers trabajan desde el anonimato, aunque a veces algunos consiguen «saltar a la fama». Entre los que han acudido a la recogida se encuentra Felipe Conde, el luthier que construyó la guitarra de Paco de Lucía.
Otro de los que donó un instrumento fue Álvaro. Hace muchos años que convive con su guitarra, pero, por culpa del trabajo, ha pasado a ser parte del mobiliario. «Estoy casi todo el día en la oficina y cuando llego a casa ni me acuerdo de ella. Creo que otra persona podrá aprovecharla más», asegura.
En España no existen los estudios de luthier como tal. Se sigue el sistema de los gremios medievales, es decir, hay que ser admitido como aprendiz de algún experto, en algún taller o alguna tienda de música, hasta que se aprenda el oficio. Felipe Conde viene de una familia de luthieres con cien años de experiencia. Llegó con 14 años al taller donde aprendió de su padre y su tío. Ahora trabaja junto con sus hijos trasladándoles todos los conocimientos.
Una vez arreglados el ukelele de Carlos y la guitarra de Álvaro, los organizadores lo trasladaron junto con el resto de instrumentos donados que ya habían sido arreglados. Ocupando gran parte del patio estaban todos los instrumentos: flautas, guitarras, contrabajos, violines… Entre ellos, destacaba un violín de tamaño menor. En su interior hay una nota deseándole lo mejor al próximo propietario: «Hola, Soy Juan. Tengo 17 años. He estado tocando este violín muchos años. Este ha sido mi primer violín. Ahora toco uno más grande. Seas quien seas y estás donde estés ¡disfrútalo!».
A dónde van estos instrumentos
La última vez que se realizó la misma recogida fue en 2009. Entonces reunieron un total de 450 instrumentos. «Teníamos la sensación de que habíamos quemado las casas», asegura el encargado de comunicación de la Fundación Montemadrid, la organización encargada del evento. Por ello han esperado seis años para volver a tener una gran recogida. En esta edición, al final de la jornada del domingo, habían reunido 306 instrumentos.
306 instrumentos recaudados ¡gracias por todas vuestras donaciones! Pronto los enviaremos a África y Oriente Medio pic.twitter.com/c1DOkm2vNu
— FundaciónMontemadrid (@FMontemadrid) noviembre 29, 2015
El lunes, los instrumentos, incluidos el ukelele de Carlos y la guitarra de Álvaro, salieron en un tráiler con destino a Bruselas. Desde allí la ONG belga MusicFund, se encargará de distribuir los instrumentos hasta las escuelas de música de los países en conflicto. Aunque primero tendrán que pasar otra supervisión para comprobar que funcionan correctamente.
Esta ONG nació hace 10 años y desde entonces se ocupa de llevar la música a lugares de África y Oriente Próximo (Gaza, Haití, Mozambique, Congo y Marruecos, entre otros países) donde por falta de recursos las personas no pueden acceder a la música. También consideran muy importante enseñar a la gente construir y arreglar los instrumentos. Desde entonces la organización sigue trabajando recolectando instrumentos para llevar la música a lugares complicados. Su récord ha sido en La Scala de Milán: un total de 700 instrumentos en un solo día.
«En situaciones difíciles la música se convierte en algo más importante; se convierte en un sueño», asegura Lukas Pairon, director de MusicFund. «Cuando comienzan a crear música, en Gaza, en Tetuán… les gusta tanto porque la música les lleva a ellos a otros lugares», cuenta en el café de la Casa Encendida y por ello «acaban dedicándole mucho tiempo y siendo muy buenos músicos».