Madrid Río, el parque que ha encandilado a Harvard
Jessica pasea a su perra, una «schnauzer» negra, todos los fines de semana por el parque. Tiene 34 años y ha pasado casi toda su vida en Madrid. Ha sido testigo de cómo se ha ido desarrollando el proyecto y de cómo el soterramiento de la M-30 y la construcción del parque fluvial han transformado la fisionomía de la ciudad. Piensa que Madrid Río ha tenido un impacto muy positivo en su barrio, Arganzuela. «Imagina que hace 15 años todo esto no existía, que era un sitio de paso para los coches y ya está. Pero ahora puedo venir aquí los días que tengo más tiempo libre y dar un largo paseo con mi perra mientras vemos a la gente caminando, jugando, haciendo deporte», afirma Jessica.
Madrid Río se encuentra en el mismo lugar por el que antes pasaban cientos de miles de coches todos los días. Se trataba de un punto muy contaminante. Sin embargo, gracias al soterramiento de la M-30 en esa zona -la que se extendía a lo largo del río Manzanares-, esta situación ha quedado muy atrás. Se ha convertido en un vago recuerdo. Ahora, esta parte de la ciudad es una vía de escape en medio del caos, de la polución y del tráfico. Es lo que ha hecho que en noviembre la Universidad de Harvard le concediera el premio Veronica Rudge, un galardón que la institución otorga cada dos años a espacios urbanos sostenibles. Es la tercera vez que este premio recae en un proyecto español: en 1990 los espacios públicos barceloneses se hicieron con él, mientras que 8 años después, la red de metro de Bilbao -diseñada por el arquitecto británico Norman Foster- fue la que se llevó el galardón.
No es la primera vez que Madrid Río recibe un reconocimiento a nivel internacional. En 2011, ganó el «Premio de Diseño Urbano y Paisajismo Internacional» en la XIII Bienal de Arquitectura de Buenos Aires. En 2012, el museo de arquitectura y diseño de Chicago, The Chicago Athenaium, proclamó al parque español vencedor de sus «International Architecture Awards». En 2013, la Asociación Serbia de Paisajistas otorgó su quinto galardón a Madrid Río. Y la lista continúa. Parece interminable. Nominaciones, muchas finales disputadas y más de una decena de premios conseguidos, tanto dentro como fuera de España.
Carlos Rubio, del estudio Rubio-Álvarez-Sala -uno de los artífices del proyecto Madrid Río-, declara que todos estos reconocimientos, sean nacionales o internacionales, le llenan de satisfacción. Aunque no se trata de lo más importante. Para él «y para todo arquitecto», la mayor recompensa es ver que su obra se usa, se acepta y se disfruta. «Quiere decir que merecía la pena, que era necesaria y es útil», afirma Rubio. Según él, Madrid Río ha tenido una gran aceptación entre los madrileños. Basta con recorrer parte de sus 1.210.881 metros cuadrados cualquier día a cualquier hora para comprobarlo.
Se extiende desde El Pardo hasta Getafe. Es un corredor verde, un parque lineal que une bosques, espacios verdes, jardines históricos y parques urbanos que antes no tenían ninguna conexión entre sí. Una apuesta por una vida sana y deportiva en plena ciudad. 30 kilómetros de sendas para las bicis recorren Madrid Río y 33 pistas deportivas aparecen salpicadas por su geografía: pistas de patinaje y de «skate» se mezclan con campos de fútbol, canchas de baloncesto y pistas de tenis. Es normal ver gente corriendo, sola o en grupo. En los gimnasios de la zona se hacen grupos de «runners» que van algunos días de la semana a una hora ya fijada. Para Ana, una andaluza que ha venido a Madrid para pasar unos días, el parque «parece un buen sitio para correr, también para que la gente quede y haga actividades como yoga o incluso picnics, ahí, en las zonas de césped». La muchacha comenta que, en general, el parque le parece algo vacío, sin muchas plantas ni una vegetación demasiado frondosa, quizás por su enorme extensión, quizás por la cantidad de espacios dedicados al ocio. Pero lo cierto es que «el diseño es precioso y tiene muchos elementos originales», afirma Ana.
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El responsable del aspecto que tiene Madrid Río es un grupo de paisajistas y arquitectos que presentaron el proyecto ganador al concurso que había convocado el Ayuntamiento. Además de Rubio-Álvarez-Sala, también participaron los estudios Burgos & Garrido, Porras & La Casta y los paisajistas holandeses West8. Todos ellos se unieron y trabajaron juntos para sacar adelante lo que tenían planeado. Rubio admite: «Toda colaboración conlleva una complicación añadida pero no fue, ni mucho menos, la mayor complicación que tuvimos. Todos éramos conscientes de esa situación y mostramos en una actitud muy positiva, sabedores de la importancia del reto. Trabajar en equipo requiere el esfuerzo de comentar, debatir, convencer y consensuar casi cualquier decisión».
Al principio, la obra estuvo rodeada de polémica. El soterramiento de la M-30 (4.745 millones de euros) bajo Madrid Río (371 millones) provocó la protesta de los ciudadanos, que veían cómo las rutas que siempre tomaban habían cambiado y cómo el Ayuntamiento había gastado un dinero difícil de recuperar a corto plazo. Además, también existían dudas acerca de si el suelo sobre el que se iba a construir el parque, y bajo el que está la autovía, aguantaría el peso de una obra del calibre de la de Madrid Río.
Sea como fuere, los arquitectos han sabido salvar todos los escollos y han tratado de fusionar las tres unidades de paisaje en que se divide el parque para que se complementen: el Salón de Pinos, que discurre por la margen derecha del río; la Huerta de la Partida, Explanada del Rey, Avenida de Portugal y Jardines de la Virgen del Puerto, en el entorno de la Casa de Campo y el Palacio Real; y el Parque de la Arganzuela y Matadero, en el margen izquierdo. Los tres sectores se funden gracias a la sensación de armonía y unidad que se intenta transmitir con el diseño, la vegetación y las obras de arquitectura e ingeniería que aparecen diseminadas por Madrid Río: emblemáticos puentes como el de Segovia (siglo XVI) o el de Toledo (siglo XVII) se mezclan con otros más vanguardistas como el puente tirabuzón de Dominique Perrault, una estructura metálica que atrapa las miradas de quienes pasan por allí.
Además, a lo largo del parque también hay espacios dedicados al disfrute de los más pequeños (y de su padres), zonas de juego con un diseño diferente al convencional. En las tardes de domingo es normal ver un Madrid Río repleto de niños correteando, saltando y tirándose de los toboganes. Muchos aprenden a manejarse sobre los patines o a montar en bici. Es el caso de Jaime, que tras una caída y una breve llantina en el hombro de su padre, vuelve a subirse a la bici. Lo intenta de nuevo. Su padre cree que Madrid Río es un buen sitio al que llevar a su hijo para que se monte en las atracciones, se deslice por los toboganes y aprenda el arte de mantener el equilibrio sobre las dos ruedas. «Es la única manera de que suelte toda esa energía que tiene y esté un poco más sosegado en casa. Además, aquí se junta con otros niños, hace amigos, se lo pasa bien», afirma el padre de Jaime.
Queda claro que, en pocos años, Madrid Río se ha convertido en un punto clave para la ciudad, que acoge tanto a madrileños como a visitantes que quieren disfrutar de un rato de ocio en la capital. Un lugar que ya ha recibido varios reconocimientos y en el que Harvard ha fijado su mirada.