Reporterismo

Licenciado en portes y mudanzas

Nico, en un descanso, antes de realizar una de sus mudanzas. Por N. López

Si sus padres hubiesen tenido más recursos, Nico no habría comenzado a trabajar a los 18 años. Y si no hubiese comenzado a trabajar, Nico habría estudiado Historia en la universidad. Habría y podría, ya que tras acabar bachillerato, realizó el examen de acceso. Y en él obtuvo buena nota. Sin embargo, tuvo que buscar trabajo en Brasov (Rumanía), donde nació. Y comenzó como agente de movilidad. «Ponía multas», dice él.

Ahora, Nico posee un negocio de mudanzas, y es conocido entre los estudiantes madrileños por sus precios económicos. Este rumano de 33 años, casado y con una hija de siete meses, no se anuncia en ningún lado ni tiene una empresa constituida como tal, pero sí varios clientes al día. ¿El secreto? El boca a boca. Su buen servicio y sus precios asequibles hacen que su número de teléfono circule de mano en mano sin necesidad de promocionarse. Pero hasta que llegó a este punto, Nico tuvo que desarrollar otras labores en diferentes ciudades.

Dejó Rumanía en 2004 junto a su mujer. Ambos estaban «cansados de la situación» allí. Querían mejorar su calidad de vida. Llegaron a Barcelona, donde Nico tenía un amigo que le consiguió un trabajo recogiendo fruta. Pero él siempre había querido vivir en Madrid, y se trasladaron un año después de llegar a España. «Soy del Atlético de Madrid –ya lo era en mi país–, así que mi ilusión era vivir en la capital. Me encanta esta ciudad», explica Nico en perfecto castellano. Reconoce, además, que ser del Atleti le ha ayudado a adaptarse y superar obstáculos: «Los del Atleti estamos casados con el sufrimiento».

Solución a la crisis

Cuando la crisis comenzó a extenderse como un virus, en 2008, Nico dejó su trabajo como repartidor de publicidad y se dio de alta como autónomo. El negocio de portes y mudanzas llegó rápido a su mente. «Recordé cuando tuve que mudarme de Rumanía a España, y de Barcelona a Madrid, y también dentro de Madrid a otros pisos. Recordé que siempre pedía ayuda a algún amigo porque no podía pagar a una empresa, es muy caro. Así que me compré una furgoneta y empecé con mudanzas a inmigrantes. Al poco tiempo, algunos estudiantes comenzaron a llamarme porque mis precios eran bajos». Ahora son sus clientes preferentes.

Un ejemplo es Anna, una estudiante que, al finalizar la carrera, quiso volver a Altea con su familia. Trasladar una mesita de noche, una mesa de estudio, una lámpara, una silla, tres maletas y siete cajas desde Madrid al pueblo alicantino le costó 300 euros, y ella también iba incluida en el «paquete». Sin embargo, con una empresa de mudanzas madrileña, solo por transportar las siete cajas de un punto de Madrid a otro, el precio medio sería de 150 euros. Para este mismo servicio, el presupuesto de Nico rondaría los 40 euros. Este precio se pacta por teléfono en función del número de cajas, maletas y muebles, así como del número de pisos y de si hay ascensor o no. «Muchas veces intentan engañarme. Les digo un precio y luego resulta que tienen el doble de cosas de las que me han dicho». En esos casos, Nico renegocia en persona el precio, pero hace la mudanza igualmente. «Lo importante es dejar contento al cliente», afirma.

Respecto a los tópicos que hay sobre sus compatriotas, Nico asegura que «son los medios los que construyen esos prejuicios». «Si en España hay un millón de rumanos, 900.000 están trabajando sin salir en las noticias», explica. Aunque no por esto se iría de España. Según él, aquí está «la mejor sanidad de Europa», un aspecto importante, pues su hija nació con problemas cardíacos.

Nico apura el café. Su descanso acaba: unas cuantas cajas le esperan. Pero antes de irse afirma: «No soy licenciado en Historia como me gustaría, pero sí en mudanzas».

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