Los católicos chinos escapan de su clandestinidad en Madrid
En la desembocadura de la calle Gaztambide, a la altura del número 75, la mirada clemente de Santa Rita reposa sobre el grupo de fieles que se reúnen cada domingo a las 17 en la puerta de la parroquia. La escena no es habitual, entre el alboroto del gentío y el chasquido de los besos resuenan expresiones de alegría ininteligibles. Son chinos, y el amplio pliegue de sus sonrisas responde al alivio de conocer la libertad espiritual tras tantos años de represión.
Desde hace diez años, la congregación de los Agustinos Recoletos ofrece a la comunidad china la posibilidad de celebrar el culto dominical en su lengua madre. Por ello la iglesia de Santa Rita cada vez cuenta con más fieles asiáticos buscando sitio en los bancos de su planta inferior. Al bajar su escalera de granito se ve al frente un marco de piedra gris acotado por un chun lián –artículo decorativo de tela roja- que proyecta en mandarín deseos de prosperidad y riqueza e introduce al visitante en una planta elíptica, atípica en las construcciones religiosas. Las amplias paredes representan murales de escenas bíblicas con un fondo azul. Al frente, el altar; caminar por el pasillo central hacia el retablo intensifica el misticismo del lugar.
Tras la puerta de madera del extremo derecho se filtran las notas agudas de la coral y las risas de un grupo de niños que aprenden el catecismo simplificado en amenos cuentos. La hermana Francisca se esmera en redactarlos y adaptarlos a su lengua a la vez que coordina a los seglares que participan en el coro.
Junto con el padre Guillermo, varios sacerdotes de origen chino se esfuerzan semana a semana para hacer llegar el mensaje de Dios a sus conciudadanos de la manera más fiel, con especial énfasis en el período navideño, donde los niños y adolescentes ponen una nota de color al culto apoyándolo con representaciones teatrales y musicales. Los devotos chinos se reúnen en Navidad para comer como una gran familia de más de 500 miembros. La celebración de la liturgia es universal, pero resulta significativo el hecho de encontrar entre la multitud a varios matrimonios occidentales asistiendo al oficio: «Aunque no entendamos lo que dice, transmite. Es una experiencia muy bonita», confiesa María en un susurro.
A los pies del altar, se cuentan alrededor de 20 niños, que escuchan inquietos el mensaje de los tres sacerdotes con curiosidad. Frente a ellos, en las bancadas de la izquierda un coro de voces angelicales sobre los acordes de una guitarra española cautiva a la multitud, que les sigue a través de un grueso libro con caracteres en mandarín y representaciones de acordes numéricas, como enseña la tradición oriental.
«Somos muy felices asistiendo con nuestros hermanos al culto todos los domingos. En Fujian, como en otras localidades de China, sólo podemos asistir una vez al mes. Hay muy pocos curas que tienen que repartirse por muchas regiones. Las colas para confesarse son muy largas en Navidad, aquí es muy diferente», nos cuenta Yuyi al finalizar la liturgia.
A la salida de la iglesia todos charlan alegremente. Los chinos se esmeran en explicar a los españoles curiosos los pormenores de su día a día y sus sensaciones tras llegar a España y practicar su fe de una manera completamente diferente. «Allí estamos condenados al sufrimiento», se escucha entre la multitud. «Practicamos el culto en la clandestinidad, hay muy pocos sacerdotes por la política del hijo único. En los momentos más importantes de la liturgia entra nuestra policía y la interrumpe para detener al cura, sólo nos podemos reunir con permiso y en lugares marcados con una placa», cuenta Isabel.
Uno de los sacerdotes comenta la experiencia a su llegada al seminario español: «Tuve que estudiar otra vez Teología porque, aunque ya había finalizado mis estudios, como tenemos que ejercer de manera secreta y tenemos dificultades para salir del país, solemos recurrir a documentación falsa. Entonces no podemos homologar el título porque no existimos y tenemos que volver a cursar nuestros estudios».
Francisca, sin embargo, no tuvo oportunidad de estudiar allí y ahora compagina la Teología con las clases de español. Es misionera y su testimonio es muy valioso para entender la situación de los católicos en China: «Mi primo es sacerdote, allí no pueden vivir en comunidad. Tienen que vivir con sus familias en casa. Ser testigo de su lucha y su tenacidad me trajo la vocación desde muy joven». La misionera vivió en primera persona las dificultades de los católicos en su día a día. «Mi primo oficiaba misas en nuestra casa. Como las ceremonias son secretas los vecinos se enteraban a través del boca a boca y nos juntábamos muchos fieles en mi casa. Teníamos, sin embargo, muchos vecinos afines al ideario comunista que se chivaban a la policía. Mi primo estuvo en la cárcel muchas veces», explica. Uno de los fieles la corta para hacer un inciso: «Desde la revolución cultural de Mao Zedong, se inició una persecución tanto a los católicos como a los devotos de las demás religiones. Durante los primeros años la caza fue brutal. A mediados de los 80 se produjo un cierto aperturismo pero, aunque ya no es una cárcel física, sí es una cárcel mental y espiritual». Otro fiel añade a su declaración el mensaje que considera que quiere transmitir el gobierno: «Haz lo que quieras, dedícate a lo que más te guste, pero hazlo sin parar para que no puedas pensar».
La comunidad católica china en España crece día a día. En Madrid se ha aumentado el número de sacerdotes y oficios, actualmente se celebra la Santa Misa también en el barrio de Usera. Allí el grueso de los ciudadanos chinos son inmigrantes ilegales con interminables jornadas laborales y que no tienen ningún día libre a la semana. Por eso se oficia a las 09:30 de la mañana, antes de comenzar su jornada laboral.
En España podemos asistir a la liturgia en mandarín también en Barcelona, Bilbao, Zaragoza, Valencia y Palma de Mallorca. El número de fieles es difícil de calcular debido a la situación irregular de muchos de ellos. Las fuentes autorizadas calculan que ascienden a unos 1.300.
Una de las labores de los religiosos es la de ayudar a los ciudadanos sin papeles cuando – con mucha frecuencia- deben denunciar la explotación laboral, ir al médico o integrarse en la sociedad española. En la mayoría de los casos se les amedranta con falsas historias sobre los españoles y esto les hace desconfiados y herméticos, lo que dificultan sus relaciones sociales. También colaboran con Cáritas para ayudar a los ciudadanos con menos recursos repartiendo comida o comprándoles los billetes de vuelta a China a quienes desean volver a su país. Además de las labores de consejo y guía espiritual que competen a los religiosos, los Agustinos Recoletos de Santa Rita organizan excursiones y peregrinaciones todos los años. Las próximas serán a Roma, Fátima y a Tierra Santa.
Situación en China: Campos de trabajo, control y clandestinidad
Tras la Revolución Cultural de Mao Zedong en 1966 se produjo una destrucción masiva de iglesias y patrimonio cristiano, pero las pérdidas más dramáticas fueron las humanas. Chang nos cuenta la terrible historia de la congregación que convivía frente a su casa: «Algunos pudieron escapar pero cada vez se hacía más difícil. Muchos religiosos fueron torturados y asesinados y a otros muchos los enviaron a campos de trabajo donde varios permanecieron 35 años». Como su amigo Lin, que tras su liberación estaba obligado a ser acompañado las 24 horas por un vigilante. «Durante el día trabajaba en una pequeña empresa, pero por la noche aprovechaba las horas de sueño del guardia para ir a dar confesión y celebrar misas», explica.
A partir de los años ochenta se permitió la libertad de culto, pero con matices. El ideario comunista no es partidario de la espiritualidad, por ello aunque se permita, el yugo del control estatal sigue pesando sobre la comunidad católica. La Iglesia continúa dividida en dos vertientes, la oficial y la clandestina.
La Iglesia oficial celebra la santa misa en iglesias y catedrales, el régimen permite que las liturgias se lleven a cabo sin incidencias. Sin embargo el Vaticano no permite que Pekín nombre obispos porque considera que los sacerdotes de la Iglesia oficial son agraciados por el Régimen con una buena posición económica y social para que transmita un mensaje adulterado por el gobierno. «Un cura cobra de media 100.000 yuanes por oficio» afirma Guillermo.
La Iglesia clandestina no goza de una mejor situación, el Vaticano también niega a sus obispos debido al carácter secreto de la iglesia. Sin embargo los sacerdotes opinan que es la que transmite la fe verdadera y que es la más recomendable para conseguir una comunicación pura con el Altísimo. «Una cosa es la ley de la Iglesia y otra muy distinta la ley de Dios. La misa clandestina puede no ser lícita pero sí válida», afirma Guillermo.
Según fuentes del entorno eclesiástico, la Iglesia oficial cuenta con 5 millones de fieles frente a los 12.000 con los que cuenta la Iglesia clandestina.
En los últimos años el porcentaje de católicos en China ha ascendido de un 1% a un 3%. Los nuevos devotos provienen sobre todo de clases medias y adineradas, sus perfiles son jóvenes, sobre todo universitarios. El padre Guillermo lo justifica de la siguiente manera: «Las clases medias y las altas son las que se pueden permitir mandar a sus hijos a la universidad. Tanto ellos como sus padres llegan a sentir un vacío tan intenso que necesitan abrazar la espiritualidad para dar sentido a su vida. Llegan a ella a través de la cultura, a la que empiezan a tener acceso». De 200 a 300 universitarios se han convertido al cristianismo solamente en la provincia de Henan, situada al centro-este del país.
Esta es la forma en la que la Historia, en uno más de sus múltiples pliegues, da una lección magistral sobre el poder de la voluntad humana. Cuando una fuerza coarta la libertad de un hombre éste siempre va a encontrar un subterfugio para realizarse.
*Algunos de los nombres de las fuentes consultadas para la elaboración de este reportaje han sido modificados por temor a posibles represalias políticas.
Raquel F-Novoa
Carina Chia-Pei Tu
¡Excelente artículo! Felicidades, Raquel!
La frase «el Vaticano también niega a sus obispos debido al carácter secreto de la iglesia» no me parece muy afortunada porque se presta a equívocos. La iglesia no les niega nada (al contrario más bien), lo que hace es ser «discreta» o «mantiene en el anonimato a sus obispos» por aquello de que no los quiere condenar a muerte…
Más adelante, la contraposición entre la «ley de la Iglesia» y la «Ley de Dios» me parece que tiene más tufillo a manipulación interesada. Hay que ser un poco necio para pensar que la Iglesia de Roma no apoya a sus fieles en China, o quizá lo que se busca es descalificarla una vez más buscando cualquier excusa por estúpida que sea. La diplomacia vaticana es sutil y «surfea» entre leyes y regímenes totalitarios para poder atender a las comunidades de allí. Es muy complejo luchar contra el comunismo y la izquierda totalitaria, y quizá sea complejo de entender para mentes periodísticas que están muy familiarizadas con esa ideología asesina y no son capaces de analizarla con objetividad…
«La misa clandestina puede no ser válida pero sí lícita», afirma Guillermo.
¿No será al revés? Será válida aunque no sea lícita…
Leo con asombro que «Un cura cobra de media 100.000 yenes por oficio.» Los periodistas, en general, tenéis un problema con las cifras : 100.000 yuanes suponen exactamente, al cambio de hoy, 13.640.- euros. De ser cierto, integrarse en la Iglesia «oficial» china es una envidiable salida laboral.