Reporterismo

Leer en tiempos de «smartphone»

Personas miran su móvil en un andén del metro
Personas miran su móvil en un vagón del metro

ALEJANDRO DÍAZ-AGEROALEX JIMÉNEZ

Las onomatopeyas emitidas por las bestias que habitan en el interior de un popular videojuego para teléfonos móviles rompen el silencio por el que la línea 7 de Metro de Madrid transcurre. Son las nueve y media de la mañana, y el ajetreo propio de los albores del día insufla vida a uno de los vagones del tren. Sentados, tres adolescentes se afanan en comprobar quien acumula más seguidoras en su cuenta de Instagram. Para inflar sus guarismos, deciden hacerse un «selfie». Los asientos de enfrente los ocupan cuatro ancianos, un hombre y tres mujeres, que discuten acerca de los tiempos de espera en el hospital al que se dirigen. De pie, una chica joven se retoca el color de los labios ayudada por un espejo de mano y, a su lado, quien parece ser su novio recorre a toda velocidad su muro de Facebook en busca de algún acontecimiento que dé color a su rutinaria mañana. Hay cuatro personas más: dos parecen empeñadas en apurar sus últimos minutos de sueño antes de encarar sus quehaceres; una alterna mordisqueos a un bollo con pequeños sorbos a la pajita de un zumo de naranja; mientras que la otra lee un libro.

La estampa previa a la dictadura del «smartphone» se hubiera dibujado con un buen puñado de novelas entre las manos de los viajeros. O al menos, de periódicos. Pero el globo de lectores en España se deshincha ante el dato del Centro de Investigación Sociológica (CIS), el que señala que el 39,4 por ciento de los españoles no abrió ni un solo libro en 2015. Las librerías, punto de confluencia para el hábito lector, vieron como 700 establecimientos cerraban en el último año, según informa el estudio «La lectura en España» elaborado por la Federación de Gremios de Editores (FGEE).

Tampoco sale bien parada la prensa: en una década han cerrado el 25% de sus puntos de venta. De los 30.000 en 2006, a los 22.300 en 2016. Además, según este informe, solo 159 librerías en España, el 5,7% del total, venden más de 600.000 euros anuales; mientras que de éstas, solo 29 (el 1%) superan los 1.500.000 euros en ventas. Aparte de ello, el estudio también destaca que en el periodo de cuatro años que oscila entre 2010 y 2014, el volumen de facturación de las librerías independientes cayó en un 25,4 por ciento.

Es cierto que el consuelo podría hallarse en el número de ejemplares en circulación. Como defiende Andrés Ibáñez en el ABC Cultural del 25 de marzo, medio millón de títulos estaban a disposición de cuarenta millones de lectores potenciales en 2012. Del mismo modo, se apoya en que el ritmo de publicación en 2015 era de 219 títulos nuevos al día. Y lo remata con que, según «La lectura en España», en el año 2000 había un 36% de lectores frecuentes –entre los que se incluye a aquellos que leen «una o dos veces por semana»–, cuantía que en 2012 ascendía hasta un 47,2 por ciento.

Pero el ánimo decae cuando se atiende a que, en el 92% que engloba a la población lectora, tienen cabida todos aquellos que afirman leer no necesariamente una novela. Y sí posiblemente el muro de su Facebook, dado que las webs se incluyen, junto a los propios libros, los periódicos o los cómics, entre las plataformas de lectura ponderadas. La Encuesta de Hábitos y Prácticas Culturales 2014-2015 del Ministerio de Cultura sentencia que los que no habían leído ningún ejemplar en un año suponían el 37,8 por ciento de la población. Y que a un 42% de estos ni siquiera le interesa posar su mirada sobre una sola línea.

Los móviles y la televisión, el enemigo

Todos estos datos refrendan que la lectura ya no es un hábito común en la vida de los españoles. Una circunstancia que ha acelerado, en especial, la aparición de las nuevas tecnologías y la adaptación de Internet a todos los ámbitos de la vida diaria. «La tecnología audiovisual tiene una amplísima oferta y un facilísimo acceso», señala la psicóloga Carmen González. «Cada persona puede utilizar su tablet o su móvil en cualquier momento para ver cualquier película, serie, reportaje o escuchar música mientras va en el metro, en el autobús, en el tren o mientras espera en cualquier parte», remarca. «Además, es un consumo sin esfuerzo, algo que te dan ya hecho».

Punto de vista que comparte la escritora Isabel Cobo Reinoso. «El acceso a Internet permite una distracción fácil, que invita a la dispersión. Lo contrario de la lectura, que requiere concentración. Tampoco ayuda el poder de distracción tan grande que tiene la televisión. Si se tiene en cuenta el poder de esos dos potentes distractores, no queda tiempo para la lectura», afirma. Según un estudio de la consultora TNS, un español le dedica, de media, unas cuatro horas al día al consumo televisivo. Y más de tres a mirar el móvil.

Los "smartphones" han sustituido a los libros en el metro
Los «smartphones» han sustituido a los libros en el metro

Sin embargo, hay otros sectores que no pierden la esperanza en este sentido y que destacan que, a pesar del descenso de ventas de periódicos y libros, la gente sigue siendo aficionada a la lectura. «No es que cada vez se lea menos, sino que han cambiado los formatos y no todo el mundo lee. Los libros no pueden pasar de moda. Sea de manera física o digital, la literatura continúa, y lo hace más fuerte que nunca», afirma en este sentido el escritor José Manuel Fernández, padre de las obras Psiro o Nuro.

Un asunto preocupante en los más jóvenes

Con respecto a los niños, esta problemática preocupa cada vez más. Así lo reseña Blanca Gómez-Arevalillo, profesora de un colegio de Pinto. «Es un retroceso completo. La lectura fomenta muchos ámbitos del cerebro que son necesarios para el desarrollo de la mente, como el lenguaje o la imaginación», remarca. «Además, te da unas tablas para enfrentarte al futuro que solo se pueden adquirir si has estado leyendo durante toda tu vida. Es importante que se implante el hábito de leer en los niños desde que son muy pequeños», agrega.

La pregunta está clara. ¿Qué se puede hacer para tratar de revertir la situación, en especial en los más jóvenes? Parece que no hay una postura fija, aunque sí varias ideas. «Deberían incluirse, durante Primaria y la ESO, la lectura de libros sobre los que se haya hecho una película, para que los niños piensen si quieren ser ellos los que construyan su propio mundo interior y conclusiones, o si por el contrario quieren que sean otros los que lo hagan por ellos», explica Carmen González.

También, en este sentido, Cobo Reinoso lo tiene claro. «En primer lugar habría que dar ejemplo. Si desde niños vemos a las personas que valoramos con un libro en las manos es más probable que nos guste la lectura», remarca. «Además, hay que huir del didactismo como de la peste. No hay nada más disuasorio que un libro infantil o juvenil con tufillo pedagógico».

Los expertos inciden, además, en que es importante insistir en volver a hacer de la lectura un hábito. Así lo asegura el escritor Víctor Moreno, que se muestra muy crítico en este aspecto. «Que la lectura es una pérdida de tiempo solo lo puede decir alguien que no se lleva bien con la inteligencia. Leer revoluciona la mente. Quién no lo hace, ni es inteligente ni quiere serlo», aseveró el pasado año en su columna en Nuevatribuna.es.

El riesgo de perder facultades vitales

«Si los jóvenes no leen, carecerán de esa experiencia vital que posibilita el leer historias de otros. Las conocerán por la televisión o el cine, pero eso no deja la misma huella que la lectura», explica Cobo Reinoso. «Aparte, si se deja de leer, se perderá una herramienta muy poderosa de desarrollar la capacidad de atención y se escribirá peor».

Desde el gremio de la psicología y la enseñanza también se muestran preocupados por este asunto. «Si no se lee, lo más visible será una pérdida de capacidad de expresión, redacción y pensamiento», reseña Carmen González. «Pero además, el consumo rápido e inmediato de la información a tiempo real, en la que no se necesita esperar para conocer una historia o saber su final, puede mermar la capacidad de los jóvenes para realizar esfuerzos y ser constantes para conseguir sus objetivos, para saber esperar con la esperanza y la ilusión de que al final del esfuerzo llega la recompensa. Al igual que se espera con emoción e ilusión el final de un buen libro mientras lo estás leyendo», añade.

Por su parte, Blanca Gómez-Arevalillo asegura que, a menudo, los errores radican en el origen. «La culpa muchas veces es de los padres, que prefieren enganchar a los hijos a la tablet o a la tele para estar tranquilos. Y claro, a los niños les gusta más. Además muchas veces les proponen como premio el estar un rato jugando con el móvil o viendo la televisión, en lugar de dejarles un libro. Y eso es un problema, porque al final los chicos no están acostumbrados a leer y es algo que necesitan».

El Metro, un termómetro

El metro madrileño funciona como medidor de estas tendencias de ocio. Tanto por la proliferación de teléfonos móviles alumbrando rostros y suscitando posiciones cifóticas en quienes los usan, como por la escasez de literatura que acorte los tiempos de espera entre el punto de origen y el de destino. Para tratar de compensar la balanza, la iniciativa «Libros a la calle», promovida por la Asociación de Editores de Madrid en colaboración con el Consorcio de Transportes y la propia Comunidad, pretende acercar las letras a los usuarios del transporte público de la capital.

El proyecto «Libros a la calle» busca promover la lectura
El proyecto «Libros a la calle» busca promover la lectura

La decimonovena edición, estrenada el pasado verano, combinó la exposición de autores de escasa difusión con obras consagradas para las que el paso del tiempo no se traduce en una pérdida de interés. En esta última propuesta, autores como Fernando del Paso, Luis Alberto de Cuenca, Camilo José Cela, Rafael Chirbes o Eduardo Galeano dan lustre a los vagones. La presentación de los textos se hace en un folio estampado en la pared, adornado con un diseño divertido y a color que reclama la atención que los hábitos rara vez le brindan. Prestan apenas veinte líneas de texto, una píldora para incentivar al sujeto a que dé continuidad a su lectura.

Algo que puede hacerse sin ni siquiera poner un pie fuera de la estación de metro. El servicio «Bibliometro» pone a disposición del viajero 3.000 volúmenes que corresponden a un total de 800 títulos, todos ellos distribuidos por los doce puntos de recogida que pueden encontrarse en otras tantas localizaciones del suburbano, como Nuevos Ministerios, Moncloa o Chamartín. Un estímulo más para avivar la sana costumbre de leer, tan denostada en algunos sectores de la población como imprescindible en otros tantos.

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