La Colonia de San Vicente: una «Pequeña América» de soldados en tiempos de Franco
La Colonia de Hotelitos de San Vicente, en Ciudad Lineal (Madrid), confina una suerte de oasis urbanístico cuya estética contrasta con el mar de ladrillo y cemento que inunda el distrito en el que se encuentra. Compuesta por viviendas unifamiliares de dos o tres plantas, su arquitectura sencilla y campestre recuerda más a las áreas residenciales o a las zonas rurales que a una gran urbe de imponentes edificios como es la capital española.
No en vano, así fue hasta hace alrededor de medio siglo, cuando la colonia no era más que una típica ciudad jardín rodeada de campo a las afueras. Levantada por el Ministerio de Vivienda de Franco a finales de los 50, este acogedor barrio ideado para familias de clase media se mantuvo apartado de la civilización hasta que la imparable expansión de Madrid llegó a sus calles. Su historia terminaría ahí, si no fuera por un pequeño detalle que pocos madrileños, aparte de los propios vecinos, conocen: en ella se asentó una parte considerable del destacamento norteamericano que, entre 1953 y 1992, operó en la Base Aérea de Torrejón de Ardoz tras los pactos de cooperación firmados entre el dictador y Estados Unidos.
Fernando Caballero ronda los 65 años, pero aparenta unos cuantos menos. Enfundado en una camisa azul de flores, este logroñés de nacimiento asegura en la pequeña sede de la Asociación de Vecinos Los Hotelitos – Colonia de San Vicente, de la que es presidente, que él es uno de los pocos que quedan (unos trece, especifica) en el barrio que vivió aquello. Llegó a la colonia en 1962, siendo un niño, y recuerda que ya entonces había numerosas familias instaladas. «Fue una época realmente bonita, guardo muy buenas memorias», cuenta. Junto a otros vecinos españoles de su edad, Caballero forjó a lo largo de su infancia y, sobre todo, su adolescencia, una estrecha relación con algunos de ellos. «Todos eran mayores que nosotros, pero eso no impidió nos lleváramos bien con ellos y hasta llegáramos a tener amistad con unos cuantos», evoca.
Aunque la memoria le falla por momentos –han pasado 50 años desde entonces–, recuerda con bastante claridad los datos clave para recrear una imagen del barrio entonces. Eran unas 70 familias en total (otros de los entrevistados para este reportaje hablan de 70 individuos solamente), en su mayoría matrimonios jóvenes de entre 30 y 40 años con hijos. Los hombres ostentaban, por lo general, los grados de sargento y brigada, es decir, contaban con rango de suboficiales. Se instalaron allí en régimen de alquiler porque, para lo que su sueldo les permitía, la colonia era lo más parecido que había entonces a las típicas casas americanas con jardín. Además, les resultaba muy cómodo por la cercanía de la base, a la que llegaban en poco tiempo a través de la carretera de Barcelona. Carretera que, por cierto, no tardó en alojar un típico autocine al que acudían tanto estadounidenses como españoles.
«Vivían aquí por la misma razón por la que sus superiores lo hacían en El Encinar de los Reyes: nivel adquisitivo», sintetiza Caballero. Bajista de profesión, su indumentaria –tejanos, pendientes de oro, anillos, gafas de cristal redondo estilo Lennon– evoca, de alguna forma, el movimiento contracultural de los años 60 y 70, quién sabe si como una inconsciente reminiscencia del pasado. De lo que sí tiene la certeza es de que, afortunadamente, creció rodeado de «buena» música americana y no «la mierda, con perdón, que se hacía entonces aquí». Eran los años de Chuck Berry, de Frankie Avalon, de Elvis… Y el rock and roll sonaba en la Colonia de San Vicente de la mano de sus propios compatriotas. Gracias a sus vecinos, Caballero, que hoy tiene su propia banda de blues, pudo introducirse en el mundo de la música y desarrollar una melomanía determinante en el camino que acabó tomando su vida. «Algunos nos dejaban sus garajes y allí ensayaba con el grupo que tenía entonces. Era genial», cuenta.
Relación vecinal
Aunque por lo general las familias tendían a relacionarse entre ellas, de vez en cuando algunas se juntaban con los jóvenes –especialmente con Caballero– y organizaban pequeños «guateques» con música y comida los fines de semana, salían a tomar algo o incluso iban a la piscina en verano. «Nos acordamos sobre todo de Wally, un señor de unos 50 años que vivía solo y que, como quería compañía, nos solía invitar a su casa a merendar, pues sabía que a nosotros nos encantaba ir. Con las mejores intenciones, claro», explican las hermanas Mercedes y Raquel Alonso, hoy jubiladas.
Tanto Caballero como ellas aprendieron inglés en el colegio y con profesores particulares, por lo que la comunicación con sus exóticos vecinos se volvió más y más fluida conforme fueron mejorando su conocimiento del idioma. Por el contrario, si bien el castellano de ellos no pasaba del nivel más elemental, los estadounidenses estaban encantados en España. «La comida, el clima, la gente… Parecen tópicos, pero eso era lo que les enamoraba del país», detalla el músico.
En algunos casos, las relaciones llegaron a ser insospechadamente más estrechas de lo imaginado. «De aquí salieron muchas parejas de americanos y españolas», revela Mercedes Alonso, quien además trabajó como secretaria en la base dos años. Su otra hermana, sin ir más lejos, se amancebó con uno de los militares, el sargento James Wood –de quien Caballero conserva una camisa con su nombre grabado–, y acabó casándose con él en EE.UU. una vez concluyó su servicio en España. Ella murió, pero ambas hermanas siguen manteniendo contacto con su cuñado, que ahora ronda los 80 años.
La base, un «mundo aparte»
De todo lo que representaba para los jóvenes el estilo de vida de sus vecinos, lo que más les fascinaba eran los productos que compraban y traían de la base. Allí podían abastecerse de todo tipo de cosas comunes en EE.UU. pero inaccesibles en una autocracia como la española. «Aparecían con cubos enormes de palomitas, helados, chocolate, tenían televisiones a color y electrodomésticos inimaginables aquí… Nosotras alucinábamos, nos parecía el no va más», relata Mercedes. «En la propia base había una mini-ciudad en la que tenían de todo: discoteca, bares, restaurantes, biblioteca, gimnasio, tiendas, economato… No tenían que ir a ningún otro sitio para nada», añade su hermana, Raquel Alonso. Poblada de coches Chevrolet, fiestas en las casas los sábados y barbacoas veraniegas en los jardines –además de whiskerías y prostíbulos orientados a los solteros que llegaban–, la colonia era entonces una suerte de «Little America» a la española.
Las familias estadounidenses se fueron marchando de San Vicente a partir de la década de los 70, cuando se edificaron bloques de pisos en las cercanías de la propia base. No obstante, su huella quedó impregnada para siempre en la historia del barrio. «Hubo muchos que se fueron y vinieron y que, aparte de su amistad, nos dejaron cosas que no querían llevarse de vuelta, como una bici que frenaba al pedalear hacia atrás o una tabla de planchar», rememora Nuria Yerro, que apenas tenía unos años entonces. «Creo que la vida con ellos nos marcó de alguna forma. Eran gente muy abierta, y puede que eso me influyera», reflexiona, por su parte, Acacia Núñez, vecina –junto a Yerro y Caballero– de la calle Forment, una de las varias vías que hace 45 años conformó lo que entonces se conocía en Madrid como «la colonia de los americanos».
Una Colonia entrañable. Los chavales de los alrededores íbamos de vez en cuando a ver aquell0s hotelitos y, sobre todo, los cochazos de los «americanos». Algo espectacular en aquellos años 50/60’s. Más tarde llegamos a conocer a un par de familias que resultarons ser una gente estupenda; de lo más agradable y que luego perdimos de vista al trasladarse a Torrejón. Aún hoy, de tarde en tarde y al pasar para recordar viejos tiempos por Pueblo Nuevo y alrededores, pasamos por la «Colonia San Vicente» ( omitíamos -de-).
Nací en el 67. Y uno de mis primeros recuerdos que tengo es precisamente estar jugando en el arenero que tenia en su patio Dan, el hijo de una pareja de americanos. Aunque mi primer primer recuerdo, es la torta que me di bajando la calle Los Arfe en mi triciclo a toda velocidad, camino de la casa de amigo Dan. Se fueron al poco tiempo
Viví desde 1969 a 1974 en la calle Los Arfe n° 4, era un hotelito que hacía casi esquina y tenía 2 garages, en uno de ellos ensayaban Los Bravos, grupo musical muy de moda en aquellos tiempos, luego creo que se convirtió en Jardín de Infancia, lo pasé muy bien en aquellos años de adolesçencia, recuerdo de encontrarme en el jardín de la parte trasera con monedas USA
, y una tortuga de unos 15 cm., ya en aquella época quedaban pocos americanos.
Vivo desde 1955 en el Barrio de la Concepción, iba a ver a los americanos y sus “aigas” para nosotros chavales con libertad para jugar y estar por las calles (no como ahora que los niños están enclaustrados en sus casas) era todo un espectáculo, había un soldado de color se paseaba por mi barrio para hacer algo de compra, se llamaba Miguel e iba saludando a todos los niños que nos asomábamos a los balcones, yo tendría unos 5/6 años, no se me ha olvidado. Más tarde iba a guateques en un chalet de la calle Marqués de Pico Velasco propiedad de un amigo. Que tiempos!!
Viví allí de 1966 a 1967, en la calle Forment 5. Hoy he pasado con mi madre para recordar y reconocer el sitio, y nos habría gustado poder charlar con alguien de la zona.