Fran Lara, cuando el deporte se convierte en luz
Cuando apenas tenía 14 años, el destino quiso que la vida de Lara —como le llaman sus amigos de siempre—, diera un giro de 180º al sufrir un accidente de tráfico casi mortal que lo dejaría postrado a una silla de ruedas para siempre. «Entonces tenía dos opciones: hundirme y amargarme o intentar sacar lo positivo y seguir adelante. Hice lo segundo», asevera. Con más coraje que esperanza, Fran Lara no solo consiguió adaptarse, superarse y reinventarse, sino que además llegaría a convertirse en un referente internacional en el panorama deportivo y un espejo en el que empezarían a mirarse muchas personas.
17.00 horas. Miércoles
El frío vuelve a abrumar Madrid. Suena el teléfono. «Llego tarde, lo siento. Hay demasiado tráfico», dice con tono agobiado. En apenas unos minutos un Volvo plateado dobla la esquina y se para frente a nosotros. Baja la ventanilla: «Ya estoy».
Fran abre la puerta del coche y solo con la fuerza de sus brazos traslada su silla de ruedas desde el asiento trasero hasta el del conductor. Levantándola por encima de su cabeza la saca por la batiente delantera y la deja en el suelo. Entonces se transforma en un antiguo vaquero y le monta las ruedas como si desenfundara su viejo revólver. Parece mentira que venga del pabellón tras tres horas de entreno (y que tras la entrevista le esperen otras dos). No tiene límites.
Varias personas se ofrecen a ayudarle, a lo que él se niega, y tras un enérgico salto se incorpora en la silla y se dirige hacia nosotros. «Estar en una silla de ruedas de por vida te hace madurar, tienes que ser muy fuerte para empezar otra nueva vida porque todo es muy diferente a lo que estabas acostumbrado», reconoce. A Fran no le gusta que lo ayuden. De hecho su silla de ruedas no tiene empuñaduras porque no quiere que nadie lo lleve. «Hace que me sienta inútil. Sé que las personas lo hacen con toda su buena intención pero no, no quiero».
Pasamos al salón de su piso en la que sería su hora de descanso (hoy no tendrá siesta). Tom, la mascota de los Juegos Paralímpicos de Río 2016, nos mira desde el otro extremo de la habitación. Su pelo plateado brilla con los pequeños rayos de sol que amagan con colarse por la ventana. Sobre él, cuelga una gran fotografía de aquel día en la pared. Trofeos, merchandising de varios equipos, pelotas de baloncesto y la Play, junto a una gran pila de videojuegos (se nota que también le gustan los deportes electrónicos).
«Mi día a día es un estrés», nos cuenta. «Me levanto por la mañana temprano y me voy a entrenar. Unos días al gimnasio y otros al preparamiento específico. Para ambos tengo que coger el coche. Por las tardes siempre tengo entreno en equipo. Antes de las 23.00 horas no llego a casa ningún día», suma.
Después del accidente, Fran estuvo 23 días sedado en el Hospital Virgen de la Salud de Toledo por encharcamiento pulmonar. Cuando los médicos supieron que el verdadero problema era medular lo trasladaron al Hospital Nacional de Parapléjicos. «Una vez consciente y en planta veía pasar por el pasillo a muchos chicos en silla de ruedas pero no sabía que yo también la necesitaría», nos confiesa como si empezara a desnudar su alma.
Fran empezó a percatarse de la situación cuando en una ocasión, la enfermera que le llevaba la comida se dejó sin querer un papel en el que ponía el nombre del hospital, pero aún así, pensó que se trataría de algo puntual.
«Fue la primera vez que me subí en una silla de ruedas cuando fui consciente. Cuando experimenté aquella sensación: parecía que me habían cortado por la mitad. No sabía qué estaba pasando» revela, algo frágil.
La terapia psicológica no fue nada comparada con el apoyo y el cariño de sus seres queridos. Sin sus amigos y familiares, Fran no sería la persona que es hoy. «Fueron mis amigos los que venían a mi casa a animarme a salir y a hacer cosas. Me llevaban con el coche a los sitios que solíamos frecuentar con la bici, íbamos juntos a pescar y a visitar lugares. Nunca dejaron de tratarme igual que siempre. Me ayudaron a asimilarlo porque ellos lo hicieron antes que yo. No cambió nada. Seguía siendo uno más. El mismo», recuerda con nostalgia.
El baloncesto, una forma de vida
Terapia, «hobby» y profesión. El baloncesto fue la piedra angular de Lara en su recuperación. Al igual que Mireia Belmonte con la natación, Fran Lara se introdujo en este deporte como parte de su proceso de rehabilitación y adaptación. Fue en el Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo donde todo comenzó. «Por las tardes en el gimnasio ponían actividades deportivas para los pacientes. El coordinador me habló del baloncesto y empecé a probarlo», explica. Admite que fue duro: «Tenía que compaginar el deporte con los estudios y me exigían aprobar para poder jugar». Poco a poco, la pelota naranja llegó a convertirse en su razón de ser. «Yo era de fútbol», bromea. «El deporte es la mejor medicina para volver a empezar y creer en uno mismo».
Pero no solo le sirvió para volver a creer en él, para superar barreras, miedos, dudas y complejos. Al cumplir los 18 años recibiría una llamada que desembocaría en todo lo que ha venido después. Acababa de ser convocado para militar en las filas de la selección española junior y el barco del éxito no hizo más que soltar amarras. Su mejor regalo. «Fue una sorpresa total, no me lo esperaba. Estaba empezando a jugar al baloncesto y aquello me sirvió de impulso para luchar aún más», asegura. Y tan solo un año después, la selección española absoluta contó con él para la disputa de los campeonatos internacionales. «Ya estaba en una nube por ir con la junior, así que ir con la absoluta era algo que ni me imaginaba. Increíble».
Aunque el momento más especial le llegó a los 23. El equipo español se clasificó por primera vez en 16 años para unos Juegos Paralímpicos. «Al principio no era consciente de ello pero formar parte de la historia del baloncesto en silla de ruedas es algo muy grande que no se puede expresar con palabras. Había trabajado mucho para poder hacer mi sueño realidad y en Londres 2012 se estaba cumpliendo», responde con una sonrisa.
Pero la vida aún le tenía muchas sorpresas esperando que se dieron a conocer en Río 2016. Por primera vez, el equipo español de baloncesto en silla se colgaba una medalla de plata en unos Juegos. Una plata con sabor a oro. Fran y sus once compañeros acababan de escribir un bonito capítulo en la historia deportiva de nuestro país. «En ese momento no me creía lo que habíamos conseguido. Todo el tiempo que le habíamos dedicado, todo el trabajo, el esfuerzo… Todo se vio reflejado ahí», recuerda con emoción. «Fue el mejor momento de mi carrera profesional, una experiencia imborrable que recordaré siempre con mucho cariño. Lo mejor que le puede pasar a un deportista», concluye.
Objetivo Tokio 2020
«Tengo ganas de Tokio. Tengo mucha hambre de ganar. Para mí significaría que aún sigo luchando por cumplir mis sueños y por seguir creciendo», exclama con ambición. «Siempre intento aspirar a lo máximo posible».
Éxitos a nivel particular y a nivel colectivo. Tras esta medalla, la gente se ha interesado por el BSR (baloncesto en silla de ruedas) tanto en el papel de jugador como en el de espectador. «Los junior vienen pegando fuerte porque saben que España es una potencia mundial», apunta Lara.
Sin embargo, resulta casi imposible vivir de este deporte. El BSR no cuenta con las mismas facilidades que otras categorías como la Liga ACB. «Nosotros pertenecemos a otra Federación en la que, lamentablemente, salimos adelante gracias a los patrocinadores», comenta algo indignado.
Al igual que las mujeres deportistas y muchos otros olímpicos y paralímpicos, el baloncesto en silla de ruedas pertenece a los llamados deportes minoritarios. Aun teniendo mucha relevancia no son tan mayoritarios como el fútbol. Una fiebre que ha llegado a tal punto que el cambio de pelo de un futbolista llega a ser más importante que los oros ganados por un deportista de otra disciplina. Pero sin duda, estos deportes son los que más enriquecen el alma. Donde más relucen la entrega, el sacrificio, la pasión, el compañerismo y un sinfín de valores deportivos que bien podrían aplicarse a cualquier otra faceta de la vida. Porque cuando el deporte se convierte en luz, salva.
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