Allí donde el espectáculo siempre debe continuar
Son las 6 de la tarde y Enrique está iluminando leones. Aunque lo parezca, la cosa tiene poco que ver con la Metro Goldwyn Mayer; aquí nadie viene a actuar, o eso se supone. Estamos en el Congreso de los Diputados y Enrique es el encargado de ponerles a los leones de la puerta el traje de luces. Llevan desde el lunes montando la decoración y creen que para el jueves ya habrán acabado. La ocasión lo merece: la cámara baja celebra las jornadas de puertas abiertas el 2 y el 3 de diciembre.
Enrique también ha cubierto de luces el resto de la ciudad. Comenzaron a ponerlas en octubre y desde el 25 de noviembre iluminan la capital. Bajo los focos de este gran teatro ciudadano se entrecruzan miles de historias: las de los habitantes del centro de Madrid.
Enrique ya se marcha. Para irse tomará la carrera de San Jerónimo, llegará hasta la glorieta de Neptuno y girará a la derecha para subir el paseo del Prado. Se dirige a Atocha, donde se encuentra el mayor complejo ferroviario de España. Girará en la glorieta
en torno al monumento del 11-M y se dirigirá a su hostal. Mañana será otro día. Enrique no lo sabe, pero en la glorieta de Atocha se cruza cada mañana con Javier.
Javier es cubano y lleva 25 años viviendo en Atocha. Desde hace 11 trabaja en uno de los iconos del Madrid literario: el callejón del Gato. El restaurante Las Bravas aún conserva en su interior dos de los espejos convexos en los que se inspiró Valle-Inclán para crear al personaje de Max Estrella de «Luces de bohemia». Javier me confiesa que muchos entran en el bar para buscar a su esperpento dentro de los espejos, pero la mayoría entra a comer bravas. Javier también dice sentirse reflejado en los clientes de su bar. «Los españoles tienen un carácter muy parecido al nuestro, yo en este país siempre me he sentido muy a gusto». Tratar con sus clientes es lo que más le gusta a Javier de su trabajo, eso y las españolas.
Un poco más abajo, en el número 5 de la calle Carretas, David entra por la puerta del okupado Hotel Madrid. David ha sido desahuciado y lleva ya tres semanas compartiendo techo con los miembros del 15-M. La historia de David es complicada, le quitaron la custodia de su hijo a él y a su mujer cuando el crío apenas andaba. Vicky fue acusada de agresión y los servicios sociales se hicieron cargo del pequeño. Ahora vive con otra familia y David le ve una vez cada dos semanas. David y su mujer han tenido que acostumbrarse a compartir techo con otro tipo de familia: los miembros del 15-M.
Me cuenta que no comparte los valores del movimiento, pero colabora con lo que puede en las tareas. David sale del hotel con los indignados. Se dirigen hacia el lugar donde se gestaron: la puerta del Sol.
Aunque hoy hay asamblea, el panorama es bastante diferente al que podía verse en mayo. Los indignados han perdido poder de convocatoria y hay más personas alrededor del predicador venezolano, el mimo o el contorsionista de turno que de la asamblea. Sin embargo, hay cosas que siempre permanecen en Sol: la Real Casa de Correos o la estatua del Oso y el Madroño. Son señas de identidad de uno de los puntos más turístico del país. También está allí la plaquita del Km 0. Como diría Sabina, en la puerta del Sol se cruzan todos los caminos.
El reloj da las 8 de la tarde y otro icono del Madrid sabinero sale del metro sobre unos tacones negros. La Magdalena (así me pide que la llame) cruza la plaza y toma Montera. Es turca y lleva solo 3 meses en Madrid. Bajo los andamios que flanquean la calle hay 5 o 6 mujeres más, la mayoría de ellas son extranjeras y pasarán la noche esperando a que alguien les pida compañía. Le pregunto a la Magdalena por los hombres españoles: «Son como todos los del mundo».
Decido dejarle hacer su trabajo y continuar con el mío. Llego a Gran Vía esquivando a duras penas a la avalancha de gente. Ya son más de las 9 pero las tiendas de tres pisos siguen vomitando gente a borbotones. Al fin y al cabo ésta es la calle que nunca duerme.
Buscando suerte
Desde la Gran Vía llego a la plaza de Callao. Un quiosco se anuncia con el cartel: «Se vende lotería de la Manolita». Alberto, el quiosquero, me cuenta que puede llegar a atender a «500.000 personas al día». Justo en ese momento, unas chicas le interrumpen. Dicen que Doña Manolita ya ha cerrado y les da pereza venir por la mañana a hacer cola. La administración de lotería más famosa de Madrid congrega a miles de personas cada año con ocasión del sorteo de Navidad. Alberto les vende a las chicas un boleto y un consejo: las suertes no se buscan, se encuentran. Probablemente el centro de Madrid sea el mejor sitio para encontrarla.
Las chicas lo aceptan y bajan la calle. Las sigo hasta la plaza de España y entro en otro buque insignia de la capital: un restaurante VIPS. Seguramente si uno empieza a caminar aleatoriamente por la ciudad lo primero que encontrará será un VIPS. Allí trabaja Andrea, una chica colombiana. Lleva 8 años viviendo en España. Es una más de los 68.000 inmigrantes colombianos que residen en Madrid. A la mayoría se les puede encontrar trabajando en establecimientos de hostelería como éste. En concreto, a Andrea le queda trabajo para rato. No sale hasta las 2 de la madrugada.
Cuando Andrea abandone la escena, aún quedará función para rato. Las luces navideñas seguirán iluminando Sol, Callao, la plaza de España, la Gran Vía, el barrio de las Letras, el callejón del Gato o el Congreso. En el centro de Madrid, el espectáculo debe continuar.