La «nueva» vida universitaria
El pasado mes de septiembre las facultades de la Universidad Complutense volvieron a abrir sus puertas, pero realmente son pocos los alumnos y alumnas que han vuelto a las aulas. Atrás quedan los días de ruido y alboroto, y las grandes multitudes de estudiantes que llenaban de vida la Ciudad Universitaria en el distrito de Moncloa.
«Mi día a día es un caos y está marcado por la incertidumbre», cuenta Sara Martínez, alumna del grado Relaciones Internacionales. Hace apenas dos meses, Sara se veía estudiando en Praga gracias a una beca Erasmus, pero como consecuencia de la incidencia del coronavirus finalmente fue suspendida. «Aunque sé que no es algo general, en mi caso si que me han cancelado la movilidad Erasmus, ahora mantengo la esperanza de poder irme en el segundo cuatrimestre», cuenta.
Lorena López, estudiante de Periodismo en la Facultad de Ciencias de la Información, jamás se hubiera imaginado acabar la carrera totalmente a distancia y fuera de Madrid. Ella, al igual que muchos jóvenes, se marchó en marzo para poder pasar el confinamiento en casa y desde entonces no ha vuelto a la capital madrileña. Por circunstancias médicas y económicas decidió permanecer en su ciudad natal. «No fue fácil tomar la decisión, por motivos médicos tengo que viajar a menudo a Murcia lo que en esta situación era complicado y, además, no veía viable pagar un piso para realmente ir dos veces a la universidad», explica.
«No podemos hacer otra cosa y no es culpa de los profesores porque hacen lo que pueden. No hay otra opción»
Aunque desde un primer momento se habló de una adaptación a una docencia híbrida, donde se combinasen tanto la presencialidad como la docencia online, en la práctica, según los entrevistados, casi en su totalidad las asignaturas se imparten de forma telemática. En general, los universitarios creen que la adaptación de los profesores ha sido buena –salvo excepciones– y que sus formaciones no se van a ver perjudicadas, pero sí advierten que quizás la parte más práctica ha quedado en un segundo plano. Mara Muñiz, estudiante de tercer curso de Medicina, cree que serán mínimas sus posibilidades de hacer alguna práctica de forma presencial. «Me da angustia porque voy a llegar al hospital y no voy a saber hacer nada. Ya de por sí sientes dudas, sientes que no sirves, y si encima te quitan las prácticas que es donde aprendes pues siento que voy a estar menos preparada. Me pone triste y me da rabia», manifiesta. Lucía Ruiz, estudiante del grado Ciencia y Tecnología de los Alimentos es tajante: «las prácticas online en una carrera experimental me parecen absurdas, pero no me queda otra».
Asimismo, no solo ha supuesto un gran esfuerzo a nivel académico para los alumnos sino un cambio de vida y de rutina radical. «Cuando sales de tu casa tu chip cambia y tu mentalidad es de trabajar. Cuando te mantienes en casa, creas una dinámica en la que te levantas de la cama, te pones en clase y al final no sabes si estás en clase o dónde. No tienes una dinámica marcada de trabajo y los horarios pese a que son los mismos de siempre, al estar en casa entras en una dinámica de pasotismo en la que terminas no haciendo nada», relata Jorge García, alumno de tercero de Periodismo.
La otra cara
María Sánchez-Domínguez, socióloga y profesora en la Facultad de Ciencias de la Información pisó por última vez un aula en el mes de marzo. Confiesa que ha pasado en alguna ocasión por la facultad para solucionar gestiones administrativas, pero desde hace nueve meses no ha vuelto a subirse a la tarima.
«Al principio fue todo improvisación, no sabíamos muy bien qué hacer, fue un momento de caos» recuerda. Ella tuvo que adaptarse a la educación telemática y reajustar los programas académicos cuando se decretó el Estado de Alarma y confiesa que, aunque los docentes recibieron instrucciones –en su caso no la convencían del todo–, pudieron ejercer la libertad de cátedra en todo momento.
«Anímicamente, todos los docentes hemos estado mal. Muchas veces a los estudiantes se les olvida que también somos personas humanas», cuenta.
A nivel laboral y profesional, los docentes han tenido que establecer ciertos límites para poder conciliar el trabajo desde casa con sus vidas personales. «Durante el estado de alarma no tenía horarios. Llegué a un punto que dije no. Ahora sí que tengo un horario, si no es una verdadera locura. Tengo estudiantes que me escriben a las dos de la mañana un sábado. Los docentes hemos aprendido a tener horarios y marcar límites. No estamos 365 días a disposición de las personas», explica.
«Ha habido mucho cuento y lo sigue habiendo»
Los estudiantes han sabido adaptarse y trabajan bastante bien de forma autónoma, salvo excepciones. «Los profesores no somos tontos, también hemos sido estudiantes. Hay personas que no quieren trabajar y el covid está dando una excusa. Yo no pido justificante del médico. Si alguien me dice que tiene síntomas, yo confío en que la gente es adulta y no miente», explica la docente.