Testimonios de la ludopatía: «No me dio pena que mi novia me dejara, así tenía más tiempo para jugar»
Conocemos a la asociación APAL y hablamos con varios jugadores rehabilitados sobre sus problemas con la ludopatía
Según informes realizados del Observatorio Español de las Drogas y las Adicciones, en la actualidad hay 680.000 ludópatas o personas adictas al juego en España. Tan sólo 14.000 reciben algún tipo de tratamiento en la actualidad y se calcula que más de 500.000 están sin diagnosticar.
Todo esto son realidades que bien conocen desde APAL (Asociación Para la Prevención y Ayuda Al Ludópata). Desde 1998 esta asociación sin ánimo de lucro se dedica a prestar ayuda en la rehabilitación de jugadores y asistencia a sus familiares. Más de 180 socios forman parte de APAL y el perfil de jugador que acude a ellos es muy variado. El 60% de los asociados oscilan entre los 25 y 35 años; un 30%, entre los 35 y 55 años y el 10% restante corresponde a los mayores de 55. Además, únicamente son doce las mujeres que acuden a esta entidad del barrio de El Carmen en la calle Elfo, número 14.
Juan Carlos Gallego, presidente de APAL, nos cuenta como trabajan. Los interesados contactan por teléfono y cuentan su situación, posteriormente se concierta una cita (denominada ‘acogida’) que sería el primer contacto presencial en el local. Cada día de la semana hay terapias de grupo en horario de mañana y tarde donde las personas acuden a contar su historia y como vas evolucionando cada semana. También hay una terapia individual mensual. La asociación cuenta con cuatro terapeutas y un trabajador social para atender las necesidades de los asociados.
La premisa principal para dejar el juego es someterse a una seria de normas específicas desde el primer día que entras. Entre ellas, el darse de alta en el registro de interdicciones de acceso al juego, evitar tener acceso a dinero para jugar e intentar que el jugador comience a practicar actividades diferentes:
Juan Carlos explica que la línea roja entre la ludopatía y un juego moderado o esporádico es cuando dejas de hacer actividades cotidianas por jugar y además usando un dinero excesivo: “Eliges seguir jugando en vez de estudiar, trabajar, salir con amigos, quedar con tu pareja…” Él lleva seis años en APAL y su adicción era a las apuestas deportivas. Cada día se jugaba miles de euros. «Me di cuenta rápido de mi problema, piensas que quieres seguir para recuperar dinero pero es para continuar jugando…esa adrenalina que te da», admite.
«Hice un test online para saber si era ludópata y saqué sobresaliente», confiesa. Entonces decidió hablar de su problema con su mujer. Más allá de la adicción, el jugador sufre impulsividad, descontrol del dinero y un gasto excesivo. En su caso se trataba más de un comportamiento, una forma de ser. «Antes de comenzar con las apuestas podía gastar 100 euros en la ONCE, 500 en la lotería, compraba diez botellas de vino caro o 20 CDs innecesarios. También hice un viaje a París con unos gastos excesivos», explica.
Juan Carlos de 55 años tan sólo estuvo jugando 10 meses. Al lado de su trabajo había varias casas de apuestas. Jugaba a cualquier tipo de deporte, empezando únicamente en el fin de semana y llegando a jugar después todos los días de la semana. En casa no conocían esta faceta: «Te descentras del trabajo y de la familia. Es veneno puro». Empezó a jugar a raíz de tener varios problemas sociales. En su etapa de adicción ha gastado más de 20.000 euros pero también ha malgastado puntualmente: «Toda la vida he tenido un comportamiento ludópata».
Ludopatía en la tercera edad
«Me di cuenta que tenía un problema cuando empecé a tocar fondo». En su casa era el marido, padre, abuelo y amigo perfecto pero «abren los ojos y ven una nueva realidad», cuenta este asociado de 75 años. “Yo jugaba desde la tripa de mi madre”, afirma. Jugaba a las máquinas tragaperras siempre en los salones de juego, nunca en un bar para que no lo viesen. Su rutina era muy sencilla: café, periódido y directo al lugar del crimen: «Queremos jugar solos sin que nadie nos vea».
Argumenta que llega un momento de lucidez o que tocas fondo, y entonces pides ayuda. «Somos impulsivos, no somos capaces de dejar de jugar, sigues jugando hasta que sales sin dinero. Ganas 300 euros y te lo vuelves a gastar», explica. En su caso no era consciente del problema que tenía, sólo quería recuperar lo que había perdido: “El dinero se paga, pero recuperar la confianza de la familia es más difícil”.
La falta de dinero no se veía porque no tocaba la cuenta del banco. Empeñaba las joyas y gastaba ese dinero, así sucesivamente. Hasta que un día dejó de haber joyas. Lleva siete años sin jugar. Su primera vez fue con trece años cerca de los cines Callao, apostaba desde fuera de un local de juegos.
Adicto al PokerStars
Es un chico de 38 años. Lleva cuatro años en la asociación y ha estado más de 10 años jugando:»Mi vida era el póker”. Él no quería poner solución al problema que tenía: “Me gustaba más el juego que el resto de la vida”. Todo esto supuso la destrucción de su familia, amigos e incluso de su pareja.
Acumuló deuda hasta que fue insostenible: “Vine sin querer dejar el juego”. Con la terapia su vida volvió a tener sentido, volvió a tener amistades. Era consciente del juego que tenía: “Pensaba que iba a dar un pelotazo importante”. Tenía un sueldo de 1.600 euros y el día 2 de cada mes no tenía dinero en la cuenta.
Jugaba online y en los casinos, todos los días de la semana y a todas horas: «No descansaba. Me levantaba jugando, seguía en el trabajo y volvía a casa. Normalmente empalmaba con el trabajo y no dormía». Tuvo varios problemas personales y le dejó su pareja: «No me dio pena, asi tenía más tiempo de jugar«. Ahora ha rehecho su vida sentimental y ocupa su tiempo en cursos de monólogos y en teatro.
Montse, un ejemplo para las mujeres
Empezó a jugar joven y un día descubrió una máquina tragaperras: “Tuve la mala suerte que me tocó». Ella es ciega y fue vendedora de la ONCE. La organización exige a cada trabajador 1.500 euros a la semana para seguir en contrato. Esta situación le empujó a jugarse sus propios números para seguir con el trabajo. Hizo de todo para seguir jugando: cogía dinero de la cartilla infantil de su hija, tuvo deudas con personas que le amenazaban gravemente, robaba carteras e incluso a sus clientes, inflaba el dinero de sus ventas y pedía dinero en las estaciones de metro. “Era consciente de lo que hacía”. Su única motivación era ir a jugar: «Me tocaron 600 euros y no pude jugarlos porque se enteró la familia. El ludópata no juega a ganar siempre pierde”.
Montse Jiménez ha intentado suicidarse porque no encontraba una salida y ha sufrido estrés, miedo, problemas digestivos y musculares. En su llegada a APAL no contaba con que le iban a dejar de jugar completamente: «Yo vine a que me enseñaran a controlar». También ha vivido en primera persona el machismo que existe en la ludopatía: “El juego está bien visto en el hombre pero en la mujer es un vicio”, sentía ella. Mientras jugaba escuchaba comentarios como: “Se está jugando el dinero de su marido y de sus hijos. Cuánto cobrará”, ella no decía nada para no perder el sitio.
Montse echó cuentas…y lo tuvo que dejar: «Me mareaba con las cifras». En los cupone admite que ha podido gastar más de 40.000 euros: “Estaba muy agusto y muy bien cuando jugaba, el problema viene después cuando llegabas a casa con la cartera vacía”. Ella no veía los problemas de su familia: “Las adicciones secuestran las emociones”. Su marido le ha ayudado mucho en seguir en las terapias, ella no tenía fe en si misma. Su marido le animaba a seguir
«Cuando te rehabilitas empiezas a ver la vida de colores. Observas los edificios de la Gran Vía. Descubrí que vivía: había conseguido no tener la necesidad de jugar», explica emocionada. Montse lleva 10 años y 10 meses sin jugar y en ocasiones admite que tiene ganas de jugar. En las terapias ha aprendido a conocerse.
Aún así hablar de esto le revuelve el estómago: «Por mucho que me rehabilite seguiré siendo ludópata«, asume con firmeza.
Sobre su estancia en la ONCE critica que no tienen psicólogos especializados en el juego:“Hay ludopatía, otra cosa es que se quiera ver”. Ella piensa que ahora mismo la organización funciona más como una empresa y operador de juego y eso supone un riesgo laboral importante.
«Sin esos objetivos de venta no hubiese empezado a jugar a los cupones«, admite. Montse se pregunta por qué la ONCE no prevé estas posibles situaciones. «Descuidan lo de dentro aunque hagan una gran labor social», finaliza.
Testimonios diversos pero con un punto común: la ludopatía y sus consecuencias. Todos hablan de cómo ha cambiado su vida gracias a APAL y a la rehabilitación. También ponen de manifiesto la importancia de cumplir las normas impuestas para salir de esta problemática. No existe otra diferente salida.
Abandonamos esta tarde de reflexión e intercambio de conocimientos. Hemos conocido la verdadera cara de la ludopatía con estos cuatro testimonios de diferentes edades de jugadores rehabilitados. Volvemos a casa mientras damos vueltas a los problemas que se enfrenta la sociedad actual con las adicciones. Levantamos la cabeza y nos topamos con la crusa realidad. Únicamente 350 metros separan a APAL del salón de juegos más cercano. El verdadero problema está ahí, en la calle. La solución puede pasar, entre otras cosas, por un control más exhaustivo del juego y en la lucha conjunta por esta terrible lacra que asola cada día más nuestros barrios.