Graduados sin salidas: «Cuando acabas la carrera piensas que te han mentido, que es una estafa»
Tres jóvenes explican su forma de enfrentarse a la falta de oportunidades para los recién graduados en España
No hace mucho que una carrera universitaria era sinónimo de distinción, prestigio, y una certeza laboral. Sin embargo, el paro juvenil se ha convertido en una seña de identidad para España, que vuelve a encabezar Europa en esta categoría con una tasa de desempleo del 30,7% en menores de 25 años, como viene ocurriendo desde 2008.
El fenómeno `nini´, por el que se denomina peyorativamente a los jóvenes que ni estudian ni trabajan, es una realidad que implica al 20% de los menores de 25 años en España, la mayor proporción de un país europeo solo por detrás de Italia. Muchos jóvenes se ven obligados a cambiar sus planes iniciales cuando encontrar un trabajo para el cual se han preparado durante cuatro años en la facultad, o más para los que optan por cursar un máster o postgrado, resulta inviable.
Julio Alemán, de 23 años, vino desde Gran Canaria para estudiar filosofía y ciencias políticas en Madrid. Desde un principio era consciente de las limitadas salidas profesionales a las que se enfrentaba, pero decidió afrontarlo con humor. Como la mayoría de sus compañeros, descartó el sector privado como salida laboral y se centra en intentar ser docente o trabajar en la administración pública.
Cuando terminó sus estudios, le pareció natural intentar independizarse económicamente, un paso simbólico pero necesario para su madurez. En su carrera no tenía opción a realizar prácticas curriculares, por lo que no pudo ejercer su especialidad, aunque eso no le frenó a la hora de buscar un empleo.
Trabajó como camarero en dos locales madrileños, como cajero en el Mercadona durante la pandemia, repartidor y como agente inmobiliario en Tecnocasa. A pesar de la falta de estabilidad, reconoce que se queda con lo que cada trabajo le ha aportado para su día a día: gestionar su propio dinero y tiempo, además de probarse en el ámbito laboral, algo que echaba falta en su doble grado, muy enfocado a la teoría. Ante todo, como bien señala el canario: “De algo hay que comer”.
Otra posible salida es opositar, como ocurre en el caso de Antonio Donoso, sevillano graduado en ciencias políticas y sociología por la universidad Carlos III de Madrid. Este mes cumplió los 26, dejándole fuera del abanico de paro juvenil, aunque la situación no ha cambiado en absoluto para él.
Tras finalizar el grado realizó un Máster en la misma universidad, donde pudo participar de su primera experiencia laboral, que resultó en una decepción para el sevillano: “Me tenían haciendo horas extras, sin cobrar y sin expectativas de obtener un contrato”, señala con resignación.
El sevillano afirma que no conoce a ningún compañero de la facultad que tenga un trabajo de la especialidad para la que se han formado. “Cuando estás en la carrera y te hablan de salidas como la consultoría política, te frustras al comprobar que son muy pocos los que pueden dedicarse a ello. Cuando acabas piensas que te han mentido, que es una estafa”, afirma. El politólogo descarta tener interés en el ámbito privado y prepara su oposición, ya que, en sus palabras resulta “ridículo” buscar trabajo con su formación, porque le piden experiencia. “¿Cómo la consigo?”, señala.
Rosa Dichas también vino de Sevilla a estudiar, en su caso derecho. Al contrario que ciencias políticas, filosofía o sociología, su carrera tiene muchas salidas. El problema para la joven de 24 años reside en las condiciones laborales, razón por la que decidió irse a Bruselas para que la valorasen como profesional.
En España realizó prácticas en los juzgados de lo penal, en un despacho de abogados y en el ministerio de Exteriores. En la mayoría de casos no le pagaban, siendo su máxima remuneración 200 euros mensuales. “Al menos aprendí bastante”, señala la sevillana, aunque la necesidad de ganarse la vida la empujó a abandonar su país natal. “El problema es cuando llevas cuatro años trabajando después de la carrera y cobras 800 euros”, indica.
A través de portales de empleo y su máster enfocado a la Unión Europea consiguió empleo en Bruselas, donde lleva un año residiendo. Reconoce que para dar el paso es necesario tener un colchón económico y algún tipo de garantía, ya que la vida en Bélgica es muy cara. Echa de menos España, en especial la comida, el buen clima y la gente con “salero”. Volvería si encontrase una oferta de empleo con buenas condiciones y añade que la única forma de solucionar el problema de la precariedad es desde abajo. “Si la gente no se queja y no tiene iniciativa no va a haber cambios. Necesitamos una reivindicación unificada y colectiva”, sentencia la sevillana.
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Todo esto habla de la golfería política y las leyes que dejan en el limbo a los jóvenes después de estudiar, un sistema a la deriva