Morir en Porlier
La Prisión Provisional número 3 fue el asilo temporal de decenas de reclusos ejecutados en Paracuellos de Jarama
En un lugar de Madrid, de cuyo nombre más de uno no querría acordarse, no hace mucho tiempo que se cernió el terror sobre los hombres. En donde las aves de la muerte se arrojaban a aquellos que osaran manifestar sus creencias y luchar por las mismas. Y la destrucción se inmiscuía en la carne que latía, como escribiera Aleixandre: «Y esa voz de las víctimas / rota por las gargantas, que irrumpe en la ciudad como un gemido. / Todos la oímos». Los buitres oscuros que expresó el poeta y que indudablemente se alimentaban del sosiego y de la voz de los españoles, dejándolos anémicos de quietud y palabra, sobrevolaban los cielos divididos de una España que actuaba como prisión a la vez que prisionera era. La perversidad, que en aquellos años deambulaba incesante por Madrid, la ciudad en la que Dámaso Alonso sufría de insomnio, yacía en Porlier. El estallido de la Guerra Civil dio lugar a unos años que estuvieron imperados por el cataclismo y que ahora se forman como recuerdos sanguinarios. Fue así como España se convirtió en cadáver fruto de la vileza del hombre, en cuya piel murieron sus hijos, en cuyas tierras agonizaron sus espeltas y en cuyos campos sucumbieron sus encinas.
El 17 de agosto de 1936, en el número 54 de la calle del General Díaz Porlier, en la manzana que forman esta misma y las calles de José Ortega y Gasset, Padilla, Conde de Peñalver, en la que entonces se encontraba la cárcel de Torrijos, en donde la cebolla era escarcha cerrada y pobre, según Hernández, se erigió, en lo que es ahora el colegio Calasancio, la cárcel de Porlier, conocida oficialmente como Prisión Provisional número 3, debido al mayúsculo aumento de reclusos que imprevistamente abarrotaron la ciudad, y en la que el matiz político dominante era el de la CNT-FAI, hasta mediados de septiembre que quedaría bajo hegemonía del PCE, debido a que «no estaban conformes con que estuviese encerrada mucha gente inocente y no se fusilase a algunos que no lo eran». Durante los años que duró la guerra, Porlier se convirtió en una prisión presidida por la dominación roja. Todos aquellos de los que se sospechara que podían ser simpatizantes del bando nacional eran encarcelados. José Giral, presidente del Consejo de Ministros, reconoció en agosto del 36 que se había encarcelado a unas 4.000 personas en Madrid desde que estalló la guerra el 17 de julio de ese mismo año.
En 1937, muchos de los reclusos fueron liberados de Porlier al no encontrarse relación alguna de estos con el mencionado bando nacional. En 1940 la Causa General de Madrid recogió la voz afónica de los testimonios recluidos en Porlier, con el objetivo de esclarecer los crímenes allí ocurridos y las sacas de presos que durante ese año se ejecutaron por orden de la Dirección General de Seguridad. «El número de sacas efectuadas en esta prisión fueron numerosas sin que el declarante pueda precisar el número de las mismas, y menos el número de presos que de cada una de ellas se componía, sin que tampoco pueda informar sobre la manera de efectuarse, individuos que intervinieron, etc. Solamente recuerda de una saca que debió de ser la del 21 o 22 de diciembre, que se efectuó entre las once y la una de la mañana, y que se componía en su totalidad por agentes de policía»; así se recoge en la declaración en la que compareció Ángel Bernar Berrojo, profesor de 36 años, el 24 de octubre de 1939. Hasta diciembre del 36, con Simón García Martín de Val como director de Porlier, quien nunca fue acusado de ningún delito cometido en lo que duró su estancia, las sacas de presos se realizaban a gran escala, especialmente a finales de noviembre. Para evitar que se propagasen estos hechos criminales, incomunicaban a los reclusos con el exterior desde octubre a diciembre en oscuras celdas.
Aunque en los interrogatorios recogidos de la misma manera por la Causa General y archivados en los documentos PARES exponían que «en general el trato que recibían los presos de los funcionarios de Prisiones era bueno, puesto que estos no podían hacer otra cosa que compadecerlos», los reclusos afirmaron haber estado aprisionados en condiciones deplorables: «El trato dado a los presos era francamente malo. Se comía muy mal, arroz solamente y por la noche lentejas. Desde el 16 de noviembre hasta principios de diciembre no dejaron entrar en la prisión ropa para cambiarse». Un hecho que se menciona repetidas veces, tanto por los declarantes como por los interrogados, es el asesinato de Abad-Conde, Rey Mora y un religioso, cometido en la leñera que existía debajo de la cocina de Porlier y que fueron llamados a trabajar por los milicianos que hacían la vigilancia en el interior en el 36.
Un recuerdo sanguinario
Un cruel e inhumano hecho fueron las ejecuciones masivas que se produjeron en Paracuellos de Jarama el 7 de noviembre de 1936, que tuvieron lugar entre las cinco y las siete de la mañana y en las que al menos 26 reclusos fueron sacados de la prisión de Porlier en autobuses de dos pisos: «De los autobuses iban bajando numerosos presos, con las manos atadas, y allí, en la llanura, los mataban, con armas automáticas […] Aquella mañana, cuando los milicianos habían terminado su macabra tarea, quedaba en medio de la llanura un enorme montón de cadáveres», como expuso Ian Gibson, quien declaró que estos crímenes ocurrían «con la precisión de una máquina bien engrasada. De improvisación, nada», según expresó a su vez Eusebio Aresté Fernández, hombre de izquierdas y alcalde de Paracuellos, que en torno a las ocho de la mañana tuvo que ver cómo sus campos amanecían con ríos de cuerpos y sangre, y a quien no le fue notificada esta masacre. Aresté movilizó a unos cincuenta paracuellenses para cavar fosas donde enterrar a los muertos. Los reclusos de Porlier fueron los primeros en llegar junto a al menos otros 62 de la cárcel de San Antón, entre ellos el escritor Pedro Muñoz Secas, quien espetó: «Podréis quitarme todo. Incluso podréis quitarme, como vais a hacer, la vida; sólo hay una cosa que no podréis quitarme, por mucho empeño que pongáis: el miedo que tengo». Al día siguiente, otra saca de 30 reclusos saldría de Porlier hacia Paracuellos. Cristina Fuertes-Planas Aleix escribió sobre la saca de su abuelo, Alfredo Aleix Mateo-Guerrero, republicano conservador, desde Porlier a Paracuellos. Aleix consideraba que la vía monárquica no solucionaría sus problemas y se retiró de la política en febrero del 36. Aún así, el abogado fue detenido en su casa sin cargos ni acusaciones y asesinado un 25 de noviembre de 1936.
Julius Ruíz, historiador e hispanista británico, expone lo interesante que era el hecho de que el despacho de Carrillo estuviera tan cerca de la prisión de Porlier, en el número 37 de Serrano, aunque declara que «dado el objetivo de «salvar la responsabilidad», probablemente evitó cualquier participación directa». «Sólo los españoles realmente interesados en la Historia conocen Paracuellos, y si se le cita hoy en día, se utiliza principalmente como arma política contra la izquierda, como en los años setenta cuando la extrema derecha la utilizó contra Carrillo. Cuando promocionaba mi libro, me sorprendió el cuestionamiento de algunos periodistas que parecían estar obsesionados con Carrillo a pesar de que había muerto. ¿Se recuerda bien la «historia» de Paracuellos? Una vez más, ha sido víctima de las ‘guerras de la memoria’ cuando un bando sólo recuerda a los suyos.», declaró el escritor al ser preguntado acerca de lo consciente o no que es el pueblo español sobre estos hechos.
Al finalizar la Guerra Civil, Porlier siguió funcionando como prisión en los primeros años de posguerra, pero esta vez sus paredes tuvieron que sufrir el clamor de los presos del bando republicano. Reclusos, como Marcos Ana, con el terrible pecado de querer llenar de estrellas el corazón del hombre.
Del benemérito anarquista Melchor Rodríguez García, el «Ángel Rojo», no se dice nada. La historia hay que hacerla con rigurosidad e imparcialidad. Cuando este anarcosindicalista de la CNT sustituyó a Carrillo en su cargo, no permitió, negándose firme y valientemente a no firmar el permiso de «saca». Desde que empezó en su cargo no hubo ni una saca más. Cosa muy distinta a lo que hacía Santiago Carrillo, firmando todo permiso de saca que los milicianos le presentaban. Las inhumanas sacas en el Madrid de la guerra civil, tanto las llevaban a cabo los milicianos de la UGT (socialistas y comunistas) como los de la CNT-FAI.
Por cierto, algo que ya casi nadie recuerda es cómo asesinaron, realmente, al republicano y francmasón gallego Gerardo Abad Conde en la leñera de ese terrible lugar: su cuerpo fue aplastado contra la pared de esa leñera, repetidamente, por una camioneta. No fue fusilado como se dice en tantos sitios.