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La Esperanza, la historia poco conocida del nuevo patrimonio de Alcalá de Henares

La ciudad complutense ha sumado a sus ‘joyas’ patrimoniales una antigua fábrica de harinas, la declaración desempolva la historia de luces y sombras que marcó la transformación de la molienda en España

Vista interior de los molinos centenarios que se conservan en la fábrica de harinas La Esperanza // Edith Pineda

 

El 11 de noviembre de 1933 Alcalá de Henares quedó a oscuras. En La Esperanza, la harinera más moderna de España en esa época, quedaban pocas horas de faena cuando el apagón frenó la molienda. Era el peor escenario del manual operativo pues la maquinaria requería de maniobras casi milimétricas para su puesta en marcha. Su propietario Sergio Real lo sabía y en penumbras corrió para desconectar los interruptores y un traspiés lo hizo caer al vacío y murió.

Sergio Real no alcanzó a inaugurar la casa familiar que se había permitido construir luego de pagar deudas y duplicar la capacidad productiva de la fábrica. Eran tiempos convulsos, en los que España se debatía entre el autoritarismo y la democracia. Entonces, la apuesta del maestro molinero llegó a jugar un papel clave en tiempos de la Guerra Civil, un aporte que ahora el Consejo del Gobierno de la Comunidad de Madrid ha reconocido como Bien de Interés Cultural en la categoría industrial.

La declaratoria desempolva la historia de luces y sombras que marcó la transformación de la molienda en el siglo XIX y que tuvo como escenario la ciudad complutense. Una distinción que, además, reivindica el patrimonio industrial tan «infravalorado en España» a pesar de su contribución social, dice el arqueólogo alcalaíno Javier García a quien además del interés profesional lo mueve el vínculo familiar como bisnieto de Sergio Real. «Aquí no se han valorado suficientemente (los bienes industriales antiguos), la mayor parte de los edificios se han ido abandonando y muchos de ellos están completamente arruinados. Este en concreto tiene la virtud de que no solamente se conserva el edificio, sino la mayor parte de la maquinaria original», destaca.

En tanto, para Alcalá de Henares que es en sí una ciudad patrimonio, la designación tiene gran relevancia pues es la « única fábrica de esa época está más o menos intacta», comenta García con la satisfacción de saber compensado el esfuerzo de seis años que dedicó a la preservación de la nave, siendo director de la Escuela Taller de rehabilitación de la fábrica.

Una reliquia industrial escondida

Desde afuera, el antiguo edificio de estilo neomudéjar situado a la altura de la calle Daoiz y Velarde, poco o nada llama la atención de quien pasa o espera el autobús a su costado. Es el caso de Martha quien a diario pasa por allí de camino al trabajo, pero que siempre ha pensado que se trata de un «lugar en abandono, como tantos otros».

Eso se debe en parte a que tras el cierre de la fábrica y el posterior traspaso del edificio al Ayuntamiento -entre los años 80 y 90- el lugar pocas veces ha sido abierto al público. Lo positivo es que durante todo este tiempo, detrás de las puertas de madera maciza de la nave construida en abril de 1916, el pasado industrial que ahora cobra tanto valor ha permanecido ‘congelado’.

Al entrar, la escena parece sacada de una película de época. En el corazón de la planta, todo está en su sitio original. Tal cual quedó el día en que los obreros cumplieron la última faena. Incluso, al tocar los enormes filtros de la fábrica todavía son perceptibles algunas partículas que quedaron de las últimas moliendas de trigo.

No es muy difícil imaginar a los trabajadores maniobrando los entonces modernísimos molinos de la firma suiza Daverio que Sergio Real puso en marcha en los límites del territorio alcalaíno, un sitio estratégico por su cercanía con el ferrocarril que, con el paso de los años, terminó llenándose de edificaciones residenciales.

García cree que es una fortuna que la edificación se conservara tan bien pese a que el resto del complejo industrial que abarcaba aproximadamente una manzana terminó destruido, porque ese lugar es un ejemplo único del reemplazo del sistema de molienda hidráulico por el eléctrico, un avance que permitió poner sobre los obradores españoles una harina más fina, de mejor calidad y en cantidades suficientes: la materia prima del gran desarrollo de la pastelería y de la aparición de la bollería refinada.

«El valor patrimonial del edificio radica en el salto de modernidad que representó para la industria del pan. De esta fábrica sorprende que conserva su arquitectura industrial, con la maquinaria de más de 100 años. Es algo muy excepcional», refuerza por su lado el técnico de Patrimonio Histórico del Ayuntamiento de Alcalá de Henares, Vicente Pérez, uno de los alcalaínos que mejor conoce La Esperanza.

El mismo Consejo del Gobierno de la Comunidad de Madrid destaca de La Esperanza alberga «la maquinaria y elementos técnicos que ilustran un sistema de molienda y de abastecimiento energético ya desaparecido que marcó la pauta en el desarrollo de la industria harinera», y eso ha sido lo que ha pesado en su decisión de otorgarle la máxima protección que existe en España para bienes de su tipo, bajo el decreto 134/2022 del 28 de diciembre de 2022 publicado en el Boletín Oficial de la Comunidad de Madrid.

La fábrica de harinas La Esperanza estuvo operativa hasta el año 1988. Su éxito productivo lo alcanzó bajo el mando de su fundador al pasar de seis empleados y una producción de 10,000 kilos de harina a diario a una plantilla de 28 y con capacidad de sacar hasta 22,000 kilos, un récord.

Ese músculo productivo de la fábrica la convirtió en objetivo estratégico durante la Guerra Civil, el bisnieto del fundador revela que una «curiosidad» del lugar es que conserva un búnker que su familia construyó para protegerse de los bombardeos.

La declaratoria es un gran primer paso para la conservación del bien. El reto, coinciden los expertos consultados, será su manejo y darle la relevancia y valor que tiene, pues el lugar reúne todo para dar a conocer una etapa de la historia industrial.

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