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Un fotógrafo en la trastienda del imperio

Pequeña hilandera en la fábrica de algodón. Augusta, 1909. Por Lewis Hine

«Para todos los que tienen un lugar sensible en su corazón para la risa y las lágrimas inherentes a la pobreza vista a distancia». James Agee.

Existió una vez una isla de esperanzas bañada en un mar de lágrimas. Durante más de medio siglo, los inmigrantes que quisieran entrar de forma legal en Estados Unidos debían pasar por la isla de Ellis. Miles de ilusiones aguardaban cada día la decisión de las autoridades. Allí llegaron muchos de los que ayudaron a construir el imperio y allí, al sur de Manhattan, nació la carrera de Lewis Hine, uno de los primeros fotógrafos –precursor de otros como Walker Evans– que utilizó su obra con fines sociales.

Pobres, perseguidos, repudiados. Millones de ciudadanos de Europa del Este o Centroeuropa se hacinaban a las puertas de la tierra de las oportunidades. Como testigo, la cámara de Hine. Y lo que comenzó siendo un pequeño trabajo para la Ethical Culture School se convirtió en su forma de vida: poner cara a la sociedad sin rostro.

Nadie más indefenso en esa sociedad que los niños trabajadores. Recién abrazada su nueva vocación, Lewis Hine comenzó a colaborar con el Comité Nacional de Trabajo Infantil para denunciar esta práctica. «Éstos no son esos niños que viajan por todo el país encima de un escenario o con un circo. Aquéllos tienen la protección de sociedades y leyes de trabajo infantil crueles para protegerles. Éstos son niños que podemos ver a lo largo de todo el Estado».

Debido a la naturaleza de su trabajo, a veces Hine no tenía permiso para entrar en las fábricas, ni mucho menos tomar fotos. Entraban en juego sus dotes de docente y actor. Un día cualquiera aparecía un inspector o un fotógrafo industrial vestido de traje. Con la excusa de tener un baremo con el que medir el tamaño de las máquinas, pedía que un niño se colocara al lado para servir de referencia.

Cuentan que Hine sabía exactamente cuánto medía cada centímetro de su traje, de tal manera que cada vez que estuviera junto a uno de aquellos niños trabajadores, tuviera una idea aproximada de su altura. Apuntaba estos datos en una pequeña libreta junto a otros como el peso y la edad aproximada, así como las condiciones de vida y el historial anterior. A veces, esta información acababa en el reverso de sus fotografías. «No sabe cuántos años tiene… y no sabe mucho en general», puede leerse en una de ellas.

Retratos como su Niño que perdió un brazo manejando una sierra en una fábrica de cajas serían utilizados para impulsar en Estados Unidos las leyes contra el trabajo infantil. No quería retratarles como víctimas (hasta pueden verse sonrisas), sólo reflejar una realidad demasiado asumida.

Tras Europa, la dignidad

Mecánico trabajando en una máquina de vapor, 1920. Por Lewis Hine

«Que esta belleza se ha hecho entre la naturaleza herida pero invencible y las crueldades y necesidades más simples de la existencia en este tiempo sin cuidados y está inextricablemente unida a ellas y es imposible sin ellas como un santo nacido en el paraíso». James Agee.

Si puede marcarse un punto de inflexión en la carrera de Lewis Hine como fotógrafo, sería un viaje a Europa tras la Primera Guerra Mundial. Contratado por la Cruz Roja americana, recorrió las ruinas de lugares como Francia, Bélgica o los Balcanes, donde visitó el hogar de poblaciones desplazadas y encontró, para su sorpresa, personas «desbordantes de vida».

De ahí en adelante centró su mirada en las clases trabajadoras, tanto las tradicionales como las vinculadas a una nueva industria creciente. «Les llevaré al corazón de la industria moderna. […] De esta manera, cuanto más sepan ustedes de las máquinas modernas, tanto más podrán también respetar a los hombres que las construyen y las manejan», escribió.

Así surgieron fotografías tan conocidas como Mecánico en una bomba de vapor de una central eléctrica y otras en las que retrataba a una linotipista o «un cigarrero cubano que mima sus puros», escenas en las que aún puede escucharse ese These Foolish Things de Lester Young sonando de fondo. La culminación de este proyecto llegaría con el Empire State, una obra de faraones que representó en plena Gran Depresión el mayor símbolo del progreso y la esperanza en tiempos difíciles.

Fue una manera de retratar la construcción de una ciudad desde sus cimientos, de reclamar que hasta detrás del edificio más grande jamás imaginado hay hombres arriesgando su vida por trabajo. Por eso no extraña que muchos de los encuadres muestren a los obreros como una suerte de héroes, cuando no de personajes mitológicos. La mejor muestra de ello lleva por título Ícaro sobre el Empire State. Forjaban desde el suelo un imperio que vemos palidecer en nuestros días.

Pero como tantos otros autores, su éxito no le privó de un final desgraciado. Lewis Hine acabó endeudado y viviendo de la beneficencia. Como el pintor del cuento, acabó dentro del cuadro que estaba pintando. Y seguro que, como muchos de sus personajes, alguna vez se preguntó: «¿Cómo fuimos atrapados?».

Exposición sobre Lewis Hine

Del 11 de febrero al 29 de abril en la Fundación Mapfre

Dirección: Paseo de Recoletos, 23. Madrid.

Entrada gratuita.

Un comentario en «Un fotógrafo en la trastienda del imperio»

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