Que viene la noche, así, casi sin darnos cuenta
«Abandonad toda esperanza vosotros los que entráis». En las puertas del Infierno del imaginario de Dante reza esta inscripción. El infierno del escritor burgalés Óscar Esquivias es también un lugar donde reina la desesperanza, pero no tiene límites físicos ni cronológicos, está aquí, en la tierra, en esta vida. Todos vivimos un poco de cielo y un poco de infierno, entremezclados.
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Benjamín Tobes es un hombre temperamental, jubilado, cristiano, de unos 80 años, que opina con contundencia sobre todo y sobre todos. Egoísta, lleno de manías, pero sin mala fe. Benjamín se siente un extraño en todas partes. Nació en Burgos, pero salió de allí muy joven. Su barrio de toda la vida es Tetuán, pero se sigue sintiendo burgalés e incluso habla con cierto desdén de Madrid. Benjamín se da cuenta de que el barrio en el que vive desde los años 30 ha cambiado mucho: es un barrio de inmigrantes y no le gusta, pues, aunque se autodefine como una persona de izquierdas, está lleno de prejuicios. Benjamín se siente ajeno en su propio barrio. Pero al volver a Burgos, también su barrio natal le resulta extraño, por todo lo que ha cambiado desde que se fue. Benjamín Tobes no es de ningún sitio, no tiene hogar.
Pero lo que Benjamín no sabe es que él ni siquiera existe. No, al menos, fuera de las hojas de «Viene la noche», la novela que Óscar Esquivias ha ambientado en el distrito de Tetuán.
La noche viene, así, casi sin darnos cuenta. Como la desesperanza. Esa desesperanza va inundando la vida de Benjamín, cuyas decepciones continuas lo llevan a sentir que todo lo que era importante para él ha perdido valor. Por eso Esquivias escoge el día a día de la vida del jubilado para situar el Infierno de la trilogía «dantesca» que inició con «Inquietud en el paraíso», continuó en «La ciudad del Gran Rey» y encuentra su fin en «Viene la noche».
Benjamín vive en la calle de Wad-Ras, en pleno barrio de Estrecho. Esquivias la escogió para él porque «es una calle muerta, en comparación con el resto del barrio. Es larga y silenciosa. Antes había un mercado, el de San José, pero ahora está cerrado». Benjamín mira con recelo al Mercado Maravillas, situado en Bravo Murillo, precisamente porque compara su opulencia con el destartalado Mercado de San José.
Benjamín tiene muchas manías. Una de ellas es su rechazo a cruzar a «la otra orilla». Esa otra orilla no es más que la acera de números pares de Bravo Murillo. Esta arteria, de algo más de 4 kilómetros, atraviesa los distritos de Chamberí y Tetuán. Pero, para Benjamín, es más que una calle puesta ahí por casualidad, es la línea divisoria entre dos mundos bien distintos. Uno es el suyo, y el otro, el que odia. Hacia los números impares de la calle está su barrio. Topete, Almansa, Alvarado, Berruguete. Lo que se esconde tras los edificios de los números pares no es más que un barrio de ricos, inundado por edificios grandes, modernos, bancos y oficinas —allí se encuentra la zona AZCA—, donde treinta años antes él conoció solo campo. Benjamín cruza a la otra acera únicamente para visitar la Iglesia de San Antonio, que también viene provocado por otra de sus manías: la aversión que siente hacia los Salesianos de Estrecho, en su lado de Bravo Murillo.
Los cambios que ha sufrido el barrio, en el que Tobes ya no se reconoce, se deben, en parte, a la cantidad de comercios extranjeros que lo van inundando. El barrio es caribeño, africano e incluso andino, dependiendo de la bocacalle que uno tome. Para el dueño de la pluma de la que nació Benjamín, lo mejor que tiene el barrio es esa multiculturalidad. «Cuando llegué a Tetuán, hace 10 años, ya era un barrio multiétnico, y eso es algo que me encantó, uno de sus atractivos. Pero la gente mayor sí se siente molesta, suelen ser algo racistas. No obstante, la vida en Tetuán es armónica, no creo que haya un rechazo general». Esquivias asegura, entre risas, que sí echa en falta inmigrantes indios, porque adora sus restaurantes. Aunque el barrio ha cambiado, pasear por sus calles es todo un viaje al pasado. Casas bajas, viviendas típicas obreras de principios del siglo XX, que sobreviven a la modernización que otras zonas de Madrid han sufrido. Sin embargo, muchas de las manzanas del barrio sí han sido demolidas en los últimos años. Esquivias se lamenta de lo poco regulado que está «este asunto de tirar casas antiguas porque sí», sin ningún tipo de control, algo que «en otras zonas de Madrid no pasaría».
En la misma calle Wad-Ras se encuentra el locutorio que visita Benjamín, donde antes de su jubilación estaba su negocio de lavandería. Magaly es quien lo regenta, y Cebrianitos, antiguo trabajador de la lavandería y fiel amigo de Benjamín, quien lo frecuenta. Tobes duda de que «los modelos de las fotos de rasgos nórdicos, brillantes cabelleras doradas y ojos azules, ni alguien remotamente parecido, ponga los pies en el comercio de Magaly». Como el de la dominicana, los locutorios son, quizás, el comercio por excelencia del barrio.
Benjamín es un aficionado a las novelas, entusiasta de Víctor Hugo, Dostoievski o Galdós. Pero detesta a Óscar Esquivias. Le escribe una carta mostrándole lo enfadado que está con las otras dos novelas de la trilogía. El escritor asegura que convertir a Benjamín en un lector de sus libros «es la mejor manera de hilar la trilogía». Un bar en que cuelgan jamones del techo es el rincón donde se reúne la tertulia de poetas latinos jóvenes liderada por Morris. El burgalés se aficiona a reunirse con ellos. Esquivias escogió «El Paraíso del Jamón III» para tan importante localización porque es un bar «muy madrileño, situado en un lugar como la Glorieta de Cuatro Caminos, que es un punto de encuentros, de mucha gente. Todos estos jamones, esta parafernalia… Es un escenario muy apropiado para desmitificar la idea del café literario». «Su escenografía me divierte», afirma el escritor.
El bar «La Pampa», en la calle de Villaamil, es otro de los pocos lugares donde Benjamín se deja ver. No suele moverse de sus propias fronteras dentro del barrio, salvo para ir a la Biblioteca Central a pelearse con la bibliotecaria sobre la importancia de tachar aquello que no le gusta de los libros.
Tras un paseo por el Tetuán de Benjamín Tobes y Óscar Esquivias es fácil comprender por qué el infierno no es un lugar, sino un estado de ánimo: lo vivimos en esta vida, mezclado con pedazos de cielo. Para Esquivias, «todas las épocas tienen cielo e infierno». «Depende de mil factores: suerte, salud, predisposición… Hay momentos en que podemos sentir que no hay esperanza, que da igual vivir, pero es un momento que puede ser pasajero. Entrar en el infierno, pero no para quedarse».
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Como en casi todos tus textos, me gusta tu capacidad descriptiva, te transporta, sensación que, al fin y alcabo es lo que la mayoria de los lectores buscamos, huir por unos instantes de nuestra realidad e introducirnos en otra, generalmente bien distinta.
La tinta con la que has descrito al autor como al personaje, ha despertado en mí el interés por su obra. Ahora es tu lazo de unión con Oscar Esquivia.
Enhorabuena, es muy bueno