Ficciones

La marca de la crudeza

Espera sentada con la mesa puesta a que venga su marido. Los minutos corren mientras que su miedo se incrementa. La sopa está fría, servida hace una hora. La televisión encendida, en el canal de siempre. Todo listo para evitar cualquier percance. Mira por la ventana con lágrimas en los ojos para divisar su llegada. Al verle a lo lejos, coge los platos para calentarlos. El ascensor sube al piso. La luz del descansillo se enciende. La llave se introduce dificultosamente en la cerradura. Corre para que la comida esté servida y que humee esperándole, como si el tiempo se hubiera detenido.

Ni un saludo, ni un beso, ni un gesto. Sentados en la mesa, se lleva una cucharada a la boca. Con mirada perdida, se dirige a ella. La pregunta si ha salido esta mañana. Sus piernas comienzan a temblar. Su respuesta es afirmativa, “como todas las mañanas para comprar el pan”. El ruido del cubierto de metal la exaltó. Sabía lo que iba a ocurrir. El plato, en el suelo, hecho pedazos, y la sopa derramada en las viejas y picadas plaquetas marrones del salón.

«Recógelo», le gritaba. Arrodillada, evitaba el llanto, mientras recogía cada pedacito de porcelana blanca. «Te he dicho mil veces que no salgas. Mírame». Su mirada se alzó, con los ojos llenos de lágrimas, le pedía clemencia. Pero él, sólo quería poner sus sucias manos en su cara. Y así lo hizo.

Foto: Nathaa

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